Alicia Ruiz López de Soria, odn
Querid@ joven:
Me cansa que estés despistad@ y, alguna vez, incluso cegata. Me pongo delante de ti, una vez más, a ver si abres el corazón a la auténtica Fiesta de la Vida. Allá va.
«El tiempo se ha cumplido» (Mc 1,15a). No es que haya llegado la hora de comer, ni que suene el final del partido, ni que se acabó el plazo para matricularse… Cuando te digo que el tiempo se ha cumplido te estoy diciendo que «aquí y ahora estoy contigo», que ya, si quieres, podemos caminar juntos por donde te apetezca o por donde te lleven los acontecimientos de la vida. Recorridos externos e internos. Estoy contigo, ¿quieres empezarlo a sentir?
Y, mira, que yo esté contigo significa que puedes experimentar un Reino que desborda todas las expectativas. Lo primero que notarás es una ACOGIDA sin igual, parecida a la que te dan tus personas más queridas pero multiplicadas por infinito… A poco que te dispongas, te sorprenderás un poquito más cada día. Quiero caminar a tu lado y acogerte tal cual estés en cada momento, tal cual te sientas en cada situación… te conozco tan bien que no habrá lugar para máscaras.
El Reino que tienes cerca soy yo, un hombre feliz con una tarea divina. Evidentemente, como a todo hijo de vecino, se me puede facilitar las cosas. ¿Quieres hacer algo conmigo? ¿O vas a seguir volviéndome la espalda? ¿Te sumas a mirar a todos los que te rodean como colegas a los que unas veces pides ayuda y otras tantas puedes ayudarles tú a ellos? ¿Te comprometes con el que denuncia fraudes, con aquel que sana heridas –sobre todo si son del alma–, con aquel que practica la compasión? Son cosas estimulantes en sí mismas pero incómodas en medio de tramas interesadas y presididas por el dinero como valor último.
Si te decides a que caminemos juntos hay una cosa que tienes que hacer previamente: dirígete a mi Padre. Tú sabrás cómo: con palabras sinceras, con gestos elocuentes, con silencio diciente, con una mirada que traspase la superficialidad… No le llames Dios, quizá se haya convertido en una palabra muy manoseada; sencillamente invoca con respeto. Entrando en la intimidad que compartimos mi Padre y yo comprenderás que el Reino no es de este mundo, aunque esté en Él y, sobre todo, te sentirás enviado a colaborar con tu propia vida para que tome forma, al menos, allá donde estés tú. Sí, el Reino soy yo, pero quiero serlo contigo. Te regalaré alas de águila para que puedas volar alto y ojos interiores para ver el trasfondo de la realidad. El Reino deslumbrará contigo. Solo tienes que ACOGERME y permanecer unido a mí.