Los jóvenes creyentes buscan referencias visuales de Jesús que sean actuales y dinámicas. Un Jesús joven, que se entrega, que da su vida por amor, que vive con esperanza en el conflicto con las autoridades. Este lenguaje es comprensible para los jóvenes que viven en un mundo al que reconocen como conflictivo, injusto y, muchas veces, incierto.
Este siglo comienza con una riqueza y renovación de las imágenes pictóricas que había sido, en décadas anteriores, muy pobre en imágenes religiosas en general y de Cristo en particular. Ello es debido al sentido iconoclasta que tuvo el arte del siglo XX contra la comprensión del arte en épocas pasadas. Sin embargo, en el arte actual de este siglo, existe una necesidad de identificarse desde otros paradigmas, desde otras relaciones, entendiéndose como un lenguaje propio, no dependiente de otros lenguajes o discursos. La imagen tiene sus caminos propios de comunicación ahora más que nunca. Y este deseo es provocador y transgresor, a veces irreverente.
Hoy la narración vuelve a tener fuerza, caminos propios de expresión. Por eso la narración cristiana tiene cabida en esta nueva forma de comunicarse. La imagen cristiana ha dejado de ser contemplativa, y pretende despegarse de lo puramente devocional y pasivo. Por eso Jesús no es estático, es alguien que se mueve, que ofrece una acción para el aquí y ahora, pero también para un futuro. Los contenidos teológicos de las imágenes de Jesús hoy, ahondan en la comprensión del acontecimiento salvífico de Cristo. Los artistas cristianos de hoy se mueven entre un figurativismo expresionista y una suave abstracción que subraya la iconicidad de la imagen. Formas sencillas que destacan el mensaje, favoreciendo una espiritualidad del seguimiento de Cristo activa. No interesa tanto el naturalismo pictórico, el dato realista de la imagen, porque la descripción histórica del suceso que se narra quita tensión y emoción interna y, en suma, lo anecdótico y accidental distrae el mensaje religioso. Con ello se consigue una emoción y una pregunta, la que nos lleva a través de los cromatismos, las variadas formas y las texturas, a la adhesión y el compromiso con el Cristo resucitado.
En los artistas cristianos actuales se puede intuir un espíritu aguerrido, apasionado, y hasta provocador, con técnicas variadas y atrevidas donde importa la propia representación plástica y el proceso de transmisión de la obra. Es cierto que con estas imágenes se rompe una tradición de «bellas formas devocionales» que predominaban en la pintura cristiana desde el primer Renacimiento. Pero es verdad que esta grieta en el arte es también un indicador del tiempo de cambio que vivimos, que necesita otro acercamiento a Cristo, otro diálogo y otras propuestas con sus propios códigos.
Para terminar, pongo cuatro ejemplos que ilustran la reflexión de este mes. Cuatro artistas con su propio estilo que cumplen estas características del arte cristiano nuevo.
A Maximino Cerezo Barredo (http://www.servicioskoinonia.org/cerezo/) se le considera «pintor de la liberación»: con sus murales habla de un Cristo resucitado que abandera a su comunidad hacia la liberación. Es un cristo activo, pero, sobre todo, que actúa y piensa desde la colectividad. Con un colorido brillante, luminoso y una geometría sencilla y bien definida, muestra escenas llenas de movimiento, donde la comunidad de creyentes concreta la fe en compromiso por el mundo (ver foto 1).
David Bonell (http://www.bonnellart.com/home.html) se centra en la belleza de la ambigüedad sobre la imagen de Cristo. Siguiendo la metodología de la Lectio divina, su pintura permite un proceso de lectura, reflexión, meditación y transformación que ocurre al encontrarse desde un primer momento con la obra, hasta su propio desarrollo y creación y vuelta a uno a través de una transformación. Pretende destacar la kenosis como elemento transformador del ser humano como centro de la espiritualidad cristiana (ver foto 2).
He Qi (http://www.heqiart.com) relee el Evangelio desde una clave colorista y sintética de estilo chino. Al combinar color, contraste y linealidad potencia la impresión de la escena que representa. Un Cristo, que en principio parece pasivo, se muestra con una fuerza proyectiva, que ocupa el espacio del que lo observa y le arrastra a participar de la escena de encuentro con Jesús.
Hanna Varghese (http://www.omsc.org/portfolio–hanna–varghese/) utiliza las técnicas malasias tradicionales para pintar escenas de Jesús sobre tela teñida con vacíos protegidos por cera. Esta técnica crea imágenes muy sencillas con poca textura pero muy explícita. Jesús, con pocos rasgos personales, se relaciona con sus discípulos como uno más, desde la cercanía y la amistad.
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