DÍA 33 – Fernando Negro

El secreto del crecimiento personal radica fundamentalmente en la toma de responsabilidad sobre la propia vida. Tomar responsabilidad implica la autoconciencia y la auto-aceptación. Si no llegamos a estos dos niveles básicos, viviremos en una mentira permanente acerca de lo que realmente somos, o estaremos toda la vida acusando a otros por las cosas que nos han podido suceder.

Aceptarse es observarse, darse cuenta de lo que realmente somos, sin máscaras, sin adiciones ni substracciones. Es simplemente decirse a sí mismo: ‘esta persona soy yo, con mis zonas de luz y de oscuridad, con estas experiencias que me han ayudado y las otras que me han dañado; esta persona soy yo, que he llegado a lo que aquí y ahora soy, y estoy abierto a lo que puedo llegar a ser’.

Es desde ahí desde donde uno toma responsabilidad y decide caminar hacia la luz. Nadie camina hacia las tinieblas a no ser que, guiado por una cultura  ambiental de muerte, por una mentalidad auto-victimista y auto-destructiva, decide caminar por un camino erróneo abocado a la nada.

La vida está siempre abierta a la esperanza. Si no fuera así no se llamaría ‘vida’ sino ‘muerte’. La vida es siempre proceso que nos lleva al crecimiento permanente e ilimitado, abierto al infinito.

Me pregunto acerca de mí mismo, acerca de la manera que confronto mi experiencia pasada, mis relaciones con los demás, mis zonas oscuras, incluso aquellas experiencias traumáticas por las que he podido pasar. ¿Qué voy a hacer con ellas? ¿Me dejaré llevar por el negativismo y la desesperación? ¿Decidiré ser como el ave fénix que se levanta de sus cenizas?

Todo depende de unos pocos o no. Cada uno de ellos va encaminando la aguja de mi brújula en dirección a la luz o en dirección a la oscuridad. El libro del Éxodo nos habla de cómo Yahvé habló al pueblo de Israel en esta diatriba, camino de la Tierra Prometida, en el desierto: “Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia, amando al SEÑOR tu Dios, escuchando su voz y allegándote a Él; porque eso es tu vida y la largura de tus días, para que habites en la tierra que el SEÑOR juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.”[1]

Hemos nacido para la VIDA, una vida abundante, una manera de experimentarnos a nosotros mismos con una dignidad que nadie nos regala, sino que viene de Dios mismo, pues somos ante Él reflejo de su amor para siempre. Juliana de Norwich, mística inglesa del siglo XIV, dice al respecto estas bellas palabras: “Debemos alegrarnos inmensamente  pues Dios mismo vive dentro de nosotros; sobre todo deberíamos alegrarnos porque vivimos dentro de Él. Nuestro espíritu es la morada donde descansa Dios; y nuestro ser profundo descansa en Dios. ¡Qué grande es saber que Dios, el que nos hizo, descansa en nuestro espíritu.”

[1] Ex 30, 19

“He nacido para darme totalmente al servicio de la bondad y de la belleza. He sido llamado a reflejar en mí y a través de mí la gloria del Dios que es pura transparencia de amor eterno. Pero si me enredo en la mediocridad, la mentalidad calculadora o la autocomplacencia, yo sé muy bien que entonces no seré feliz ni ayudaré a abrir un canal de gracia a través del cual Dios vuelva al mundo que tanto anhela y suspira por Él.

He nacido con un fin y quiero llevarlo a cabo aunque me cueste la vida. Y el fin de mi vida es la plenitud de la vida en el amor.

Señor, soy un mero aprendiz

Pero con tu Espíritu,

Artista Supremo de la Creación,

Alcanzaré el más alto grado

Del Arte de Amar.”