Hace unos días entré en el Metro de Nueva York, de regreso a nuestra comunidad en el barrio de Harlem. Me senté cerca de una persona de unos 40 años de edad. En mi espontaneidad, pensando que era hispano, lo saludé en español y enseguida me respondió en un inglés con acento asiático y me dijo que era de Siria, país en medio de una guerra sangrienta.
Tomando ese hecho como punto de partida me presté a seguir la conversación y me di cuenta de que había dejado su país hacía un año; un país, según él, muy bello y lleno de riqueza de todas clases. Finalmente me confesó que era un actor de cine, que salió huyendo de su país, y que ahora estaba establecido en los USA, donde de momento trabaja como cocinero.
A punto de despedirme de él al llegar a la estación de la calle 125, me escribió su nombre por si quería saber de él en internet. Efectivamente lo busqué, y allí estaba él como actor; su nombre: ADHAM. Adham me dijo en los últimos segundos de nuestra conversación: “hace un año dejé todo en mi país, incluidos mis seres queridos; pero soy fuerte y sé que triunfaré en este país.”
¿De dónde brotaba la energía de Adham? Me confesó que seguía siendo musulmán, pero de una corriente que respeta la libertad y sobre todo la igualdad de los seres humanos. Se le notaba triste pues acababa de divorciarse en los USA de la mujer con quien estaba casado; mujer siria con nacionalidad estadounidense. Me enseñó en su i-pad unos platos árabes que había cocinado hacía poco. Se le notaba orgulloso de lo que hacía, y miraba al futuro con esperanza.
Ahí está la lección: valorar lo que somos y lo que hacemos, no lamentarnos por lo que hemos dejado de hacer ni por lo que otros han hecho o dejado de hacer por nosotros, e incluso en contra de nosotros.
Por eso nos preguntamos acerca de las cosas que hemos hecho en la vida de las que nos sentimos bien, orgullosos y satisfechos; acerca de los logros que hemos realizado y de los que todavía están al alcance de ser realizados. Para ello alimentaremos nuestra mente con pensamientos positivos; nuestra ascesis será no permitir nunca ni el mínimo pensamiento negativo acerca de nuestra valía.
Y desde ahí, debemos poner a trabajar nuestra voluntad en aquellas cosas, grandes o pequeñas, que la vida nos vaya deparando, como posibilidad de crecimiento personal. En definitiva, cuando encontramos el sentido de nuestra vida, todos los elementos de la misma, incluso nuestros fracasos, frustraciones, caídas y desasosiegos, se convierten en plataforma para recrearnos y levantarnos como las águilas en el cielo.
“Crecer y ser capaz de mirar al futuro con esperanza, convencido de que no cualquier tiempo pasado fue mejor… Haber perdonado todo y haber quemado el resentimiento y la venganza… Aproximarme a la meta, ser capaz de verme rodeado de niños que ríen y gozan conmigo… Ser un poco aquel Nelson Mandela que consiguió el Premio Nobel de la Paz y sin embargo reconoció que había fracasado como esposo y como padre… ¡Todos somos tan grandes y tan débiles…! Cada uno de nosotros somos hijos de un sueño imposible en el que estamos condenados a ser fieles. Estamos llamados a ser profetas de nuestro tiempo.”