Jesús y sus historias. Un hombre va a ser despedido por negligente y derrochador de los bienes de su amo. Está en una situación límite, de la cual es el único responsable. Sin embargo, buscará, y usando todo el ingenio, encontrará, una salida para no verse en la ruina.
No habla Jesús de imitarle en el engaño y en la trampa, obviamente: encontrarían amparo en este Evangelio los Bárcenas de nuestro panorama político. No creo que Jesús quiera ser en este caso su abogado defensor.
Habla de imitarle en su capacidad de reaccionar y de usar la inteligencia ante una situación que es sin duda límite.
Me pregunto ¿cuáles son nuestras situaciones límite? ¿En qué aprietos nos hemos metido?
Cada quién sabrá a nivel personal hasta qué punto ha tomado malas decisiones que le hayan llevado a verdaderos callejones aparentemente sin salida: quizá el descuido de la comunicación ha puesto en peligro una relación de pareja, quizá el abuso de caprichos y de lujos ha creado una persona narcisista y ególatra, quizá la pereza y falta de iniciativa haya hecho que nadie cuente contigo, quizá fui un corrupto aprovechando suciamente oportunidades que se me presentaron, y se descubrió el pastel y se impone la dimisión, o la cárcel…
Cualquiera que sea la situación sin salida, Jesús parece invitar a dos cosas: darse cuenta, e inventar la salida beneficiosa en el plazo medio o largo.
Lo primero es muy, pero que muy importante. Quizá lo más importante: caer en la cuenta. Si no nos damos cuenta de que esto está más que grave, difícilmente frenaremos el deterioro. Hacer como que no me he dado cuenta, mirar para otro lado, meter la basura debajo de la alfombra, no arregla nada, al contrario, todos sabemos que la cosa se pone peor. Es como tapar una mentira con otra mentira, para quedar enredado en la propia mentira y descubierto por todos.
Lo segundo, es lo inteligente. En muchas ocasiones habla Jesús de la inteligencia. Cuando nos habla de elegir la perla que nadie valora, o separar los buenos peces de los de mal sabor, o cuando hacía preguntas al público después de sus parábolas, para que llevemos a nuestra vida la obvia conclusión del cuento… Jesús quiere que no nos equivoquemos, que tomemos la decisión correcta, la única que lleva a la solución del enigma que somos.
Se me ocurre que, además de la anterior lista de situaciones personales que podríamos calificar de límite, podríamos destacar algunas a nivel colectivo, que son ya un lugar común en todos los análisis.
Uno es el cambio climático. Huelgan comentarios sobre la urgencia… ¿Cuál será aquí la respuesta inteligente? ¿Por qué no hacemos aquí, lo que sí hemos hecho ya con las fábricas de carne mechada contaminada de listeria? ¿Por qué no echamos freno inmediato al estilo de vida tan poco solidario y universalizable que llevamos el 10% consumiente del planeta?
Otro es el deterioro creciente de la democracia. Cada día nos llevamos las manos a la cabeza ante gobernantes que manipulan el desencanto y la queja para provecho propio y deterioro del sistema, retornando con chulería a describir la humanidad como selva más que como polis, enseñando los dientes y dineros que les harán poderosos en la única ley que reconocen, la del más fuerte… ¿Cómo desarmar este discurso? ¿Qué es aquí lo inteligente? ¿No irá en la línea de dar voz a los que no tienen músculo que enseñar, pero son multitud, saltadores de vallas, surcadores de mares, polizones entre mercancías? ¿No es momento ya de una democracia más radical y mundial, que no permita que los ricos legislemos siempre a la defensiva?
Y por último, la pérdida de entusiasmo en nuestro primer mundo acomodado. No hablo de los jóvenes, no, que mucho se ilusionan y secundan propuestas cuando quien las presenta lo hace con coherencia y brillar de ojos. Hablo de la generación escéptica que lanzó el optimismo de la teología a la basura, y quiso pensar que la vida era solo sobrevivir, que lo humano es más bien animalesco, que la historia son momentos sueltos, y los amores solo chutes de oxitocina. Hablo de los que olvidaron el Entusiasmo, el estar llenos de Theos. Los que pensaron que el pluralismo era sinónimo de relativismo y ridiculizaron a Dios para luego justificar su ser ateo, sin darse cuenta de que Dios quedaba delante y no detrás, en el final de los anhelos, y no en la ingenuidad de los mitos que ordenaban el caos, ni en la mediocridad de los méritos que regulaban el crimen, ni siquiera en la energía de los valores que alentaban las revoluciones. ¿No será la solución al suicidio creciente, una buena dosis del Espíritu que alienta en todo, une lo diverso, acoge lo perdido, levanta lo caído y dirige a este coro humano al ritmo de la mejor sinfonía? ¿No sería lo inteligente y sensato ser más espirituales?
El Evangelio termina con una tremenda elección similar a aquella de te hago elegir entre la vida y la muerte: o es Dios, o tendremos que casarnos con el sucio dinero que nos entrampó.