Cuarto domingo de pascua ciclo A: Dejarse acariciar – Iñaki Otano

En aquel tiempo, dijo Jesús:

– Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.

            Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:

– Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.

Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.  (Jn 10, 1-10)

El oficio de pastor no era bien visto en tiempo de Jesús. Para la gente los pastores eran ladrones sin escrúpulos que se arrebataban las ovejas unos a otros y las abandonaban a la llegada del lobo. Así las ovejas andaban desorientadas, cambiando constantemente de pastor, que no se preocupaba de ellas más que por el provecho material que pudiera sacar.

            Por eso, Jesús precisa que él es un pastor distinto, un pastor bueno, que sí se preocupa de que no le roben ni hagan desgraciada a ninguna. Para él cada una es un tesoro precioso e insustituible que no quiere perder. Así revive  al Pastor bueno, que en el Antiguo Testamento era Dios mismo.

            La oveja encontrará en su camino malos pastores, que intentarán robar, matar y hacer estragos según sus propios intereses. Tú déjate guiar por el pastor bueno.

            En nuestras relaciones de todo tipo se introduce a veces la tentación de utilizar a la otra persona en beneficio propio. La cuido y la apoyo mientras me sirve, luego una cosa más que usar y tirar. Es una relación contaminada, a veces estrictamente formal.

            La actitud de Jesús, el buen pastor, revelación del Dios Padre-Madre,  es completamente distinta. Él me conoce a mí, tiene en cuenta a mi persona, mis cualidades y defectos, mi lado creyente y mi tendencia a la incredulidad, mis pasiones, lo que me preocupa y lo que escondo para salvar mi imagen. No me reprocha nada, me alienta. La verdadera felicidad consiste en acogerle y seguirle.

El Papa Francisco decía en una de sus homilías diarias que “el Señor conoce la bella ciencia de las caricias”. Pero añadía:: ”más difícil que amar a Dios es ¡dejarse amar por Él!”  Y proponía “dejar que él se acerque a nosotros y sentirlo a nuestro lado. Dejar que él se haga tierno con nosotros, nos acaricie”.

            Efectivamente, hay que dejarse querer por Dios, permitir que sea nuestro buen pastor, volcado y tierno con cada uno de nosotros. En consecuencia, Jesús no quiere que seamos intransigentes y agobiantes con los demás. Quiere que seamos comprensivos, más humanos que legalistas.