A veces nos sentimos enterrados por nuestros errores, con un sentimiento de culpa que nos resulta aterrador. Noches en blanco pensando en los aspectos más trágicos de nuestra vida se vuelven pesadillas que marcan una especie de futuro sin salida, sin lugar para la esperanza.
Pero eso no es más que una ilusión, pues los seres humanos estamos llamados –todos- a causas nobles y elevadas que pueden romper (y de hecho las rompen) las ataduras de nuestros sentimientos de culpa.
Es verdad que muchos de nuestros errores no tienen excusa alguna, no pueden ni deben justificarse, si realmente somos honestos y verdaderos con nosotros mismos. Sostenemos que cada persona tiene en sí misma un valor positivo, un sentido vital, que supera el peso de la culpa, por pesada que ésta sea.
No nos definen los errores cometidos, tampoco los triunfos si sólo los conseguimos a base de quemar el propio ser. Lo que realmente nos define es lo que poco a poco aprendemos en la vida, sobre todo de nuestros propios errores.
Por eso defendemos que cada persona debe conectarse con sus raíces, por humildes que éstas sean. Ahí está el caldo de cultivo para su grandeza si, fiel a sus deseos más profundos, se abre incansablemente a la construcción de sí mismo desde el ADN espiritual que le identifica.
Nada se nos da gratis, o mejor dicho, todo se nos da gratuitamente si estamos abiertos a la sorpresa, a la bondad y a la belleza que nos rodea por doquier y nos habita por dentro. Somos maravillosos y todavía no lo hemos descubierto. El día que lo descubramos habremos comenzado a VIVIR.
¿Quien subirá al monte del Señor?
Quien tiene las manos limpias y el corazón sincero.
Ese subirá a la montaña del Señor.
Señor, tú me invitas a ascender a alturas mayores, incluso cuando me veo hundido en el abismo. Y me invitas a ascender porque me amas y siempre cuentas conmigo. Y me dices constantemente ‘duc in altum’. Sí, Señor, nos has hecho para las estrellas, somos ‘polvo estelar’ y quieres que disfrutemos de la belleza mas allá de la rutina. Nos invitas siempre a la excitante y siempre inacabada ascensión hasta que un día podamos verte cara a cara. ¡Qué bello es vivir!