Creatividad pastoral, ¿qué interesa, su presencia o su ausencia? – Jose Fernando Juan

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José Fernando Juan    @josefer_juan

 

No nos preocupa tanto la creatividad pastoral como su ausencia, aunque da muchos quebraderos de cabeza a propios y ajenos. Encontrarse con alguien creativo, dialogar con él, es como entablar conversación con una persona capaz de ver lo que otros no ven y mostrar libremente grietas bien visibles para todos. Con el añadido de que no consideramos creativo a nadie del mundo teórico meramente. Siempre hay en estas personas una acción decisiva, una determinación y realización bien real. Pese a los obstáculos que encuentren. Y, por si fuera poco, arrastran a otros creando comunidad.

 

Encontrarse con alguien creativo, dialogar con él, es como entablar conversación con una persona capaz de ver lo que otros no ven

 

  1. Una nota teológica

 

La cuestión de la creatividad pastoral retoma algo tan antiguo como la primera página del Génesis. Allí, esta capacidad es propia de Dios y le está reservada. La persona es presentada, nada más y nada menos, como fruto de esta explosión de amor que pone orden, que da origen, que mueve, que comparte Vida. Lo más original de esta creación primera es situar a la persona como ser consciente de ser debido a Otro, con quien al mismo tiempo tratar con familiaridad.

Hablar de «creatividad pastoral» podría ser tomado como un acto idolátrico, más propio del pecado que de la gracia. Y en esta cuestión se enmarca todo el debate, que hay que saber discernir. O bien las personas nos consideramos «dioses» capaces de hacer nuevas todas las cosas, o bien nos situamos con vocación (responsabilidad) de respuesta a los tiempos, para servir de «medios», esa palabra tan nefasta cuando se aplica a otros y tan extremadamente excelsa cuando se aplica a uno mismo.

El hoy llamado «creativo» ha sido tratado históricamente más bien como el «inspirado». Las palabras no pueden ser más iluminadoras: el «creativo» se situaría en origen, mientras que el «inspirado» se sabe el habitado por el Espíritu, el que hace lo que no es solo suyo, el que reconoce en sí su posición (casi espacial, casi temporal) de medio entre Dios y los otros, imbuido por un gran amor a ambos.

 

  1. ¿Qué nos preocupa realmente?

Lo anterior ha sido una presentación teológica, que sinceramente creo que debería ser tenido en cuenta. Las personas que llamamos creativas comparten especialmente ese don de Dios que trata de ordenar lo que hay en un nuevo diálogo con la realidad. La novedad, su novedad, está en el puente que tienden entre mundos diversos o en la ruptura que hay sobre lo establecido. Pero ninguno es «nuevo» propiamente hablando. Se trata de la «novedad» que aporta, más bien.

 

Las personas que llamamos creativas comparten especialmente ese don de Dios que trata de ordenar lo que hay en un nuevo diálogo con la realidad

 

La cuestión que debería preocupar a la Iglesia es de dónde parten las novedades y cuál es su motivación. Es decir, un auténtico ejercicio de discernimiento del espíritu, para convertir estos impulsos en sincero diálogo con Dios. En esto, la Iglesia es maestra, pero requiere un tiempo y plazos que el Espíritu cuestiona repetidamente. ¿Conviene tener todo claro antes de dar los primeros pasos o conviene dejar actuar y luego revisar? ¿Se trata de un «proyecto» definido y pensado con anterioridad, o de recoger estructuralmente los frutos de dinámicas ya iniciadas y valoradas como don de Dios? ¿Cuál es nuestro papel? ¿Cómo se vive en primera persona?

En general, diría que la Iglesia no necesita más ideas e imaginaciones. A todos aquellos que tienen voz, se les ocurren cosas. Más aún en diálogo con los demás, porque la conversación es la fuente de los matices. Lo que desearía realmente para la Iglesia, empezando por mí mismo, sería encontrar espacios diversos en los que dialogar hondamente y exponer con libertad lo que se va viviendo, para que sea fuente de contraste, fuente de búsqueda, origen de un discernimiento no meramente privado y en intercambios igualmente particulares.

En estos espacios para la inspiración, en estas comunidades vivas, los jóvenes están llamados como nunca antes en la historia a tomar voz y ser parte esencial de las decisiones y las acciones. No somos siempre capaces de verlo con claridad, pero por primera vez en la historia, los más jóvenes han tomado la palabra y están dispuestos a hacerse escuchar. No quieren ser receptores, sino protagonistas, tomar las riendas del mundo y de la historia. Han empezado por lo grande y relevante. La sabiduría que la Iglesia puede aportar para seguir animando esta transformación es acentuar con equilibrio todos los amores del nuevo mandamiento: amar a Dios, amar al prójimo, amarse a sí mismo. Estos tres amores, que tanto se desean, son hoy la fuente de toda inspiración posible.

Los más jóvenes han tomado la palabra y están dispuestos a hacerse escuchar

  1. La libertad del «inspirado», del llamado creativo

Hay algo en él que rompe lo establecido y que le hace sufrir. Curiosamente, es imagen profética, y resulta preocupante lo poco que se lee en la Iglesia a los profetas en este sentido. ¿Alguna vez has visitado la entrada en Wikipedia sobre los profetas?

Los profetas son, propiamente, el ejemplo y espejo en el que mirar lo que hoy llamamos creatividad pastoral. Gestionan el mundo religioso con pretensión de totalidad y universalidad, con interés por lo esencial y radical, por el origen de la Vida misma como germen de lo que debería ser, pero no es. El profetismo, como fenómeno particularmente cuestionante, trata de aquello que muy pocos ven y muy pocos aceptan en primera persona, salvo que estén en esa posición singular de reconocer sus deseos y los límites para sus deseos, su particularidad. Es el diálogo entre la situación de unos y la situación de los demás. Pero resaltamos su incidencia: los profetas se posicionan como siervos de un diálogo que los sobrepasa, el de sí mismos y su tiempo.

¿Cuáles son las fuentes de la creatividad, de este paraíso perdido? ¿Dónde encontrar inspiración? Si miramos la historia de la Iglesia, reconocemos unas constantes:

  1. Disponibilidad y apertura. Aceptar el reto de no convertirse en uno más dentro de una cadena de respuestas similares. Esto es disponibilidad para lo novedoso, apertura para ver de forma diferente.
  2. Compromiso y servicio. La inspiración surge del trato pastoral con otros, de la cercanía con ellos. En este sentido, cuando se ven las carencias o se evalúa bien lo que se está haciendo, surgen interrogantes distintos y también dan la oportunidad para ideas nuevas.
  3. Trabajo y esfuerzo. La chispa de la inspiración llega, en no pocas ocasiones, después de mucho trabajo y esfuerzo, de la permanencia constante y de no haber abandonado ante los fracasos. Se vende una idea líquida de creatividad cuando no se contextualiza de este modo.
  4. Comunidades abiertas. Reconocemos que ciertas inspiraciones individuales son pronto acogidas por otros, pero también que se producen convergencias históricas en las que varias personas tejen comunidad en torno a ciertas originalidades.
  5. Preocupación por el otro. Especialmente el pobre. Es en estos contextos de recursos mínimos donde se producen avances más significativos y se pone de manifiesto que la creatividad no depende de la materialidad de las oportunidades.
  6. Capacidad para experimentar. Libres y decididos para llevar a cabo ideas y darles cauce saludable. Libres por tanto para ser los primeros en comprometerse con ellas, responsabilizarse en primera persona. Probar es una fuente de inspiración renovada, en la que vuelven a aparecer otros interrogantes.
  7. Vencer obstáculos y fracasos. Nadie en su sano juicio dirá que todo sale bien al inicio, ni que sea fácil. Los obstáculos pueden ser externos, también internos. Lo mismo que la valoración sobre el éxito y el fracaso puede ser propia o ajena. ¿Cuál sería la respuesta creativa ante esto? Seguir ingeniando.
  8. Relacionar lo separado. Unir naturaleza, deporte, educación y evangelización fueron respuestas creativas en su momento. Tendieron puentes inesperados, simples de contemplar con el paso del tiempo, casi evidentes. ¿Qué es lo que hay que relacionar hoy para continuar estas inspiraciones? ¿Hacia dónde construir nuevos vínculos?
  9. Consolidar. Si bien estamos llamados a una renovación constante, no es menos cierto que no se puede estar cambiando todo continuamente. Hace falta que estas inspiraciones se puedan consolidar de algún modo, que dejen poso con el tiempo, que se perciba hacia dónde conducen. La creatividad pastoral necesita más tiempo que urgencia para ser reconocida.
  10. Reconocer los frutos. Dar gracias por lo vivido, por todo el proceso de libertad e inspiración, poner en valor el atrevimiento y la paciencia. Ver los frutos que dan determinados procesos e itinerarios, resituar acentos.
  1. Las oportunidades para la inspiración

Lo primero, dialogar en Iglesia, en su amplitud, sin cerrarse a círculos reducidos. Lo más amplio que sea posible, siempre que se reconozca vocación de servicio al Espíritu y no a lo establecido. Por experiencia, estos círculos en los que se dialoga son pequeños, no por interés eclesial sino con ánimo de reservar ciertas «purezas». Ojalá en la Iglesia se abrieran espacios de libertad para el diálogo con un fuerte compromiso de los asistentes por secundar la voz de Dios y no la propia. Si fuera así, la Iglesia sería inmediatamente santa. Algo que ya sabemos que no va a suceder hoy.

Las oportunidades en las que somos capaces de reconocer la «inspiración» de Dios son más de las que imaginamos

Dicho lo cual, como sincero preámbulo, las oportunidades en las que somos capaces de reconocer la «inspiración» de Dios son más de las que imaginamos. Apunto aquello que, en mi humilde opinión, queda por discernir. En todas y cada una de ellas, los jóvenes viven muy especialmente hoy grandes preguntas.

  1. La presencia de Dios en los grandes movimientos sociales. Brechas abiertas en las que la Iglesia tiende a situarse en posturas conservadoras. solo hace falta un ligero repaso a la Doctrina Social de la Iglesia para constatar reticencias y luego cambios. Actualmente, movimientos sociales lideran y abanderan causas en las que los cristianos, sin estar ausentes, tampoco se hacen notar como tales. Hablamos de la nueva cultura ecológica, la transformación de las ciudades, las formas de amor de pareja y familia, el acompañamiento y cuidado a quienes más lo necesitan. También de las formas de espiritualidad crecientes en las que se aplaca la sed de trascendencia, de sentido, de hondura de la vida y comprensión de su misterio. ¿Quiénes pueden leer en todos ellos la presencia de Dios?
  2. La actualización de los itinerarios evangelizadores. Creatividad en las comunidades, creatividad en los espacios eclesiales como mejor respuesta a las personas de nuestro tiempo, creatividad para hacer interesantes y comprensibles las palabras del Evangelio hoy. Un reto descomunal, que atiende a contextos y realidades particulares, que propone experiencias de vida, que sabe acompañarlas, que sabe profundizarlas, que convierte la reflexión en oración y la acción en amor al prójimo. Los ejes de estos nuevos itinerarios que se van creando parten, como siempre ha sido, de la cercanía con los jóvenes y no tan jóvenes de nuestro tiempo, y se va adaptando a su proceso y evolución.
  3. Las transformaciones de nuestras formas de vida. Tanto en lo social como en lo personal, en lo público y en lo privado, se están viendo cambios más que estéticos, que tocan el alma. Un interés por el sujeto del siglo XXI que supere la crítica, el comentario despectivo e incomprensivo, que reconozca en estas formas de vida algo del Espíritu y lo ponga en valor. Por ejemplo, del exceso de vida urbana se pasa a una cultura más natural, o de una vida que tenía sentido principalmente por el trabajo y sus logros hemos girado a una cultura del ocio y de las relaciones, o de la defensa de las tradiciones a la búsqueda de nuevas experiencias.
  4. El giro digital del mundo y de la vida. Cuesta mucho el diálogo digital, esas grandes plataformas sociales que damos por supuesto que están al servicio del encuentro entre diferentes. Hace falta una buena comprensión de lo que son y de su lenguaje. El impacto en todos, especialmente entre los jóvenes, es incuestionable y siempre debatible. De lo que no cabe sospechar es de la presencia en nuestras vidas de fuentes de información constantes, del alcance que tienen las noticias, de los nuevos referentes de influencia global, de su diversidad y alcance educativo en la opinión general. ¿Dónde queda la Iglesia y su vocación para ser «Luz del mundo»? ¿Quiénes son más escuchados y quiénes solo se convierten en motivo de escándalo?
  5. Ser luz en los grandes debates del momento. No nos damos cuenta, porque estamos involucrados en ellos, pero los que los reciben sin criterio de partida muchas veces se alinean con quienes primero les hablan de ellos con humanidad. Ser luz significa algo más que posicionarse a favor o en contra, significa poner el foco en lo importante y fundamental, en lo que hay de Dios y de la persona en cada uno de ellos. Quedan por dilucidar y aclarar problemas éticos de primer orden, que van surgiendo con la progresión de la ciencia y la técnica. Por ejemplo, en torno al principio y final de la vida, la globalización y los movimientos migratorios, la justicia y el acceso a igualdad de oportunidades.

Ser luz significa algo más que posicionarse a favor o en contra, significa poner el foco en lo importante y fundamental

Estos grandes bloques están muy presentes en la pastoral e influyen en ella contantemente. ¿Cómo crear itinerarios y espacios integradores? ¿Cómo acogerlos? ¿Cómo dar una respuesta fecunda a los mismos, que convoque, que atraiga, que despierte? ¿Cómo resolverlo?

  1. La vida del creativo, del inspirado

Invito a todos los que lean esta revista, a sentirse reflejados en su figura. Alguien con imaginación suficiente como para pensar y comprometerse con tiempos nuevos sin acomodarse. La primera imagen de esta inconformidad la encontramos en Noé, en tiempos adversos, y en grado sumo en las palabras fundacionales de la vocación de Abraham: «Sal de tu tierra».

Lo que viene después suele ser sufrimiento, que en ocasiones termina en Pascua de Resurrección. El inspirado sufre su propia originalidad y vocación. La gloria tiene poco que ver con el aplauso generalizado y la alabanza. Lamento comunicarlo, pero son más las inspiraciones desoídas que las atendidas. Ciertos inspirados han caído en el olvido seguramente. Lo cual no quita ni un ápice a la creatividad de Dios en ellos. Esto supone una palabra de ánimo para cualquiera de nosotros: Dios escuchará nuestra acción, independientemente de ciertos reconocimientos o desprecios.

Otros alcanzarán a generar ciertas estructuras, pequeños «movimientos» en la gran Iglesia al inicio y quién sabe qué ocurrirá después de ellos. La amplitud acrecentará sus problemas, por la mera razón de la participación de muchos. La cuestión de fondo puede ser mejor leída en el futuro que en presente.

El inspirado suele vivirse con vocación de gozne, traductor e intérprete de lenguajes. Por un lado, el idioma aprendido y enriquecido en su diálogo con Dios, en su honda espiritualidad, y por otro, las formas de nuestro tiempo en su expresión de las universales búsquedas del corazón humano. Las simbologías puestas en diálogo son signos que apuntan siempre en doble dirección: por un lado, sirven para que Dios hable al mundo y se dé un encuentro personal en quien sea capaz de hacerse cargo de ellas, pero también para conectar la situación de la humanidad actual con Dios. El símbolo no es lo que apunta más allá de sí en una dirección, sino en dos.

El inspirado suele vivirse tristemente solo, empeñando su vida y entregándola en respuesta vocacional. El inspirado ha pasado las primeras pruebas de la vida eclesial manteniendo su postura original. Esto es importante para el discernimiento. Se trata de no confundir creatividad con ocurrencia ni disruptividad. La inspiración que es fecunda es la que encuentra eco eclesial, aunque sea en sus márgenes, y se pone de manifiesto su germinación, cuando se ve reconocida. Será inspiración si se vuelve ruptura y cambio en algún modo, con capacidad para transformar.

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