Somos muchísimo mejor de lo que creemos ser; muchísimo mejor de lo que otros piensan o nos hacen creer. El problema es que no acabamos de creérnoslo. Somos severos, muy severos para con nosotros mismos aunque, en el fondo, lo que realmente buscamos es dejar claro que realmente somos buenos, que somos mucho más que nuestras meteduras de patas, que nuestros errores y debilidades.
Debemos clarificar de una vez por todas que hacemos cosas malas, pero que en el fondo del ser real hay siempre una fuente inagotable de bondad que nos define: ¡somos buenos!
Cuando esta evidencia pasa a formar parte de nuestra consciencia, avanzamos a pasos de gigante y afectamos positivamente a las personas que se cruzan en el camino de la vida, porque el amor y la bondad son las dos energías que de verdad cambian al mundo.
Esta mañana caminaba por la 125 Street en New York (Harlem). Me ha adelantado un señor moreno con pantalones vaqueros y una cazadora marrón. Yo lo seguía a dos pasos y enseguida me he percatado que saludaba de forma muy respetuosa a los trabajadores y dependientes que estaban a las puertas de sus negocios. Por un instante he creído que era el propietario que inspeccionaba los negocios; pero, no, él seguía su curso y saludaba a un padre con un niño, a una señora que acababa de pasar un semáforo; a todos los deseaba un “Have a good day!” Atraído por su actitud he decidido seguirlo hasta que se ha metido en la boca del metro. Mientras bajaba las escaleras y pasaba, iba deseando un “buen día” a las personas que bajaban más despacio que él.
He pensado que esa persona anónima para mí era ‘mi ángel de la guarda’ que me invitaba a vivir despierto, alerta, disponible para amar. A veces nos concentramos tanto en nuestros problemas, que acabamos obsesionados por las menudencias de nuestras percepciones disfuncionales. Nos perdemos lo mejor de la vida: la bondad que nos habita y que grita constantemente “¡LIBERTAD!”
“Cuando Tú me miras
Nunca me condenas.
Tu mirada penetra mi corazón
Y me llenas del Océano de tu amor
Y tiernamente me enamoras.
Tus ojos reflejan tu amor
Y me inundan de tu luminosidad
Transformándome en tu imagen.
Y cuanto más me expongo a ti,
A tus divinos rayos de amor
Más tú destruyes mis adherencias
Y los límites de mi pecado.
Y así avanzo, paso a paso,
Hacia tu divina presencia.
Y sé que un día,
Al atardecer de mi vida,
Mis ojos te verán un día
Contemplando tu eterno amanecer.”