Desde que era pequeño escuchaba que la juventud no estaba comprometida, que la juventud no hacía nada por los demás o que no había futuro con las generaciones venideras. Incluso mi padre, que me veía a mí y a mis amistades día a día, apuntaba también hacia esta idea.
La verdad es que mi padre me hablaba de sus aventuras de acampada y excursiones por el campo y, poco a poco, me inculcó la idea de la vida en la naturaleza, de hacer fuego y pasar momentos infinitos entre vivacs y campamentos. Es ahí donde encontré el que sería uno de los motores de mi compromiso con el escultismo.
Desde los ocho años fui parte del Grupo Scout La Salle 214 en Paterna (Valencia), del que formo parte desde hace veinte años y, como los jóvenes que entran a formar parte de esta familia fui superando etapas (manada, tropa, esculta y clan) y fui paso a paso adquiriendo los diferentes compromisos y promesas, etc. que marcan nuestra metodología educativa con felicidad y gozo. Disfrutando de la naturaleza con un ocio sano y tranquilo, educativo y basado en la acción.
Pero allí, además, de encontrar a mis mejores amigos, el amor a la naturaleza y a la diversidad, entré en mundo del escultismo. Un movimiento a nivel mundial; aunque al principio no fui muy consciente de que estaba entrando en algo que me cambiaría la vida, realmente me hizo orientar mis opciones hacia caminos que nunca hubiera imaginado.
Creo que cuando realmente fui consiente de todo aquello, de lo mucho que había ido aprendiendo en ese camino, fue cuando cumplí 18 años. Fue un momento crítico para mi grupo scout, descabezado de líderes que tomaran el timón y me vi en la circunstancia, con apenas la mayoría de edad, de capitanear un grupo scout, coordinando a todos mis compañeros scouters, a las familias y unas cuantas decenas de jóvenes a los que se les debía seguir transmitiendo todos nuestros valores.
Fueron meses y años difíciles los primeros, pero al cabo de un tiempo los esfuerzos dieron sus frutos y vimos cómo el número de socios aumentaba considerablemente año tras año: cada vez éramos más eficientes, más conscientes de la necesidad de buscar siempre formas de mejorar, de las cosas que se estaban haciendo bien y de las bases del escultismo, todo ello unido también a nuestros valores lasalianos, que iban calando en nuestros educandos.
Dice la ley scout que hay que sonreír ante las dificultades y la verdad es que siempre intenté quedarme con lo positivo y aprender de los errores, que también los hubo. Pero, sobre todo, me sentía orgulloso de ver cómo los jóvenes, esos que se retrataban día tras día en botellones, que se ganaban el apelativo de ninis, que no tenían valores o motivos por los que luchar, nos poníamos al frente de este proyecto.
En el mundo del escultismo conocí que hay modos diferentes de hacer ocio, que la gente puede ser voluntaria y solidaria porque sí, pero hay que tener un proyecto sólido y firme para que se pueda estar a gusto y se crezca como personas y como scouts, en nuestro caso. Y es precisamente la educación en valores como respeto, tolerancia, fe, actitud de trabajo, aprendizaje por la acción, justicia y amor en la libertad lo que, desde mi humilde opinión, hace que valga la pena dedicar muchos momentos, muchísimas horas de tu vida organizando, planificando, y ejecutando todas las actividades que realizamos para nuestros jóvenes scouts.
Hoy en día, más en la retaguardia que en primera línea de batalla, me siento orgulloso de ver cómo los que fueron mis educandos de ocho años son los que ahora llevan el timón del grupo y sortean las dificultades actuales con una sonrisa en la cara, como siempre les intenté trasmitir. También me hace sentirme especialmente orgulloso ver cómo el escultismo, que sin duda es un modo de vida, te devuelve más de lo que has dado; me enorgullece ver a los hijos de mis scouters venir a mi grupo y poder devolverles todos esos valores que sus jóvenes padres algún día me inculcaron a mí y ver cómo esa especie de círculo se va cerrando y repitiendo generación tras generación.
Actualmente resido en Estados Unidos, temporalmente y debido a otros avatares de la vida, pero sigo siendo scout, en todas las facetas de la vida. Y sigo intentando inculcar a mis alumnos y compañeros que las cosas se pueden hacer de otra manera. Especialmente me siento orgulloso de intentar seguir el mandato que el fundador del escultismo, Baden–Powell, nos enseñó, y que siempre ha sido mi mantra: «dejar las cosas mejor de como las encontramos». Aunque seguir esa idea no siempre es fácil, y a veces me ha llevado a tomar decisiones difíciles o aparentemente poco lógicas, ayudar a los demás e intentar escuchar lo que mi corazón y mis creencias me han pedido que haga son, hoy en día, el motor de mi vida y el fundamento de mi modo de vivir.
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RPJ 544 – septiembre 2020 – De cómo soy lo que soy por el escultismo – Pepe Esteso
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