CUERDA DEL ALPINISTA – Josep Perich

Josep Perich

Se cuenta que un alpinista, impaciente por alcanzar la  cima de un pico muy alto, empezó la ascensión. Escalando por un acantilado, a tan solo  pocos metros de la cúspide, resbaló, cayendo al vació. En estos segundos  de angustia se veía a las puertas de la muerte. Sin embargo, repentinamente, sintió un tirón fuertísimo de la cuerda atada a su cintura y que le unía al clavo fijo en la roca. En este momento de suspensión en el vacío y envuelto de una tupida niebla, gritó desesperadamente:

-¡Dios mío ayúdame!

De repente una voz profunda le respondió:

-¿De verdad crees que te puedo ayudar?

-¡Sin la menor duda, Señor!

-Si es así corta la cuerda que te ata.

Se hizo un largo silencio. El alpinista se agarró más que nunca a la cuerda.

Al día siguiente el equipo de rescate explicó que había hallado el cuerpo de un alpinista colgado, congelado y sin vida. Sus manos se aferraban con fuerza a la cuerda… ¡a tan solo dos metros de tierra!

Reflexión:

Un momento clave y lleno de riesgos, que todos hemos vivido y no nos acordamos, es sin duda nuestro nacimiento. Aquel niño en el vientre de la madre se atrevió a salir, a pesar del confort y la seguridad que experimentaba. Había que abrir los ojos a un mundo impensable desde el seno materno; si no, habría convertido el vientre de la madre en la propia fundición. Y más aún, había que cortar el cordón umbilical para poder realizarse como persona. Lo mismo podríamos decir a la hora de irnos de este mundo. Los que no aceptan salir del vientre de la madre tierra, cortar el cordón umbilical que le liga a su paisaje material y humano, aceptar que desnudos llegamos y desnudos debemos salir, dejar paso a los que son más jóvenes … excava la propia tumba.

La naturaleza es sabia. Las personas no lo somos tanto. Es verdad que somos fruto de unas circunstancias que no hemos elegido, pero aún es más cierto que debemos ser protagonistas de nuestra propia historia con todos los riesgos que conlleva. El criterio de decir y hacer sólo lo que políticamente y religiosamente es correcto puede ser un síntoma de mediocridad. Un humorista conocido de nuestro país pone «el dedo en la llaga» cuando afirma: En su época Jesucristo ya practicaba el deporte de riesgo: caminaba sobre el agua sin hundirse. Ahora los cristianos practican el deporte sin riesgo: «nadar y guardar la ropa». No es cristiano el que sólo es bautizado y calienta los bancos de la iglesia regularmente u ocasionalmente, sino aquel que se fía, en medio de la niebla de este mundo, de la voz que le dice al oído: «Corta la cuerda que te retiene y vuela, corre a servir a los demás, no pienses tanto en ti mismo, al final de tu vida sólo te llevarás lo que hayas dado…».

¡Cuántas personas hay «colgadas de un hilo», muy cerca de nosotros, debido a la actual crisis económica, de enfermedad, de rupturas familiares…! ¡Cuántas oportunidades para hacer unión con ellos, amortiguar la caída e infundir esperanza! ¡Y si estos «ellos» somos nosotros, como se nos ensanchará el corazón al encontrar un «ángel de la guarda» que nos ayude, en medio de la niebla a «tocar con los pies en el suelo»!