DEJAR QUE EL OTRO SEA – Hna. Inmaculada Luque

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Hna. Inmaculada Luque

Monasterio de la Conversión

hna.inmaculada@monasteriodelaconversion.com

Reconozco que he intentado seguir un método de acompañamiento y que no me ha funcionado. Me he formado en eso, he hecho experiencia en mi propia vida, y lo he intentado aplicar, pero a mí no me da resultado. Una vez, en unos ejercicios espirituales me aconsejaron que hablara a diario con un acompañante, y me pidieron que, después de cada rato de meditación metiera ese misterio que para mí sigue siendo la oración en cuatro casillas de doble entrada: emociones, pensamientos, que venían de dios y no de dios (dudo de que aquí convenga escribirlo con mayúscula). Qué angustia solo de recordarlo. Después, cuando estudié, me dieron tablas de emociones y creencias, de posibles problemas espirituales y una guía para discriminar si lo que la persona plantea o siente era de Dios o no era de Dios. Era sencillo, en el acompañamiento solo tenía que seguir los pasos: situar el problema, ordenar afectos, discernir su origen. Yo me adherí a aquel método, me fie. Al fin y al cabo, me dije, es algo que tantos cristianos han seguido y ha dado mucho fruto a la Iglesia, ahora no quieras tú inventar la pólvora.

Pero después vino el día a día, me puse a acompañar, y me encontré con la gente, las personas concretas. Lo que tenía delante no era un problema, ni una situación llena de sus particularidades, sino una persona. Imposibles de meter en un esquema sentía que las asfixiaba si me empeñaba en seguir los pasos del método. No abandoné al primer intento, ni mucho menos, pero al fin, incómoda yo también con un planteamiento que sentía que reducía la Vida (ahora sí) a cuatro casillas decidí dar un paso atrás. Abandonar los objetivos con una persona, lo primero, y dejar que la Vida se abriera paso. Abandonar la pretensión secreta de utilidad, de que nuestra palabra o nuestra compañía es necesaria, imprescindible, iluminadora. Renunciar a decidir el bien de la otra persona y a saber con demasiadas certezas. Escuchar en silencio, sin querer poseer, sin caer en el vicio de terminar las frases o adelantar lo que siente. Escuchar sin saber.

Se me pedía deshacerme de mis propios criterios personales, y abandonarme yo misma al misterio del bien, al misterio de un Dios que tenía su propia historia de salvación con esa persona, que la amaba en su singularidad y que le permitía ser, ahí estaba la clave para mí. Dios permite que el otro sea, que el distinto sea, no le pide que se amolde a sus esquemas, y lo mira como amable. Ve Dios que es bueno. Ahí encontré un método, un camino posible, una frase que en sí misma ya vale como linterna para el acompañamiento: dejar espacio para que el otro sea. O el Otro con mayúsculas.

Y desde ahí es posible que brote la Vida. Dejar que el otro sea y que Dios sea en la vida del otro. A su modo y a su manera, tal como lo siente y lo expresa, y al ritmo al que lo hace. Cuánto sufrimiento veo a veces que trae, en las personas que acompaño, querer encajar en un sistema. El temor a estar equivocándose, o a pecar, o a ser infeliz porque lo que somos y lo que hacemos no responde a un esquema de bien.

Permitir que el otro sea y que Dios sea en la vida del otro, en toda su plenitud ambos matices, es la tarea fundamental del acompañamiento. Y requiere de nuestra parte la decisión más hermosa de la vida: dar un paso atrás. Qué extraño acompañamiento este que no te hace caminar delante, y ni siquiera al lado, sino caminar un paso por detrás. Tantas veces el amor que nos hace dar un paso atrás exigirá también dar una palabra que ilumine, o que funcione como despertador de la conciencia, pero no deberíamos acomodarnos en esa situación sino hacernos, como acompañantes, hueco y espacio para colaborar misteriosamente con este Dios que es Vida, abundante y verdadera, que trae vida nueva para cada hombre en su circunstancia concreta. Y entonces surgirán las preguntas, la conciencia del mal, de nuestras dobles intenciones, los planteamientos vocacionales en su sentido más verdadero y la decisión de seguir al mismo Cristo que dio la vida por nosotros. Él es el primer interesado, amante interesado, en el camino de esta persona, se implicará con ella, le mostrará, a poco que nosotros no seamos obstáculo y vivamos disponibles con su discreta a veces, fuerte y decidida en otras ocasiones, manera de hacer.

Evidentemente, esto no es una proposición teórica, sino que pide de nuestra parte una relación cercana, personal y cotidiana con este Dios que, a su vez, permite que nosotros seamos. La relación con el Dios vivo, que conoce y ama todos los matices de nuestra vida interior, con todos los hilos de nuestra historia, que ama todos los genios de nuestro carácter. El Dios humilde que elige, en cada instante, dar un paso atrás para que tú seas, y por eso despierta al amor-seguimiento más verdadero.