Creer, curar, sanar – Juan Carlos de la Riva

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Juan Carlos de la Riva

Hace unos años en un artículo de Rafael Díaz-Salazar (Educar para el cambio eco-social, Red Pastoral Juvenil, rpj.es), gran sociólogo y pensador, se decía «Me gusta el laicismo francés, el belga, el canadiense, pero tengo que dialogar con el laicismo español que, salvo excepciones, es deplorable. Aquí se ha desarrollado una cultura extendida entre gente progre, metaprogre, y despistados varios, en que la religión forma parte de un estadio pre-humano, pre-racional, de seres no dotados de aparato racional que cultivan ese esoterismo de la religiosidad…».

Pareciera que lo de la religiosidad, desde que aquel maestro de la sospecha llamado Freud la redujera a la condición de neurosis y de proyección del inconsciente super-yoico, sea más bien una enfermedad que una fuente de salud. Y creo que esto se nos ha pegado a las paredes de nuestra cultura en esos restos de modernidad que prevalecen, a pesar de la postmodernidad. 

Y, sin embargo, el destierro de la religión no nos ha dado más felicidad, ni nuestros jóvenes vírgenes en materia espiritual, parecen más felices que los que fuimos educados en una tradición religiosa. Más bien al contrario, los problemas de salud mental cobran protagonismo en nuestros coles y plataformas pastorales.

Perdonadme, pero no creo que haya que echarle toda la culpa a la pandemia, que se ha convertido en la solución para todos los diagnósticos. Es muy probable que la raíz haya que buscarla en un vacío de sentido que nos ha dejado a las personas sin fe, también huérfanas de solución. 

Ya sé que si yo le digo a un joven que Cristo es su salvación me va a replicar directamente «salvación, ¿de qué?, ¡si no me estoy ahogando!». Porque lo primero es darse cuenta de que uno tiene un problemilla, y esto es un primer defecto social: que si tengo problemillas tengo que posturear y aparecer feliz a toda costa.

O también me dirá «¿salvarme tú? ¡si cada uno nos salvamos solos!». Porque en la cultura actual, lo que se lleva es el self-made-man (y ahora woman más todavía) y la comunidad no me hace falta, porque la autonomía personal y el ser yo mismo es lo máximo. Y si yo tengo sueños y los persigo, los conseguiré sí o sí. ¡Ay madre, qué peligro de estrés y batacazos si el sueño quedó a medias!

De eso va este número, de la fe como solución y como sanación

Quizá es que la palabra salvación no sienta bien. Por eso os propongo que usemos otras palabras que, teniendo la misma raíz latina, caen mejor en nuestra normativa de lo políticamente correcto. Por ejemplo, podríamos decir que la fe es solución, con lo que quizá a muchos con el agua al cuello les seduzca un poco lo de Dios. O podemos decir también que la fe es salud o sanación. 

De eso va este número, de la fe como solución y como sanación. La vinculamos a la felicidad (que eso sí que se lleva, en esta happycracia en la que nos movemos) siempre que no esté pegada al individualismo de quien con tal de seguir sus sueños ya es feliz. Felicidad aquí será leída como esa vida en abundancia que nos da siempre el buen pastor por estas fechas de mayo. 

Yo en este tema tengo muchas convicciones, y quienes colaboran en el número también: 

  • Que lo de Dios no violenta la naturaleza humana, sino que la plenifica. Salud en vasco se dice osasuna, que significa plenitud. 
  • Que tener sentido en la vida, y Dios lo da, es parte de lo saludable, es decir, lo más natural del mundo. Y que lo malsano es ir dando tumbos de lado a lado, sin narrativa de sentido. 
  • Que la propuesta de amar como Jesús es coherente con los datos científicos de la neurología y la psicología más avanzada. 
  • Que la entrega de la vida no es la muerte de la vida, sino su máxima expresión como fluir, del dar y recibir, del acoger para entregar. 
  • Que Dios explica muy bien lo humano, cuando lo humano se entiende en salida de sí, y no en «ombligamiento» curvado hacia sí mismo. 
  • Que el deseo humano es tan divino, que no se llena con nada ni nadie, más que en un proceso de autotrascendencia en el amor en el que Dios puede convertirse en objeto total de amor al mismo tiempo que se hace finalidad humana y otorga a quien lo ama su identidad más plena. 
  • Que florecer en la vida no es un proceso de alcanzar metas y metas y extenuarse en las conquistas, sino un proceso de confianza en lo infinito, que incluye la fragilidad y el fracaso, sin por ello enfermar a la persona.  

En fin, que tener fe es lo más natural del mundo. Si algo vende hoy día es la salud. Incluyamos, por favor, la fe en el pack nutricional y gimnástico de nuestros jóvenes. 

Tener fe es lo más natural del mundo