Contemplamos atónitos cómo desde un ferry que conecta Melilla con Almería se divisan decenas de cadáveres de jóvenes ahogados flotando al vaivén de las olas, hombres y mujeres que seguramente han entregado todo cuanto poseían para conseguir un espacio en una especie de barca donde realizar el viaje a ese horizonte que, como tantas veces, acaba sumergido en el fondo del mar…
Asistimos a las manifestaciones de miles de trabajadores, muchos de ellos muy jóvenes, que aceptan el descenso de sus ya de por sí sueldos indignos para no perder el puesto de trabajo, porque la multinacional para la que trabajan ha decidido que quiere ganar más a costa de los de siempre, es decir, de la mano de obra…
Todos los días tenemos la oportunidad de ver a un número incontable de personas a las que definimos como indigentes, sin papeles, pobres, extranjeros del este… Personas que con papeles o sin ellos carecen de derecho alguno y malviven en las periferias de nuestras ciudades. Eso en el mejor de los casos, porque nos hemos acostumbrado tanto a todo que hasta nos resultan invisibles u objeto de indiferencia involuntaria (o no).
Somos testigos de cómo millones de seres humanos deambulan por nuestro continente en busca de algún país que les acoja, que les dé el derecho a vivir en un pedazo de tierra y comenzar de nuevo… Y nos resulta algo normal, algo que siempre ha pasado, algo que no está en nuestra mano que deje de suceder…
Cada dos días aparece un informe de la cantidad inmensa de toneladas de comida que nos sobra y que acaba tirándose a la basura, mientras tres cuartas partes de la humanidad pasa hambre hasta límites difícilmente imaginables para nosotros, occidentales especializados en dietas de adelgazamiento y en tratamientos estéticos que terminan decorándonos como si algo pudiéramos hacer contra el paso del tiempo.
Nos llama la atención las acciones y desvaríos del régimen de Maduro, de Pionyang, los derechos inhumanos del Régimen Chino, las dictaduras aniquiladoras y sonrojantes de África… Pero casi todo acaba resultándonos normal, indiferente, irreparable o sencillamente parte del sistema. «Es lo que hay», decimos, para seguidamente continuar con otra cosa.
A esto añadimos una humanización cada vez más amplia y amplificada de todo lo no humano: las mascotas, los móviles, las redes, los coches, la ropa de marca, las gafas fashion y la última propuesta, opinión o pensamiento que un youtuber, influencer o notas convierte en verdad y en tendencia solo por el hecho de que la ha pronunciado él, convirtiéndose por ello en el referente humano a imitar, por encima de todo, de todos y a costa de lo que sea.
En este tiempo nuestro en el que tratamos a los animales como no tratamos a los seres humanos, en el que cuidamos la imagen como no cuidamos el espíritu, en el que todo lo que aparece en las redes es verdad y no admite matices, en el que hablamos de época de la posverdad como si eso fuese un valor que cuidar, educar y fomentar, en el que lo religioso es perseguido, casi constreñido a ser algo privado, individual y secreto… En este tiempo nuestro necesitamos humanizar lo humano.
Necesitamos humanizar lo humano. Como afirma el cantautor Luis Guitarra, necesitamos «desaprender la guerra, realimentar la risa, deshilachar los miedos, curarse las heridas, difuminar fronteras, rehuir de la codicia, anteponer lo ajeno, negarse a las consignas, desconvocar el odio, desestimar la ira, rehusar usar la fuerza, rodearse de caricias, reabrir todas las puertas, sitiar cada mentira, pactar sin condiciones, rendirse a la Justicia, rehabilitar los sueños, penalizar las prisas, indemnizar al alma, sumarse a la alegría, humanizar los credos, purificar la brisa, adecentar la Tierra y reinaugurar la Vida». Total, nada.
Como dice el papa Francisco, «lo que está en crisis es el hombre y aquel que puede terminar destruido es el hombre. Pero el hombre es imagen de Dios, por eso es una crisis profunda. No nos cerremos en nosotros mismos, ni con los que piensan como nosotros. Salgamos a las periferias existenciales y demos testimonio del Evangelio» (Papa Francisco, Encuentro con movimientos de laicos). Debemos –como el mismo Francisco afirma– tomar conciencia, sensibilizar y humanizar.
Y para ello los jóvenes tienen muchas posibilidades. Una de ellas es una propuesta que lleva años puesta en marcha en algunas instituciones (con diferentes nombres y acentos) y que, en el tiempo, ha dado y sigue dando sus frutos. Por ejemplo, en los Bachilleratos de los centros de la Fundación Educación Católica esta propuesta de Aprendizaje y Servicio Solidario se llama Desarrollo del Talento Solidario, y es conocida en los centros por las siglas DTS FEC.
El DTS trata de proporcionar experiencias de servicio que acompañadas de una adecuada formación y reflexión sean capaces de generar en los alumnos de Bachillerato (o su paralelo en la pastoral juvenil parroquial), la sensibilidad hacia los problemas sociales de su entorno, la capacidad para identificar sus causas y la iniciativa necesaria para desarrollar actitudes de compromiso y colaboración con los más desfavorecidos.
La propuesta se desarrolla a lo largo del curso, con una parte de fundamentación teórica y otra práctica en la que los jóvenes se comprometen personalmente con diferentes instituciones y distintos proyectos solidarios. Esta fundamentación se desarrolla a lo largo de una serie de sesiones, bien al inicio de curso, bien durante el desarrollo de este. Los ámbitos de acción son muchos: desde el apoyo escolar hasta tareas de acompañamiento y entretenimiento en residencias, pasando por el reciclaje, los comedores sociales, las diferentes propuestas de instituciones como Cáritas, la Comunidad de San Egidio, etc.
Ojalá seamos capaces en nuestras comunidades y grupos juveniles de movilizar y desarrollar el talento solidario de los más jóvenes, recordando siempre que el compromiso por la justicia no es solo consecuencia de creer en Jesús sino parte fundamental de esa experiencia fundante y estructurante. Invitemos a los jóvenes a humanizar lo deshumanizado y a humanizar lo humano. Merece la pena.
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RPJ nº 529 – Desarrollo del talento solidario para jóvenes – Oscar Alonso
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