DE ENCUENTRO Y COMUNIÓN…Descarga aquí el artículo en PDF
DE ENCUENTRO Y COMUNIÓN…
¿Cómo salimos al encuentro de otras personas? ¿Cómo nos relacionamos? ¿Cómo es nuestra interacción con la naturaleza? ¿Y con las cosas que nos rodean?
Vivimos en un mundo de relaciones, donde estamos continuamente en contacto. Es rara la ocasión en la que disfrutamos de un instante de soledad. Cuando estamos conduciendo, nos relacionamos con otros conductores. Cuando vamos en el metro, nos comunicamos con los demás, aunque sea de forma no verbal. También nos comunicamos vía internet a través de diferentes dispositivos. Cuando estamos en clase, o en el trabajo… Por la calle, en un cine, en la iglesia… Nuestra vida es una continua relación.
Nuestra vida es una continua relación
Y, de las pocas veces que no estamos en relación con otras personas… lo estamos con nosotros mismos. ¿Cómo me miro al espejo recién levantado o cuando me voy de fiesta o a descansar? ¿Cómo hablo, cómo escucho, cómo agredo o acaricio, cuando las cosas salen como me gustaría o justo cuando todo parece un desastre?
A veces me da vergüenza reconocerlo, pero el cómo trato a la persona que tengo al lado es una ventana de cómo me trato a mí misma: con ternura, con desprecio, con prisa, con paciencia, exigiendo, perdonando, con rencor, con amor…
Lo mismo ocurre en nuestra oración. ¿Has caído en la cuenta de que, según cómo te tratas, cómo te encuentras, contigo misma y con las demás personas, así te relacionas con Dios? La oración que va más allá de una repetición continuada de plegarias aprendidas también acaba siendo un reflejo de nuestro mundo relacional.
Cuando tengo una temporada perfeccionista y exigente, acabo pidiéndole cuentas a Dios del mal en el mundo. Cuando voy flotando por la vida y todo me parece precioso, Dios me parece estupendo…
Podemos caer en la tentación de considerar a Dios como un «objeto» más con el que nos relacionamos, y olvidarnos de que somos sus criaturas aceptadas, amadas y reconciliadas.
Resulta que en este relacionarnos hay diferentes grados de intimidad. Hay momentos y hay personas con las que todo fluye, con las que nos dejamos acariciar, nos dejamos tocar, en las que somos nosotras mismas, sin más (ni menos). Pero sí que es cierto que esto, en la mayoría de las veces, lleva tiempo…
Vivimos en un tiempo de prisas, de desear resultados inmediatos o a corto plazo. A veces llamamos amor o plenitud al bienestar momentáneo. La realidad es que sentimos un gran anhelo de intimidad, de comunión, de amor. Mejor dicho, somos comunión, somos amor, somos intimidad, y deseamos poder compartirla, contagiarla, en todo lo que vamos viviendo.
Pero también, según van pasando nuestros años de vida, sabemos que ese amor no lo vivimos en plenitud, no lo compartimos en toda su esencia, porque somos personas finitas, limitadas y limitantes; es entonces cuando hacen su aparición en escena nuestros miedos, que a veces se convierten en grandes monstruos que nos paralizan, violentando ese tocarnos, ese relacionarnos, ese vivir en comunión.
Nuestro sentido del tacto, en estas ocasiones, se convierte en un instrumento para agarrar, para aprisionar todas nuestras relaciones. Confundimos comunión con fusión, y nos convertimos en personas posesivas, celosas, dependientes, asfixiantes. No solo con las demás, sino también con nosotras mismas, con Dios y con todo lo que nos rodea. Todo se convierte en posibilidad de herida, de sufrimiento, de dolor.
Pero no podemos olvidarnos, por favor, que somos personas amadas y amantes. Hemos sido creadas de Dios Amor para amar (cfr. 1Jn 4). Hemos sido creadas para generar vida en nuestro caminar cotidiano, en nuestra vida en relación, en nuestro acariciarnos. Somos personas llamadas a la ternura, a la dulzura, a la compasión. Generamos vida cuando sonreímos, cuando nos acercamos a nosotras mismas, a las demás y a Dios desde nuestra bella intimidad, con su grandeza y su pequeñez.
Somos personas llamadas a la ternura, a la dulzura, a la compasión
Nuestra plenitud la vivimos cuando nos atrevemos a vivir en comunión, cuando tenemos la valentía de compartir todo lo que somos, y cuando nos abrimos a mirar y a acoger a las demás personas tal y como son, sin depender de nuestras necesidades y afinidades. La comunión la experimentamos cuando nos encontramos y relacionamos de corazón a corazón, de autenticidad a autenticidad, tal y como Dios nos mira, nos conoce y nos ama.
Te propongo, en este momento, escuchar una pieza de música y dejarte llevar. Se trata de Nana arrugada de Ara Malikian. Fúndete con el violín, con su caminar, con su amplitud de notas y su variabilidad de ritmos.
¿Cómo es tu caminar cotidiano? ¿Cómo tocas lo que te rodea, a quien te rodea? ¿Y a ti misma, a ti mismo? ¿Cómo te acallas, cómo te distancias, cómo te silencias?
¿Has escuchado el piano? Si no lo has hecho, vuelve a escuchar, por favor, la pieza. ¿No te sugiere la presencia de Dios en tu vida? El piano tiene mayor presencia al principio y al final de la pieza, también en momentos concretos de la misma. Sin embargo, en otros pasa casi desapercibido… Toda una alegoría de la presencia de nuestro Dios Amor en la vida de cada persona.
No podemos olvidar que nuestra intimidad es amor. Ya que somos criaturas de Dios Trinidad que es Amor, Relación, Comunión, hemos de saber cuidar esa intimidad, aprender a reconocer su valor y a discernir cuándo y cómo compartirla sin miedo. Todo con Dios, desde Dios, en Dios.
Escucha aquí Nana arrugada: https://www.youtube.com/watch?v=TxkHEe_eZwU