Fernando Negro
La educación requiere de la presencia, de la cercanía. Un libro puede abrir la mente e incluso el corazón de una persona ayudándole a descubrir aspectos nuevos y a conectarse con ráfagas intuitivas que le ayuden a crecer. Pero el proceso educativo requiere de la presencia del educador.
Se trata de establecer una relación mediante la cual el niño, el joven, incluso el adulto, se atreva a bucear dentro de sí mismo para descubrir los tesoros escondidos que viven en el interior. Se trata de remover la tierra para moldearla de tal manera que la semilla plantada, muchas veces oprimida, comience a crecer.
Jesús busca a los niños porque en aquel tiempo eran lo último de lo último. En el evangelio de Marcos aparece la escena en la que los discípulos despachan a los niños y Jesús se enfada con ellos[1]. “Los discípulos suponen que los niños apartarán a Jesús de lo esencial, lo importante. Por esto despiden a la gente quiere acercar a sus niños a Jesús para que los bendiga. Los discípulos están presos de sus ideas farisaicas. Los fariseos carecen del sentido del humor y no saben qué hacer con los niños. Creen que jugar con los niños es una pérdida de tiempo para los devotos y los privará de llegar a la vida eterna. Los niños sólo son importantes en su calidad de descendencia. Entretenerse con los niños no es digno de un rabino.”
“Jesús no piensa así. Se enfada por el comportamiento de los discípulos. Lleno de indignación los reprende porque han despachado a los niños. Cada vez que Jesús se enoja nos quiere enseñar cuán insensata es la actitud de aquellos a quienes se dirige la indignación. Mientras los fariseos discuten sobre la participación de los niños en el Reino de Dios, ya que no pueden presentar ninguna obra de la ley, Jesús pone a los niños como ejemplo de cómo nosotros estamos ante Dios. No es el cumplimiento de la ley lo que nos hace participar en el Reino de Dios, sino la humildad, ser como un niño, reconocer que ante Dios siempre nos presentamos con las manos vacías.”[2]
Vemos a Jesús que se manifiesta contracultural para la gente de su tiempo, expresando así su libertad absoluta ante la sacralidad de la persona, más allá de todo prejuicio o presupuesto que oprima su dignidad esencial en todas las etapas de su desarrollo humano.
San José de Calasanz se fijó en este icono de Jesús entre los niños, bendiciéndolos y relacionándose con ellos a su nivel, y optó por quedarse con ellos a través de la interacción educativa y evangelizadora, expresada en su lema “Piedad y Letras”, que hoy queda traducido como “educación global de la persona”.[3]
Calasanz combina la doble preferencia de Jesús por los niños y los pobres, y hace de ambas una sola opción canalizada a través de la acción educativa, preferentemente, aunque no exclusivamente, desde y en la escuela. En multitud de cartas así lo deja expresado:
“Esté muy atento para que las escuelas marchen bien, que es nuestro ministerio. Y haga usted de prefecto, visitándolas con frecuencia, que así cumplirá con su oficio.” (DC 1259; 20/02/1637)
“He tenido especial alegría de que hayan comenzado tan bien las escuelas, para que se prosiga de bien en mejor” (DC 1273; 12/12/1640)
“Procure que las escuelas caminen con toda diligencia y que no haya por la ciudad niños ociosos, particularmente pobres, por el mal ejemplo que dan a los que asisten a la escuela.”(DC 1277; 01/07/1626)
Al contacto de los niños con Jesús se sentían importantes, parte esencial de un proyecto que se llama Reino de Dios. Y en este proyecto –lo escucharon de los mismos labios de Jesús- ellos van a ser los primeros.
No solamente eso, sino que Jesús los propone como ejemplo a imitar.[1] Los niños se distinguen por su vulnerabilidad, su dependencia de los padres, su inocencia, su espontaneidad y falta de malicia. Ésta es precisamente la materia prima para moldear una personalidad apta para el Reino de los Cielos. El resultado deseado de esa personalidad es llegar a ser “aliada de Dios”.
Hoy en día, cuando la Iglesia se ven asaltada por denuncias a sacerdotes pedófilos, la llamada a conectarnos con el mundo de los niños y los jóvenes debería ser renovada desde una posición de purificación de intenciones, volviendo a lo más genuino del pensamiento de Jesús de Nazaret: contagiarse de la esencia infantil para así entrar en el Reino que ha quedado inaugurado en su persona.
Lejos de alejarnos de los niños y de los jóvenes, estas denuncias que se destapan en muchos lugares de la tierra, han de ser una llamada a renovar nuestro entusiasmo educativo desde la denuncia y la profecía. Denuncia del avasallamiento de la inocencia infantil, y profecía que nos abre a una nueva forma de educar en la que el niño y el joven se conviertan en agentes a quienes nosotros estamos llamados a servir, amándolos incondicionalmente.
[1] Mt 18, 3
[1] Mc 10, 13-16
[2] Anselm Grün, “Imágenes de Jesús”, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 2004, pp. 136-137
[3] Es difícil concebir a San José de Calasanz sin la presencia de niños a su alrededor. La iconografíoa Calasancia lo representa casi siempre con ellos.