DÍA 25 – Fernando Negro

“¿Lo presientes? Lucha y contemplación tienen una sola y única

fuente: cuando muchos cristianos han perdido la alegría,

la llamada a reconciliarnos nos interpela más que nunca.

Solos, separados, ¿cómo podríamos avanzar durante toda la vida

en una espera contemplativa? ¿Cómo perseverar en las

responsabilidades que hemos asumido por los demás? ¿Nos

olvidaríamos de que nunca estamos solos? En el Cuerpo de Cristo

hay una comunión en constante devenir que se llama la Iglesia.

Una libertad interior puede crecer en nosotros cuando la Iglesia

mantiene abiertas las puertas a una alegría y a una gran sencillez.

Incluso con casi nada, se hace acogedora, cercana a las penas

humanas, presentes en la historia, atenta a los más necesitados.

Cuanto más nos acercamos a la alegría y a la sencillez del

Evangelio, más se transmite la confianza de la fe. Elegir la sencillez

sostiene en el mundo una comunión universal en Cristo. Y lo

asombroso es que Cristo, el resucitado, no excluye a nadie, ni de su

perdón ni de su amor. Entonces pedimos la mayor alegría: “una

misma espera, un mismo amor, una sola alma”. Es ante todo con un

testimonio de vida como podemos hacer creíble esta comunión de

amor con el Espíritu Santo. Y si Cristo nos preguntara: “¿Quién decís

que soy yo?” Quisiéramos responderle: Cristo, tú no has venido al

mundo para condenarlo, sino para que todo ser humano encuentre

un camino abierto por tu compasión. Tú eres quien me ama hasta en

la vida que no tiene  fin. Tú lo sabes todo de mí, mi deseo de

comprender y ser comprendido, de amar y ser amado. Tú me abres el

camino del riesgo. El “no” en mí lo transfiguras, poco a poco, en un

“sí” de eternidad.

Cristo, presencia Misteriosa, tú rezas en mí, de día y de noche, sin

que yo sepa cómo. Encomendando mi espíritu a tus manos, no me

inquieto si mi oración es a menudo tan torpe. Tú me has buscado

incansablemente. Tú me sugieres: “Vive lo que has comprendido del

Evangelio. Ven y sígueme” ¿Por qué he estado indeciso tanto

tiempo? No obstante, sin haberte visto, te amaba. Y, un día, me di

cuenta: tú me llamas a una decisión sin retorno. Quisiera ser

transparente contigo, no ocultarte nada de mi corazón, darte no

solamente una etapa, sino toda mi vida. El Evangelio nunca mira con

pesimismo al ser humano. Jamás invita a la melancolía. Al contrario,

despierta a una apacible alegría. Y cuando hay un sufrimiento, el

corazón puede estar roto, pero no endurecido.” (Hermano Roger de Taizé).

El autor de este bello texto es el hermano Roger Schutz, fundador de la comunidad ecuménica en Taizé, Francia. Durante la guerra mundial, cansado de las divisiones nacionalistas y confesionales, se asentó en un pueblecito no lejos de Lyon, en Taizé, adonde iba acogiendo a personas que venían heridas no sólo físicamente, sino moralmente.

En ese contexto, gradualmente, fue surgiendo un grupo de personas que, como él, buscaban la reconciliación más allá de toda frontera marcada por el prejuicio, la cultura, la nacionalidad, o la confesión religiosa. Así surgió la hoy llamada “Comunidad ecuménica de Taizé”, donde monjes de diferentes confesiones cristianas experimentan  la parábola de la unidad.

Releyendo el texto del hermano Roger, analicemos qué es lo que más nos llama la atención. ¿Por qué? ¿Cuáles son mis resistencias ante los retos que el texto nos propone? ¿Sentimos la llamada a vivir con un estilo parecido al que el hermano Roger apunta para el mundo contemporáneo?

“Llévame al Desierto y háblame al corazón. Dime la verdad acerca de mí mismo y dime quién eres Tú, Dios de todos los nombres y sin nombre.

Y en diálogo de amor dime cuáles son mis errores y mis pecados y también mis compulsiones; sedúceme una vez más y para siempre. Que toda mi vida experimente la fragancia de tu amor.

Sácame al Desierto de mi corazón y, en silencio, fijaré toda mi atención sólo en ti y así aprenderé a volar por encima de mis miras estrechas y conoceré la Belleza desde arriba.

Y en el encuentro amoroso y amistoso contigo aprenderé a luchar contra la maldad dentro y fuera de mí, y me alegraré   para siempre en la Victoria que Tú ya has ganado para mí.”