DÍA 20 – Fernando Negro

Desde nuestra concepción en el vientre materno, se nos han dado tres herramientas que son parte de nuestro ser humano: una brújula, una antena parabólica y una linterna. Las tres herramientas nos ayudan nos solamente a descubrir quiénes somos de verdad, sino la dirección que estamos llamados a seguir si de verdad queremos ser felices.

La brújula es ese sentido por el que buscamos incansablemente la verdad de todo, en todas partes. Es como un fuego interior que no nos deja descansar hasta que poco a poco se va haciendo claridad la verdad de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser.

Agustín de Hipona pasó la primera parte de su vida en una búsqueda constante de esa verdad, pero la buscaba fuera de sí mismo y se equivocaba constantemente. Hasta que finalmente se dio cuenta de que esa verdad coincidía con su ser real, donde habitaba la Verdad que le estaba esperando.

La brújula interior marca impertérritamente la dirección de la felicidad auténtica incluso cuando nos empeñamos en seguir una dirección distinta. Esa brújula despierta en nosotros una pasión por un sueño que es siempre más grande que nosotros mismos. Por eso Agustín exclamaba: “Señor, nos has hecho para Ti, y mi corazón ya nunca reposará hasta que descanse en Ti”.

La antena parabólica es la capacidad de recibir los mensajes secretos que constantemente nos dirige la vida, desde la realidad, para conectarnos con lo que nos rodea y con las personas. La antena parabólica es, en el corazón humano, la capacidad de discernir en las situaciones concretas, aquello que más nos conviene, evitando o abandonando lo que nos hace daño.

Así que la antena parabólica interior nos ayuda a salir de nuestras adicciones malignas, de nuestros hábitos y pensamientos autodestructivos, a reconocer los dones que llevamos dentro y que quizás todavía no habíamos explorado ni descubierto. La antena parabólica aparentemente es un elemento pasivo, pero cuando está conectada con nuestro ser “despierto” y “atento” nos señala el camino que nos llevará a la cima de que podemos ser.

La linterna sirve para alumbrar en la oscuridad a corta distancia. Haciendo un traspaso simbólico al mundo de nuestra interioridad, la linterna interior es ese mundo de convicciones profundas que vamos descubriendo a base de errores cometidos, de intuiciones regaladas gratuitamente, de conclusiones a las que llegamos, en un proceso de elaboración racional y existencial, a construir el tejido de nuestra existencia.

La linterna interior no puede llevarnos a contemplar el final feliz de nuestra vida, aunque lo intuye. Nuestra tarea fundamental es fiarnos de esa luz tenue pero real que nos alumbra por dentro y nos hace transparentes hacia afuera. Vamos caminando en medio de las sombras, guiados por las luces que en la noche recibimos, mientras éstas son el augurio de un hermoso amanecer.

La brújula, la antena parabólica y la linterna nos hablan simbólicamente de la profundidad de las cosas y de nosotros mismos, sabedores de que a fin de cuentas “las cosas importantes sólo se ven con los ojos del corazón”.

“Buscarte, Señor, buscarte

Entre la sombra y el viento;

Y finalmente encontrarte

En el Amor de tu Cielo.”[1]

-Adiós -le dijo.

-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple :

“sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.

-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.

-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.

-Es el tiempo que yo he perdido con ella… -repitió el principito para recordarlo.

-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…

-Yo soy responsable de mi rosa… -repitió el principito a fin de recordarlo.”[2]

[1] Poema que escribí a la muerte de mi hermana María de los Ángeles, el 24 de mayo de 2013.

[2] Tomado del libro “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry (Junio de 1900-Julio de 1944).