DÍA ONCE – Fernando Negro

La felicidad no es un regalo que se nos otorga. Tampoco es futo de la ‘buena suerte’, ni de las circunstancias externas. Soy yo quien determino y decido ser feliz en cualquier circunstancia en la que me encuentre.

Lo que determina mi felicidad o mi infelicidad, en gran medida, es mi disposición o actitud interna. Si no fuera así, no podríamos explicarnos cómo ante una misma situación, dos personas pueden reaccionar de maneras diametralmente distintas.

Y lo que es más interesante aún es que, como ha sucedido a los grandes personajes de la historia, las oportunidades más significativas y más cruciales para el cambio personal suelen darse en medio de los más severos sufrimientos, en medio de tremendas dificultades.

Esto sucede porque tenemos una gran capacidad de resiliencia que nos lleva a reponernos desde dentro y a rehacernos con renovado espíritu, como si el mito del Ave Fénix se hiciera realidad en cada persona que se empeña en mirar al futuro desde la esperanza.

Para los que creemos en un Dios Bueno que se alía con nosotros cuando somos débiles y nos sentimos necesitados, recurrir a Él es una ayuda tremenda. Conectados con la fuerza que nos visita de lo Alto se fortalece nuestra humanidad y se eleva a nuevas dimensiones de sabiduría y fortaleza que de otra manera no experimentaríamos.

Recordemos: en momentos de oscuridad y desolación interior, es cuando, precisamente a causa de la experiencia de la oscuridad, podemos apreciar el gran regalo de la luz.

“El Señor luchará por ti mientras tu tarea es simplemente permanecer silencioso” (Ex 14,14)

Además nos alegramos en nuestros sufrimientos al darnos cuenta de que el sufrimiento produce templanza” (Rm 5,3)

“La persona alegre es la que maneja los problemas de cada día con fidelidad y obediencia, viendo en sus dificultades oportunidades para ser feliz.” (Elizabeth George)