No llevábamos de confinamiento ni cuatro días y ya habíamos pasado del aplauso a la cacerolada. El gobierno, los políticos, los vecinos que no cumplen las restricciones, el opus, el ejército, Europa, Fernando Simón, los periodistas, el 8M, el vaticano… Pronto surgieron personas o instituciones a las que culpar directa o indirectamente de lo ocurrido. Porque ¿quién dirá que no hay motivos suficientes? Los hay de sobra.
¿A quién culparás tú esta semana? ¿De quién llevarás la cuenta? ¿De alguno? ¿De todos? Si el aplauso nos unió en un sentimiento de agradecimiento y esperanza común, las caceroladas lo harán con la rabia. Sea contra quien sea, porque ten por seguro que cambiarán los destinatarios cada cierto tiempo. Dale a la cacerola si lo necesitas, pero no guardes rencor. Pide cuentas, por supuesto, y ¡¡justicia!! Pero entonces recuerda que alguno de esos cacerolazos también va por ti y por mi ¿Quién hizo memes banalizando al coronavirus? ¿Quién tachó a otro de hiperalarmista al principio? ¿Quién pensó que esto no llegaría? ¿Quién delegó en otros toda responsabilidad de informarse bien? Golpea la cacerola muy fuerte si quieres pero no te ayudará mucho a asumir la responsabilidad que tenemos cada uno-a por pequeña que sea.
Etty Hillesum, una joven judía holandesa, dejó escrito esto en sus diarios antes de morir en un campo de concentración:
- “El odio salvaje que sentimos por los alemanes vierte veneno en nuestro corazones”
- “La maldad de los otros está también en nosotros. Y no veo otra solución, realmente ninguna otra, que regresar a ti mismo, a tu propio centro, y extirpar de tu alma toda podredumbre”
- “Nada es peor que este odio global, que no hace diferencias. Es una enfermedad del alma”
Al no golpear la cacerola, consciente o inconscientemente corremos el riesgo de no ser parte del pueblo o ser considerados unos ciudadanos muy tibios. Ya estamos luchando contra una enfermedad muy difícil que está dejando muchos muertos, por favor, no contraigamos una del alma en esta larga cuarentena.