DESTELLOS DE DIOS RPJ 564 Descarga aquí el artículo en PDF
M.ª Ángeles López Romero
Cuando 2023 llegaba a su fin, un asistente llamado Yuste, generado por inteligencia artificial, te ofrecía la posibilidad de resumir el año a través de los temas más destacados, sus protagonistas, lo más leído, las fotos más impactantes o una selección de buenas noticias publicadas en el diario El País. Fui pasando una por una por todas las secciones. Los acontecimientos y personajes recogidos respondían desde luego al criterio de estar entre los más destacados del año. Incluida, paradójicamente, la propia Inteligencia Artificial que me estaba sirviendo la selección en bandeja virtual. Curioso. Y, sin embargo, como toda selección, era necesariamente imperfecta («no eres tan listo, Yuste», pensé). Porque dejaba fuera otros acontecimientos más pequeños, menos espectaculares pero trascendentales para las vidas de muchas personas.
Me refiero, por poner solo un ejemplo, a los gestos y hábitos solidarios que han permitido a las ONG llevar alimentos o atención médica en situaciones extremas a las víctimas de la guerra entre Israel y Hamás, entre Rusia y Ucrania, en tantos otros conflictos y realidades dramáticas que coexisten en estos momentos en nuestro planeta.
Se equivoca la Inteligencia Artificial, desde luego, si obtiene conclusiones sobre la condición humana a partir de esa selección de imágenes y noticias recogidas al finalizar el año. Incluso si para juzgarnos pudiera leer todas y cada una de las informaciones publicadas en cualquier medio de comunicación del mundo, se equivocaría. Porque igual que la vida no es lo que nos contamos en Facebook, nuestra historia como humanidad no se reduce a esa sucesión de guerras y armisticios, convocatorias electorales y sesiones de investidura, plenos parlamentarios y declaraciones de intenciones.
El retrato robot que surge de todas esas informaciones publicadas no nos representa como miembros de ese grupo humano dado en llamar Humanidad. Puede mostrar algunos de nuestros mayores vicios y defectos, no lo niego. Algunos tan comunes como el egoísmo y otros tan viles como el afán de deshumanizar al contrario o de cosificar a las mujeres o de explotar a los débiles. ¿Pero, dónde queda en las noticias el amor entregado de la mayoría de padres y madres del mundo, la generosidad de los voluntarios o quienes colaboran con una ONG, del modo que sea? ¿Dónde la grandeza de quien crea para embellecer el mundo, de quien cuida, o de quien es capaz de ayudarnos a encontrar nuestra dimensión trascendental?
Y, aun así, cuenta Wikipedia para quien quiera saberlo, que hay en estos momentos 56 guerras activas en el mundo. 56 conflictos nacidos del empeño de expulsar o destruir al otro. De acaparar bienes o imponer credos o ideas. Parece que no aprendemos, pasen los siglos que pasen. No comprendemos que la magia de este mundo es precisamente que aquí cabemos todos a poco que nos apretemos un poquito, que nos dejemos de fronteras y nos miremos a los ojos. Que nos reconozcamos en el otro, en lugar de proyectar sobre él un odio alimentado por el relato y el ruido. Cabemos todos. No importa quién llegó primero o se equivocó el último. O importa, pero no lo suficiente como para matarnos.
Por estas mismas fechas en que Yuste seleccionaba fotos de deshumanización y tragedia, se estrenaba en los cines La sociedad de la nieve, esa película de J.A. Bayona que cuenta de manera magistral cómo sobrevivieron en condiciones imposibles los pasajeros del vuelo que en 1972 se estrelló en Los Andes. No importa si no la has visto aún. El título ya lo dice: juntos, unidos, asociados… sobreviviremos. Todos dentro. Nadie, nunca más, a la intemperie. Es un deseo loco, lo sé. Pero ¿quién soy yo para perder la esperanza en esta Humanidad que aún desprende destellos de Dios, incluso en medio de la muerte, el odio y la destrucción?
Cabemos todos. No importa quién llegó primero o se equivocó el último.