Iñaki Otano
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”. Jesús les contestó: “Os lo aseguro: me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios”. Ellos le preguntaron: “¿Cómo podremos ocuparnos de los trabajos que Dios quiere?”. Respondió Jesús: “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado”. Ellos le replicaron: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Les dio a comer pan del cielo’”. Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”. (Jn 6,24-35).
Reflexión:
Jesús ha tomado en serio el clamor de la gente hambrienta. Pero, tras socorrerla, ha visto el peligro de que venga después una escalada por tener más y más. Por eso, les hace mirar más allá y poner la liberación plena en algo que trascienda el pan material: Trabajad no por el alimento que perece sino por el alimento que perdura, dando vida eterna. Para Pablo VI y Benedicto XVI, el auténtico desarrollo “debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.
Las causas del subdesarrollo, según los dos papas, no son principalmente de orden material. Es, en gran parte, cuestión de voluntad para no desentenderse de los deberes de solidaridad. La falta de fraternidad está a la raíz de las graves carencias de los pueblos hambrientos. El pan tan necesario no debe llevar al egoísmo de tener y a desentenderse de los otros. Hay que cultivar valores que humanicen y permitan pensar en clave de humanidad.
A la falta de esos valores y a la supremacía del propio beneficio como única razón de vida, se deben las desigualdades que denuncia Benedicto XVI: “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza… La riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo ‘el escándalo de las disparidades hirientes’”.
Al mismo tiempo, “sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento… La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa”.