Iñaki Otano
Primer domingo de Adviento
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, si a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!”. (Mc 13, 33-37)
Reflexión:
Dios nos ha encargado a todos la tarea de cuidar la casa común. Pero tenemos que reconocer con tristeza la verdad de la constatación que hace el Papa Francisco en la encíclica sobre El cuidado de la casa común: “la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería” (nº 21). Según él, no puede haber una corresponsabilidad en ese cuidado de la casa de todos si, al mismo tiempo, en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos (nº 91).
El velad de Jesús no consiste en vivir con la ansiedad del temor que algo malo va a pasar. Es unir corazones y manos para mantener, fortalecer y mejorar la casa – edificio y familia que la habita – según el encargo recibido.
La gente desconfía del futuro, ha perdido aquel optimismo que le hacía creer ciegamente en un mañana mejor. “Toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz” (nº 113).
Al mismo tiempo, se asiste al fracaso de los mejores mecanismos con fines ecológicos “cuando faltan los grandes fines, los valores, una comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada sociedad una orientación noble y generosa” (nº 181).
Hay que reorientar el rumbo. “Ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos” (nº 202).
Pero “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan” (nº 205).
Velar no es ponerse a la defensiva ante las dificultades de la humanidad para encontrar su sitio. Es más bien tratar de vivir y de transmitir, integrando con paz las propias limitaciones y contradicciones, los valores del evangelio que humanizan a la persona y hacen un mundo más habitable.
Velar significará también cuidar de que las formas del disentimiento no manifiesten inhumanidad. Condenar con rabia y sin compasión, lejos de arreglar el problema, lo radicaliza., El Papa Francisco insiste en que nuestro lenguaje y nuestros gestos deben transmitir misericordia. Eso no equivale a una conmiseración altanera y humillante. Tratamos de decir y vivir claramente lo que pensamos sin triturar a nadie ni cerrarnos a la escucha del otro. El novelista francés Georges Bernanos (1888-1948) decía que “hay que atreverse a decir la verdad entera, es decir, sin añadirle el placer de hacer daño”.