DÍA 28 – Fernando Negro

Llevamos dentro una fortaleza inmensa que nos levanta una y mil veces de nuestras propias cenizas. Generalmente descubrimos que está ahí, no por razonamientos intelectuales, sino por experiencias límites por las que de vez en cuando pasamos. Son experiencias amalgamadas por el dolor que creíamos insuperable. Pero ha sido ahí precisamente donde descubrimos lo mejor de nosotros mismos.

Las personas que admiramos y a las que llamamos “grandes”, porque han contribuido al ennoblecimiento de la humanidad (Juan de la Cruz, Gandhi, Martin Luther King,  Nelson Mandela, Oscar Romero, Helder Camara, etc.), no nacieron héroes o santos en el vientre de sus madres. Las experiencias de pobreza, de rechazo y opresión, de tortura y encarcelamiento, les sirvieron de plataforma para transformarse como las orugas en mariposas que ayudaron y siguen ayudando a muchos en el mismo proceso.

El mayor enemigo de nuestro crecimiento lo llevamos dentro: es el miedo a ser lo que podemos ser; es la trampa del victimismo por el que nos auto-limitamos y nos reducimos, creando esquemas mentales que nos oprimen y nos arrinconan como bolsas llenas de basura, cuando en realidad somos gente maravillosa.

Hemos de poner a trabajar la fuerza de la voluntad para no permitirnos el lujo del auto-victimismo  narcisista que busca llamar la atención de los demás hacia nosotros, quizás como compensación emocional a nuestra falta de criterio, de autoestima y de fe en la fuerza ilimitada que Dios ha puesto en nosotros para que la trabajemos en dirección a la belleza, la verdad y la bondad que está dentro de nosotros.

Los mensajes de la sociedad postmoderna y narcisista nos quieren convencer de que lo importante es triunfar a toda costa, aunque sea pisoteando al que vive con nosotros. Quieren convencernos de que lo inmediato es lo que vale, de que el sufrimiento no es necesario  para el triunfo. Eso no es más que una ilusión.

Sin embargo la realidad es muy distinta: “si quieres ser feliz, vive desde dentro, conectado con el yo real, destruye las máscaras que te oprimen, no tengas miedo de ser lo que eres, pero sobre todo orienta tus energías profundas en dirección de lo que puedes y quieres ser.”

Cuando nos tomamos en serio este estilo de vida, surge de dentro la energía del amor que transfigura nuestro ser, inteligencia, emocionalidad y voluntad. Incluso el estado físico y fisiológico comienza a mejorar. Llevamos dentro de nuestras venas el ADN del heroísmo y de la santidad. Sin embargo no lo sabemos, porque vivimos la mayor parte de nuestra existencia adormilados.

Me pregunto: ¿cuál es el aspecto más sólido de mi manera de ser, de mi carácter, de mi personalidad? ¿Lo activo o lo dejo aparcado, especialmente en momentos difíciles? ¿Qué experiencias concretas de sufrimiento he tenido a lo largo de la vida por las que hoy doy gracias a Dios, al ver cómo he aprendido con ellas aspectos importantísimos para conocerme y para vivir mejor?

“Me he bañado, Señor, en el río de tu amor. Me he atrevido a sumergirme en las aguas de tu misterio y me he convertido en una ‘nueva creación’. Has destruido mis resistencias a tu acción y, sellado por tu Espíritu, me has hecho tu hijo querido.

Sé que mis miedos ya no tienen sentido; son solamente una sombra que se derrite bajo el Océano de tu amor. He vuelto mis ojos hacia el Este y, ya para siempre, avanzaré hacia ese lugar donde Tú siempre amaneces… ¡Un viaje sin retorno!”