Hna. Carmen Herrero
Con la celebración del Miércoles de Ceniza -14 de febrero- comienza la Cuaresma. Cuaresma es tiempo de gracia y de misericordia de parte del Padre infinitamente bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete Pascual. Cuaresma es un camino a recorrer con alegría y júbilo, porque nos conduce a la Pascua, a la resurrección de Cristo y en él y con él a nuestra propia resurrección. “Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Cristo” (Rm. 6,8).
Pero ¿cómo conducirse por este camino que nos lleva a la Pascua? Y ¿qué disposición interior debo tener para vivir en plenitud el misterio de muerte y resurrección con Cristo? Porque este es el verdadero sentido de la Cuaresma: un camino a recorrer con Cristo que nos lleva a identificarnos con él, para también resucitar con él. “En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo”[1].
Durante estos cuarenta días debemos conducirnos con dignidad, con esa dignidad que nos viene de ser hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad, y salvados en su Hijo, Jesucristo. Desde esta certeza caminaremos con esperanza, con la seguridad de que los obstáculos y dificultades que se presenten en el camino podremos superarlas, porque no caminamos solos, Jesús nos acompaña, además él es nuestro Camino. En Jesús pongo toda mi confianza, él es mi fortaleza, el cayado firme que me lleva a caminar a su lado con paso seguro y ligero; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos y siguiendo su voz que me dice: “Tú, sígueme” (Jn 21,22).
Cuarenta días es un periodo un poco largo y, por lo tanto, hay que organizar la “intendencia” para el camino. Entonces, ¿qué provisiones poner en mi mochila para que este camino sea fácil de recorrer sin llevar demasiado peso a fin de poder llegar a la meta? Te indicaré algunas provisiones que te aligerarán el peso.
SOBRIEDAD
La primera condición para caminar, con presteza, consiste en que la mochila esté muy ligera de peso, lo que supone cierta sobriedad. ¿De qué sobriedad hablamos? Sobriedad en tus pensamientos, juicios, críticas, palabras hirientes, fantasías y desánimos. La sobriedad te llevará a ir a lo esencial, a tu realidad concreta, y esto pasa por la conversión del corazón. Déjate convertir y evangelizar las zonas más profundas de tu corazón. Reorganiza tu corazón de forma evangélica; deja que la gracia de Cuaresma entre en ti, te reconstruya desde el interior y te sane. Seguro que, si logras vivir esta experiencia de sobriedad tu caminar será más ligero y rápido, y tu alegría pascual será infinita.
La sobriedad te lleva vivir en la verdad, hacer la verdad en tu vida. “La verdad os hará libres” (Jn 8,32). Y ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a vivir en la verdad, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, en el desorden, en la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan. La Cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, y el conocimiento te llevará al amor; Jesús tiene que ser el centro de tu existencia. Cuaresma: crecer en el conocimiento y en el amor a Jesús. ¡Qué bonito e interesante programa!
El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la identificación. Como decía san Pablo: “Mi vivir es Cristo” (Fp. 1, 21). La Cuaresma tiene que ayudarnos, a nosotros, los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua.
DESIERTO
Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como una necesidad vital para estar a solas con AQUEL que me ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que él implica, sino descubrir con gozo lo que significa el encuentro con Jesús en lo más profundo de ti mismo. El desierto hemos de vivirlo no tanto como un lugar geográfico, sino como estado interior “donde se pasan las cosas más secretas entre Dios y el alma”. (Santa Teresa de Jesús).
ORACIÓN
La oración es el fruto del silencio y soledad del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la soledad y a la escucha, y la escucha al amor, y el fruto del amor es la oración que transforma y une a Cristo y a los hermanos en humanidad. La oración que le agrada al Señor es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto y acogedor a Su presencia para vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos retirarnos -y debemos retirarnos- al desierto de nuestro propio interior. Es urgente para el equilibrio mental y espiritual vivir el desierto. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su PRESENCIA.
AYUNO
El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús y también para vivir una relación justa y armoniosa con los alimentos. No debo dejarme poseer por ningún alimento ni tampoco querer poseerlos. La justa relación con las cosas consiste en reconocer con gratitud su valor y su necesidad. Como dice san Ignacio de Loyola: “Las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad, y hasta el hambre material nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestras necesidades; y a pensar y ser solidarios con tantos hermanos nuestros que carecen de lo más esencial, en parte, por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza, de nuestro acaparamiento y de la posesión desmesurada de las cosas. Por ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno.
Y siendo importante el ayuno material, mucho más importante es el ayuno del yo que me lleva a reconocer al hermano y a ser compasivo, a mirarlo con amor, por lo que él es y no por lo que representa. El ayuno del yo es el que realmente me libera de toda esclavitud, y me lleva a ver al otro en su propia realidad, y a ir a su encuentro. Esto es lo que no supo hacer el rico de la parábola de Lázaro (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en la ignorancia de su hermano necesitado, porque ni lo miró ni lo vio a causa de su ceguera; y teniendo muchos bienes no fue solidario ni supo compartir sus riquezas con el indigente. Vivía al margen de Dios y -como consecuencia- no reconoció la necesidad de su hermano. El ayuno de mi yo me lleva a la purificación, a reconocer la necesidad del tú, del vosotros, y juntos caminar hacia la fraternidad universal, hacia el compartir de bienes, hacia la Pascua.
COMPARTIR
El compartir me lleva a salir del yo y a pensar en el tú, en nosotros. En mí nace la generosidad, el desprendimiento, el verdadero sentido de la pobreza evangélica; y, sobre todo, el sentimiento de comportarme como hermano con el hermano.
Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece infinitamente. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; y el que siembra con abundancia, abundantemente cosechará” (2 Cor 9, 6-7).
Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma 2021: “Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Esta llamada a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre”.
[1] Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2021.