Josep Perich
Una pareja llevaba casada 60 años. Los dos tenían 85 años y se conservaban muy bien gracias al interés y cuidado de la esposa en mantener una alimentación sana y el ejercicio diario. A pesar de tanto sacrificio en las dietas para gozar de buena salud, tuvieron un accidente y fueron derechos al cielo. En la puerta les esperaba san Pedro, que les recibió muy bien. Vieron una hermosa mansión con todas las comodidades. Les causó especial atención la cocina y la despensa, en las que había de todo: mariscos, caza, variedad de carnes, postres y dulces exóticos…
– Este es vuestro nuevo hogar. Vuestro premio en el cielo. ¡A disfrutar! –dijo san Pedro.
-Pero ¿dónde están los alimentos bajos en calorías y grasas, los descafeinados y los edulcorantes sin azúcar…?
–En el cielo se puede comer todo lo que se quiera sin engordar o enfermar. Y ¡sin necesidad de hacer ejercicio!, – dijo san Pedro.
-¿Y los análisis de sangre y la toma de tensión arterial?
–No es necesario. Estamos en el cielo – sonríe san Pedro.
Entonces el marido echa una mirada asesina a su señora:
–¡Tú, tu régimen y tu vida sana! ¡Podíamos haber estado ya aquí hace diez años!
Reflexión:
La industria de los cosméticos y la investigación médica para prolongar la vida son los campos que ofrecen mejores perspectivas económicas. Tienen asegurada la clientela. Saben que la gran preocupación de los humanos, sobre todo los occidentales, se centra en: conservar la salud del cuerpo; conservar la belleza de los años jóvenes; conservar la imagen según los cánones actuales; conservar… y todo esto a costa de sacrificios humanos y una inversión económica absolutamente desproporcionada en la mayoría de los casos, si analizamos los resultados. ¿Aceptamos que físicamente y estéticamente tenemos las de perder? Si es así, ¿no deberíamos de enfocar nuestra preocupación en aquellas que tengamos las de ganar?
Me recuerda el hermano Gilbert (+), monje cisterciense de Solius. Cuando alguien le preguntaba por el secreto de la frescura de su piel y de su rostro, en sus más de 80 años, él le explicaba: «Cuando los monjes, al anochecer, después de la oración de Completas, se van a dormir, yo, a oscuras y de puntillas, me voy a la cocina, abro el congelador, me meto y me encierro allí hasta el día siguiente. Cuando salgo tengo ocho horas menos que los demás». Más allá de la anécdota, estoy seguro de que la belleza de su paisaje interior rezumaba en el exterior y eso no pasaba desapercibido. Si las atenciones que tenemos con el cuerpo las tuviéramos para cuidar de nuestra dimensión espiritual seguro que mejoraría nuestra calidad de vida y nuestra convivencia sería más gratificante. Conseguiríamos relativizar muchas cosas y reírnos de nosotros mismos, venciendo incluso el tabú de la muerte.
Vicente Ferrer, ya fallecido, para valorar la serenidad con la que el indio afronta el último tránsito, cita a Tagore: «La muerte es dulce, la muerte es un niño que está mamando la leche de su madre y, de repente, se pone a llorar porque se le acaba la leche de un pecho. Su madre lo nota y suavemente lo pasa al otro, para que siga mamando. La muerte es un lloriqueo entre dos pechos».
Todos estamos «de visita» en este mundo. Hemos venido a aprender, crecer, amar y «volver a casa». ¡Allí sí que podremos comer de todo!
«Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mi causa, la salvará» (Lucas 9, 24). ¡Amén!