Emmanuel y Jesús
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: “Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa ‘Dios con nosotros’)”. Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer. (Mt 1, 18-24)
Reflexión:
Emmanuel es el nombre con el que el profeta anunció a Jesús y que el evangelista Mateo recuerda en este relato. Le pondrás por nombre Jesús es el encargo que recibe José.
“Emmanuel” y “Jesús” expresan dos características inseparables del Hijo de Dios, hecho hijo de María y José para habitar entre los hombres y salvar a todos y cada uno de ellos.
Emmanuel significa “Dios con nosotros”, y Jesús significa “Dios salva”. Entre los hebreos no se ponía a las personas un nombre cualquiera de forma arbitraria, pues el nombre indica el ser de la persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella.
Del que viene, del Emmanuel, esperamos que habite entre nosotros; que por él podamos encontrarnos los hombres y mujeres con el verdadero Dios, imprimir a nuestra condición humana el sello de un Dios que se preocupa del ser humano, que vive sus alegrías y penas, que le acompaña y le muestra la senda para llegar más lejos que los problemas que nos acosan cada día.
Jesús es “el que salva”. Los emperadores romanos eran recibidos y aclamados por la multitud con dos nombres: “salvador” y “benefactor”. Para el evangelista, el “salvador” que necesita el mundo no es ningún emperador sino Jesús. La salvación no nos llegará de ningún líder ni de ninguna victoria de unos contra otros. La humanidad necesita ser salvada del mal, de las injusticias y de la violencia, necesita ser perdonada y reorientada hacia una vida más digna del ser humano.
Las primeras generaciones cristianas llevaban el nombre de Jesús grabado en su corazón. Lo repetían una y otra vez. Se bautizaban en su nombre, se reunían a orar en su nombre. Jesús era todo para ellas. Hoy el nombre de Jesús en nuestro corazón nos permite vivir y morir con esperanza.
Por otra parte, el “Emmanuel”, Dios con nosotros, tiene un mensaje profundo. Cualquiera que sea el resultado exterior de nuestras decisiones, acertadas o desacertadas, Dios está con nosotros. Él viene a luchar con nosotros y a transformar también nuestros errores y fracasos. Independientemente de lo que piensen los hombres, Dios ve nuestro corazón. Y Él salva.