Desde hace un tiempo, al terminar cada ciclo de 365 días, se viene hablando de la «palabra del año». Una palabra que suscita interés por su origen, formación o uso. ¿Te acuerdas de alguna de las últimas?
Pues bien, en la Iglesia y en la pastoral también hay «palabras talismán». Con vida más allá de 12 meses. Son términos que, en un momento dado, resultan valiosos para apuntar a una necesidad o a un camino de acción, y aparecen por todos lados en reflexiones y publicaciones. Una de esas palabras es la expresión «cultura vocacional».
Existe una «cultura de la salud» por la que mucha gente conoce y valora una serie de elementos que favorecen una vida saludable, llegando a desarrollar hábitos de conducta apropiados. O una «cultura deportiva», con conocimientos básicos sobre algunos deportes, apreciando a los personajes que los practican e intentando a veces su imitación. Pues del mismo modo podemos hablar de una «cultura vocacional»: un conjunto de ideas, criterios y pautas de conducta que nos llevan a vivir la vida como una respuesta a la llamada de Dios, descubriendo nuestra misión específica en la Iglesia, en medio del mundo. ¿No es sugerente?
Dentro de esa cultura vocacional existen unos componentes básicos: la gratuidad de recibir la vida como un regalo, la apertura al misterio, la capacidad de preguntarse a fondo, la confianza, la generosidad… En realidad, estos elementos están en la base de la propuesta cristiana y sin ellos, cualquier intento de realizar una vida que merezca la pena parece condenado al fracaso. Junto a ellos, conviene añadir unos componentes específicos que favorezcan el conocimiento y aprecio de la llamada personal de Dios, de las formas de vida cristiana (vida seglar y vida de especial consagración), así como de las habilidades para llegar a elegir un camino vocacional concreto, en libertad (discernimiento). Entre estos componentes habría que incluir la propuesta que el propio carisma ofrece en la Iglesia. Una buena cultura vocacional deberá conjugar sabiamente ambos componentes: sin los primeros, no hay consistencia; sin los últimos, no hay lugar para las opciones concretas. Ambos son necesarios.
La «cultura vocacional» se une a otros ingredientes fundamentales de toda educación en la fe y vivencia cristiana adulta: la cultura de la comunidad, la de la oración-celebración, la de la formación y la del servicio. Y lo hace a modo de punto de salida y de destino: desde nuestra vocación cristiana compartida y nuestra llamada personal vivimos esos cuatro ingredientes; y al vivir esas dimensiones de la fe, avanzamos y hacemos concreta nuestra propia vocación.
#VocationChallenge: gestar una cultura vocacional que ayude a las personas a elegir y vivir una vida que merezca la pena desde el Evangelio. ¿Aceptas el reto?
El #Tweet de Francisco: «No vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina» (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2018).
Para preguntarME / Para preguntarNOS
– En tu contexto, ¿qué componentes de la cultura vocacional (básicos o específicos) encuentras más desarrollados? Y ¿cuáles te parece que están más ausentes?
– «Elegir y vivir una vida que merezca la pena desde el Evangelio». ¿Qué personas conoces que lo hayan logrado, o que estén en camino de ello?
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