Decidió nacer en un pesebre – Jesús Carmona

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<<También José subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David llamada Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa que está encinta. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían albergue>> (Lc 2, 4-7)
Todos necesitamos salir de donde estamos y regresar al lugar en donde fuimos engendrados. Tal vez necesitemos ir a nuestra casa, a la casa de nuestra familia, pero sin lugar a duda, necesitamos encontrarnos con nosotros mismos. Es a esta casa, a la que debemos volver. Pero en su regreso ya no vamos solos. Ahora nos encontramos transitando un recorrido en medio de un parto. Somos caminantes como José y María, pero también, somos hospederos de transeúntes en la vía.
Como transeúntes o caminantes buscamos dar a luz y sacar lo que está en nosotros en el confort de un recibimiento digno. Obviamente dar lo mejor de nosotros, merece seguridad, bienestar, armonía y comodidad. Es lo mejor y por ende necesita lo mejor.
Como hospederos estamos alarmantes por recibir y acoger en nuestras vidas al mejor postor. Las grandes habitaciones de mi vida se encuentran hechas a la medida y al deseo de los demás, que sólo buscan llenar expectativas y un reconocimiento que se exalta con la simple voz que menciona ¡Qué bello lugar! Aquí lo bello y maravilloso posee un gran espacio. Pero… ¿Qué hay de aquello no tan agradable? ¿Dónde quedan las personas que no tienen para cubrir mis expectativas? ¿Tienen espacio en nuestro bello lugar aquellos que no son de mi clase, estatus, agrado, confianza…?
¡No! Para ellos no hay albergue. Decimos con plena seguridad ¡Vayan a otro lado, pues aquí no hay lugar!
Abandono es lo que sienten tantas personas que han salido buscando un mejor hospedaje, buscando una mejor manera de vivir, y un mejor lugar en donde puedan dar a luz. Somos muchos los que conociendo esta realidad, no queremos acoger en nuestra casa a ninguno.
Es increíble. Tenemos tanto y a la vez no tenemos nada. Nos relacionamos siempre mostrando nuestra belleza y es allí donde queremos dar a luz. Nos olvidamos de lo que no es tan agradable en nosotros, aquello que no quiero mostrar porque no me gusta, porque es feo y quizás vacío y sin interés para algunos. Es tan cierta esta expresión, pues nosotros ojos y nuestro querer no desean ni quieren mirar esos lugares porque no brindan una buena imagen y eso sin duda alguna nos atemoriza.

Y justamente Dios nace en un pesebre. En un pesebre sencillo, lleno de paja y de excremento. Allí donde no quiero habitar, es donde decide nacer el niño Dios. José y María nos enseñan a dejar nacer al niño. El niño Dios nace en cada ser humano, nace en el pesebre de cada persono. Nace en tu pesebre, nace en mi pesebre. Es en las realidades que no tienen lugar ni habitación, en donde Él, está naciendo.
Hay tantos que hoy son estrellas de Belén. Son muchos los que nos indican el lugar donde nace nuestro Dios. Si seguimos la estrella nos encontraremos en nuestro lugar más oscuro, en el lugar no visible, allí donde no quiero ir, donde el miedo nos arropa durante segundos, pero la esperanza nos hace ver que el medio de ti y en medio de mí, Él, está naciendo y está anunciando que viene a acompañarnos. Es ese niño que naciendo en nosotros, nace amándonos. Y ¿Cómo sabemos que nos ama? Los pastores son una señal: <<fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre>> (Lc 2, 16) Es esta la alegría que trae consigo el niño Dios, porque es Él mismo quien viene a nuestro encuentro y decide nacer en nosotros.
Dicha sensación se torna tan eufórica que solo corres a contemplarle. Ya no hay miedo, ya sentimos y vivimos el pesebre. Es hermoso, maravilloso y de agradecer
<<Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios>> (Lc 2, 20)
¿Estamos dispuestos a dejarle nacer en el pesebre de nuestro corazón?
Tan gran misterio es el que naciendo en nosotros viene amándonos y regalándonos algo increíble para compartir. Seamos pastores y glorifiquemos compartiendo con los demás. Vayamos y compartamos con nuestros familiares, amigos, compañeros y conocidos, pero sobre todo, vayamos a ver al niño que nace en el que no tiene nada, en el que está solo, en el que no me agrada, aquel con el que quizás pelee y termine alejándome. Es aquí donde veo la disposición y el nacimiento del niño Dios en mí.
Seamos también como José, que le ve nacer en él con agradecimiento y ternura. Y finalmente, seamos como María que le da a luz allí en lo sencillo, allí en el pesebre, reconociendo que es Él mismo Dios, quién ha decidió encarnarse y nacer en nosotros.
¡Feliz Navidad!
Jesús Carmona Márquez SchP