Crecer en la fe desde el diálogo con quien no cree o cree de otra manera – Enrique Fraga

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Enrique Fraga, Coordinador del Consejo Joven de RPJ, enriquefragasierra@icloud.com

Últimamente he tenido la suerte de disfrutar de varios momentos de diálogo con la increencia o, mejor dicho, con personas no creyentes (agnósticas y ateas). Evidentemente me refiero a hablar de la experiencia religiosa y de Dios. Este diálogo tiene un aspecto confrontador, pero conmigo mismo, no con los hermanos no creyentes. Y es que, muchas veces, sacan a la luz los eslabones más débiles de mi fe, hacen temblar los cimientos de mi visión cristiana de la vida. ¿Debería temer entablar el encuentro y el diálogo por ello? No, todo lo contrario. Las hermanas y hermanos ateos y agnósticos me animan y me alientan a no parar de buscar y dar razón de mi fe, a reconstruir unos cimientos cada vez más sólidos y profundos, a poco a poco ir atando cabos sueltos. El diálogo puede ser desestabilizador sí, pero también me reafirma en mi opción profundamente, y salgo renovado, reencontrado y con más ganas de buscar a Dios, de hacerle más hueco en mi vida.

No puedo dejar de gracias a Dios por poner en mi camino a tanta buena gente que vive con sentido desde la increencia. El papa, en Fratelli Tutti, nos anima a dirigir una mirada fraterna a todas y todos, sin importar nada más que ser en esencia humanos. Así subraya la importancia del ecumenismo, del diálogo interreligioso… Pues de igual modo los signos de los tiempos nos empujan al diálogo con el ateísmo. ¡Cuidado con la tentación de creernos dueños de la salvación! Es de un peligro inasumible. Por supuesto que hay Salvación para el ateo, para el agnóstico, para el budista, para el anglicano, para el hindú, de igual modo y ni más ni menos que para el católico.

Es más, el encuentro fraterno con los demás es instrumento de Dios para mi Salvación. O, en otras palabras, encontrarme con el ateo me ayuda a que Dios me salve, me descubre perspectivas, matices, sabores, escozores, facetas que podría haber pasado por alto. Me lleva a encontrar el amor de Dios en nuevos rincones, personas y momentos. Atrevámonos a dialogar con el que piensa, vive o siente diferente, atrevámonos sin miedos, sin prejuicios y sin complejos. No corramos el riesgo de vivir aislados, en la comodidad de un mundo pequeño, reducido, blandito y a nuestra medida. Vayamos al encuentro del otro con lo que somos, con lo que ofrecemos, sabiendo y reconociendo la verdad, la salvación y lo bueno que podremos encontrar. Seamos valientes porque con la confianza puesta en Dios, ¿qué es lo que tememos?

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