Cristo joven entre los jóvenes – Oscar Cala

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El Documento Final del Sínodo de los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, confirma no pocas claves que desde hace unos años se encuentran encima de la mesa. La apuesta por una pastoral de procesos, la importancia del acompañamiento y el discernimiento y la necesidad de preparar la pregunta vocacional, son algunos ejemplos. Si bien el Documento alude a otros muchos, quisiera comentar estos tres para reflexionar sobre cómo posibilitar un discernimiento que integre en la comunidad cristiana. Sirva de imagen el pasaje de los discípulos de Emaús. 

  1. Jesús caminaba con ellos

Al igual que aquellos discípulos no creyeron al principio haberse encontrado con el Maestro, nosotros no podemos afirmar que Jesús no siga acompañando veladamente a los jóvenes. Cierto es que muchos –ismos describen una sociedad que apenas deja espacio y posibilidad al encuentro con el Señor, pero no por eso deja de ser cierto. 

La cuestión radica, por tanto, en cómo podemos acompañar a los jóvenes para que descubran por sí mismos a Jesús que camina con ellos. Lo cual nos remite a modelos pastorales entendidos y articulados como procesos en los que se integre la preparación sacramental, pero que no se restrinjan exclusivamente a ellos.

Esta visión de la pastoral (y la vida) como proceso, choca frontalmente con un contexto marcado por la fragmentación y la dinámica conexión–desconexión que nos lleva a pasar de una actividad a otra sin apenas procesarlo. Sin embargo, tarde o temprano emergerá la necesidad de un relato que refleje un proyecto o un sentido. En definitiva, la historia personal.

Una pastoral así entendida será capaz de acompañar los distintos momentos vitales del joven y –quizás más importante– los cambios y la profundización en la manera de entender la fe y relacionarse con Dios.

  1. Les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura

Este proceso, a base de escucha y diálogo, será lugar de aprendizaje donde trabajar dos dimensiones fundamentales: la humana y la espiritual.

La pastoral se convierte, por un lado, en un apoyo al desarrollo humano del joven en la medida en que le posibilita enfrentarse con cuestiones básicas de la persona como autoestima, afectos, estudios, conciencia social… Por otro, en el acompañamiento se irán formulando los pasos adelante en el camino de la fe, las dudas, las inquietudes y los descubrimientos de la acción de Dios.

Se trata, pues, de fortalecer los dos ejes de un marco en el que pueda surgir la pregunta por el sentido de la vida en clave vocacional: un primer paso en el camino del discernimiento. Y es que –pecando de excesiva personalización por mi parte– creo que la pregunta por la vocación, en su sentido más literal, es verdaderamente transformadora siempre y cuando el deseo de respuesta movilice la vida entera. 

La pregunta vocacional, que de distintas maneras se plantea en los procesos pastorales, corre el riesgo de quedarse en una pregunta retórica o una fórmula vacía de contenido. Solo cuando el joven la hace propia, puede darse cuenta de que en su respuesta está poniendo la vida en juego. Entonces, la pregunta vocacional pasa de una frase bonita a convertirse en hoja de ruta para la elaboración de un proyecto de vida definitivo.

Por este motivo, surge la necesidad de que el proceso pastoral y de acompañamiento sea capaz de ofrecer las herramientas adecuadas para adentrarse en el mundo del discernimiento. Porque en este camino de respuesta, el acompañante será quien enseñe al joven a leer las huellas del Señor, todo lo que se refiere a Él, como hiciera Jesús con los de Emaús.

  1. Se levantaron, volvieron a Jerusalén y encontraron a los once con los demás

Hasta el momento nos hemos centrado en una pastoral para jóvenes. Sin embargo, como señala con acierto el Documento Final del Sínodo, «la juventud es una fase de la vida que debe terminar, para dejar espacio a la edad adulta» (68). Es decir, hablamos de dar un paso hacia la puesta en práctica de aquellos proyectos vitales definitivos. Lo que nos encontramos, con tristeza y asombro, es un abandono generalizado.

De este modo, un proceso de pastoral juvenil adecuado tendría que preparar el paso a la edad adulta y provocar la pregunta por cómo seguir creciendo en el seno de la comunidad eclesial. En la respuesta, ambos (joven y comunidad) tienen algo que decir. 

Por una parte, está la responsabilidad de aquel que, en coherencia con su itinerario de fe, quiere seguir creciendo y decide incorporarse a la comunidad. Por otra, la comunidad debe someterse a examen y calibrar en qué medida está atrincherada en su propia estructura y es capaz de acoger a los que vienen por detrás. Porque los jóvenes de hoy difícilmente podrá integrarse y desplegarse en estructuras pensadas y configuradas por los jóvenes de ayer.

La oferta, como sabemos, es amplia. Grupos parroquiales, movimientos, asociaciones y comunidades vinculadas a instituciones educativas, familias religiosas o espiritualidades concretas son ejemplos tan variados como válidos. Ahora bien, los modelos comunitarios de larga trayectoria responden a un momento social, eclesial y cultural concreto y a él dan respuesta. 

Los jóvenes de hoy se enfrentan a otras exigencias. Por ejemplo, la inestabilidad no solo geográfica que se intuye en la etapa universitaria se acentúa en el mundo profesional. El paradigma del empleo para toda la vida está cayendo en favor de la alternancia, las jornadas y horarios «flexibles» y la movilidad. Y eso por no mencionar otras concepciones cambiantes como las relaciones, hábitos de vida y consumo, lenguajes y códigos estéticos… Todo ello determina acentos, búsquedas y sensibilidades distintos (y no por ello menos adecuados) a los que muchas veces las comunidades no consiguen dar respuesta. Por lo que quizás, un reto pueda estar en encontrar nuevos puntos de conexión donde anclar el vínculo comunitario más allá del clásico grupo de compartir.

Y para ello, un primer paso podría ser someternos a un ejercicio de revisión y examen. Primero sobre qué estamos proponiendo a los jóvenes que se adentran en la edad adulta. Segundo, si durante el proceso pastoral previo se ha trabajado la dimensión comunitaria trascendiendo las fronteras del grupo concreto o si, por el contrario, hemos caído en el «calorcito» de una comunidad cerrada y endogámica. 

Lo que en cualquier caso no podemos dudar, y nos tiene que servir de impulso, es que existen jóvenes que, tras el encuentro con Jesús, están deseando encontrarse con otros y compartir su experiencia.