Josep Perich
Un anciano maestro judío preguntó a sus alumnos:
– ¿Quién de vosotros podría decirme en qué momento exacto termina la noche y comienza el día?
El alumno más atento contestó:
– Termina la noche y comienza el día cuando, viendo de lejos a un animal, puedo distinguir si es una oveja o un perro.
-No- dijo el maestro.
Otro alumno, también inteligente, contestó:
–Comienza el día cuando, viendo de lejos un árbol, puedo decir si es una higuera o si es un manzano.
-Tampoco—dice el maestro.
–Entonces —preguntaron los alumnos— ¿cuándo es que termina la noche y comienza el día?
El anciano maestro explicó:
– Termina la noche y comienza el día cuando, mirando el rostro de cualquier ser humano, te das cuenta de que es tu hermano; mientras no te des cuenta de esto, aunque brillara el sol de mediodía, para ti seguiría siendo la noche más oscura.
Reflexión:
Me viene a buscar una pareja de unos cuarenta años, ambos divorciados y no casados, para bautizar a su niño de tres meses. Que fácil me lo ponían porque, como buen «funcionario», les cuestionaría su estatus…! Gracias a Dios, con los años he aprendido a no prejuzgar cuando me encuentro con una persona en situación «irregular». A saber las «heridas», quizás aún abiertas, que llevan. Incluso se puede tratar de una «historia sagrada». Cuando les cuento que el bautizo puede ser una oportunidad para dar gracias a Dios de la maravilla, de la obra de arte, de su Aniol, veo que se les humedecen los ojos, se cruzan la mirada y ella se quita el pañuelo, se hace un silencio palpable. Me dicen que era un hijo muy deseado y que la ginecóloga, unos meses antes de nacer, les informó bruscamente de que por las lesiones cerebrales detectadas, se encontrarían con un niño discapacitado y con malformaciones. Les aconsejaba insistentemente el aborto. A pesar de lo impactante de la noticia ellos se niegan. «Teníamos el presentimiento de que naciera bien o no tan bien, Dios nos quería dar un regalo» – me dice el padre. La familia nos ayudó a pagar la visita a un prestigioso ginecólogo de Barcelona, que realiza una sofisticada prueba. Resultado: el niño está perfecto. Ese doctor no nos quiso cobrar la visita- me relata la madre.
Me doy cuenta de que estoy anhelando el día de este bautismo, ¡ni que yo fuera el abuelo del niño!
Cuánta razón tiene Saint-Exupéry cuando afirma en el «Principito»: Lo que hace bonito el desierto es que en alguna parte esconde un pozo… Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
Pero esto no se consigue con una varita mágica. Hay todo un proceso de acercamiento respetuoso, acogedor, sin escandalizarse de nada y siempre predispuesto a maravillarte de lo: que pueda surgir en el momento más inesperado, del corazón de tu interlocutor.
El Papa Francisco dice estas palabras que vienen como anillo al dedo:
«El diálogo nace de una actitud de respeto hacia la otra persona, de la convicción de que la otra persona tiene algo bueno que decirme. Asume que, en el corazón, hay lugar para el punto de vista de la otra persona, su opinión y su propuesta. Dialogar supone una recepción cordial, no una condena apriorística. De cara a dialogar hay que saber cómo rebajar las defensas, abrir las puertas de la casa y ofrecer calor humano».
Seguro que si vamos por esos caminos podremos responder correctamente la pregunta que nos hacía el anciano maestro del cuento.