Decirnos la verdad acerca de nosotros mismos sin máscaras ni resistencias, es duro. Pero es la única manera de salir airosos del círculo vicioso en el que tramposamente nos metemos una y mil veces. Vivir desde la verdad de lo que somos nos hace libres, aunque por un momento nos parezca estar agonizando.
Confesar quién soy es el primer paso para comenzar a cambiar mi forma de pensar. Al cambiar mi forma de pensar comienzo a elaborar una nueva percepción de mí mismo basada en la bondad que me habita. Como consecuencia se va operando, gradualmente, la transformación del ser.
Esta transformación puede convertirse en un momento trascendental en la vida de una persona en el que se da un antes y un después. Desde estas experiencias de auto observación y auto exploración, vamos descubriendo posibilidades dormidas que nos estaban esperando desde el mismo día de nuestra concepción en el vientre materno, y no sabíamos que existían.
Decirnos la verdad acerca de lo que somos, es aprender a valorarnos incluso cuando otros piensen lo contrario. Decirnos la verdad, confesar la verdad de nuestra esencia es aprender a no permitir que nadie pisotee nuestra valía, y a comprometernos en levantar la valía de los demás.
Confesando la verdad de nuestra identidad, a pesar de nuestros fallos, incongruencias y pecados, es aprender a amarnos y a amar. Pues descubrimos que hay un reducto, un océano inmenso de belleza que nada ni nadie puede destruir. Es la imagen de Dios dentro de nosotros mismos.
En esta confesión se da una liberación emocional por la que aprendemos una nueva sabiduría, una especie de intuición por la que el pensamiento meramente racional se queda corto para definir la esencia de las personas y de las cosas. Aprendemos a abrir la ventana del espíritu que nos hace libres.
Practicando constantemente esta autoconciencia y auto-observación progresamos en nuestro crecimiento personal de autonomía, pues llegamos asimilar existencialmente que nuestro pasado no representa lo que de verdad somos, nos liberamos de la culpabilidad malsana, y aprendemos que lo que de verdad nos define es la esperanza de lo que está por venir.
¿Cómo vivo todo esto? ¿Me dejo estrangular por la culpa malsana? ¿Ofrezco resistencias a la verdad absoluta de lo que soy auténticamente? ¿Soy fiel a los deseos más hondos que puedo escuchar al nivel de mis tripas?
EL PRISIONERO
“Señor, te estoy llamando
Pues eres tú mi único rescate.
A ti te llamo, Iahvé, Alá,
Dios, God, Brahma, Nwie-ngong…!
Devuélveme la identidad
Tú que siempre usas mi nombre
Con amor infinito.
Que pueda mirar al cielo
Y libremente llamarte ‘Abba, Padre’.”