Confieso nunca haber practicado de una forma más o menos seria un deporte de equipo, aunque aporte lecciones para nuestra vida diaria. En la mayoría de los casos, si preguntamos a una persona cualquiera sobre los deportes en equipo, nos mencionaría, antes o después, el tema de los valores. Virtudes entre las cuales podemos encontrar el compañerismo, la ayuda, la humildad, el apoyo entre los jugadores, etc.
En la Iglesia tenemos nuestros propios «equipos», en común unión por una misma causa, donde nuestro objetivo no es enfrentarnos unos a otros y ganar (u obtener más afición), sino alcanzar un puente para la felicidad, individualmente pero a través de los demás con el amor al prójimo como máxima, con la ayuda de tu equipo en la Iglesia: la COMUNIDAD. Uno de los mayores deseos del Concilio Vaticano II reside en volver a la esencia, al arjé de la vida cristiana que es la comunidad, como vemos en las primeras comunidades cristianas. Reconocer en la comunidad un grupo de personas no solo con los que celebrar, sino un lugar donde ser y vivir. Vivir en Cristo y con Cristo. Compartir penas, preocupaciones, victorias… certezas inciertas e incertidumbres ciertas, en las que podamos descubrir Su presencia.
En la Iglesia necesitamos, hoy más que nunca, comunidades abiertas y que salgan a las periferias, como dice Francisco; que no sean conformistas y se crucen de brazos porque aún hay mucho por hacer (basta con encender el Telediario para verlo).
Con la comunidad y con Cristo en el centro de nuestra vida jugaremos el mejor partido de la historia.
@JavierGregorio_