DÍA 29 – Fernando Negro

Tomar o asumir responsabilidad de uno mismo es transcendental para el crecimiento personal. Cuando tomamos responsabilidad, a pesar de lo que otros hayan hecho o dejado de hacer, estamos creciendo en asertividad. Podemos analizar las circunstancias del pasado sabiendo que no podemos alterarlas, mientras a la vez aprendemos a sacar de nuestra fuente nuevos modos de pensar que ayudan a nacer nuevas actitudes y, por ende, nuevas maneras de actuar en beneficio de nuestro propio crecimiento.

La vida es lo que es y tal y como es. El pasado hay que revisitarlo no para quedarnos anclados emocionalmente a él ni a las personas o circunstancias con que lo vivimos. Revisitamos el pasado para comprenderlo y, sobre todo, para comprendernos a nosotros mismos, abrazar nuestras heridas, y mirar al futuro con esperanza. Sabemos que lo que realmente somos no viene definido por lo que hicimos o dejamos de hacer, sino sobre todo por lo que podemos ser. Y eso viene escrito en el ADN espiritual con el que fuimos creados, como marca divina de facturación.

Vivir anclados en el resentimiento hacia las circunstancias, personas, acontecimientos, etc., denota falta de madurez e integración personal. La gran andadura de la vida consiste en vencerse a sí mismo demostrándonos a nosotros mismos y a los demás que nuestra valía profunda nace de dentro y no nos viene regalada desde fuera por nada ni nadie.

¿Cómo sanamos el pasado? Fundamentalmente observándolo tal y como es, diciéndonos la verdad de lo vivido, abrazándolo como algo muy particularmente nuestro, integrándolo en el aquí y ahora del momento presente. Ello requiere mucha valentía y un grado enorme de compasión hacia uno mismo.

Hace falta compasión para perdonarse y para perdonar; para tocar las heridas con dulzura y aplicarles el bálsamo de la comprensión; para aceptar que hay siempre un duelo irreparable por la mala gestión de nuestra vida o por lo que otros nos impidieron ser o hacer.

Cuando tomamos responsabilidad damos el mensaje de que la dignidad con la que fuimos creados no se debe a lo que hayamos hecho como fruto de nuestro esfuerzo, ni regalo a causa de nuestros logros. Estamos proclamando con la vida que existe el yo real, esa parte sagrada de ADN espiritual que llamamos ‘imagen divina’ que nada ni nadie podrá jamás vulnerar.

Tomando responsabilidad aparcamos la excesiva emocionalidad y aprendemos a ver las cosas, las personas y las circunstancias tal y como son. Ésta es la puerta para aprender a verlo todo, principalmente nuestro propio ser, con los ojos misericordiosos con que Dios nos ve.

Desde ahí nace la esperanza de lo que podemos y debemos ser. Llorar nuestras pérdidas mientras abrazamos nuestras posibilidades. Mientras hay vida, la esperanza tiene la última palabra.

“Tú eres el Creador de todo lo que existe y, por efecto de tu gracia permanente, haces que la sinfonía de tu Creación se convierta en Perfección Cósmica. Miles de años se precisan para que las aguas esculpan sobre la roca los caprichos de las olas fluviales… Tu gracia, persistentemente acariciando mi corazón, me enseña igualmente el arte de amar.

Y así Tú creas en mí una personalidad nueva cuyo corazón se hace capaz de irradiar la imagen divina que me habita. Y así tu belleza se expande y derrama la belleza alrededor. Señor, continúa haciendo tu trabajo en mí, y en todas tus criaturas, Tú que eres el Artista Supremo del Universo.”