Esta Semana Santa que acabamos de vivir nos ha permitido explorar algo por lo que no hubiéramos dado dos duros hace unos meses, si nos lo hubieran contado. Pensar en una Semana Santa cerrada a cal y canto, sin procesiones, sin celebraciones, sin la vivencia presencial de los sacramentos y solo sustentada por la potencia de las redes sociales… era algo inimaginable. Pero he aquí que nos tocó vivirla y, vistos los resultados, podemos afirmar que este año, ¡Cristo también ha resucitado y que lo hemos sentido vivo en la comunidad!
Esto de crear comunidad a través de las redes es complejo. El mismo hecho de hablar de encuentro comunitario a aquel que se produce en el entorno digital choca bastante y, probablemente, teológicamente esté cogido por los pelos. Pero es verdad que la necesidad nos ha abierto un camino sobre el que habría que profundizar.
¿Estaba la comunidad cristiana reunida alrededor de la mesa de Jesús en cualquiera de nuestras celebraciones retransmitidas por Facebook, Youtube, Instagram…? ¿Podemos considerar a cada uno de los que la siguieron desde su casa miembro de esa comunidad?
¿Y la oferta de estos días? ¿Y las oraciones comunitarias online? ¿Y los encuentros de formación? ¿Y las catequesis recibidas? ¿Y las fotos compartidas? He llegado a oír que esta Pascua había hecho crecer el sentimiento de comunidad provincial (hablando de los escolapios), mucho más que otras experiencias presenciales.
¿Es o no es tan importante verse, tocarse, escucharse presencialmente? Eso sin abrir el tema de los propios sacramentos, como el de la Eucaristía, la Reconciliación… ¿Podría pensarse en la posibilidad de que no fuera necesario el componente «físico»?
No me digáis que no es interesante el tema. Creo que, para muchos, este confinamiento está sirviendo para destruir algunos mitos sobre la realidad digital y sus efectos. Esa fácil asociación de lo digital con lo virtual, con lo irreal, con la mentira o la superficialidad… creo que ha quedado desmontada con lo que todos hemos podido experimentar. Lo digital es real en la medida en que las personas así deseemos vivirlo. Exactamente lo mismo que con lo presencial. La verdad tal vez no depende del medio que elijamos para anunciarla, compartirla, buscarla o descubrirla.
Yo, por lo de pronto, sigo aprovechando estos días para «cruzar» nuevos puentes. Todos los días a las 16:00 estoy emitiendo directos compartidos por Instagram. Ratitos de 15 minutos que no tienen más pretensión que ser espacios de encuentro y conversación con otra persona. Jóvenes y adultos van pasando por mi perfil y van saboreando lo maravilloso que es estar en la red con disposición a encontrarse, a tender puentes, a dialogar, a conocerse.
A la red siempre se le ha achacado cierta falta de profundidad. Su propio dinamismo e inmediatez, ciertamente, dificultan la profundización en muchos aspectos. A la vez, nosotros también somos causa de esa falta de hondura. Nuestras prisas, nuestra sed de entretenimiento continua, nuestra huida hacia adelante, nuestra necesidad de ruido por miedo al silencio, la facilidad de lo banal para llenar un rato en el que quiero vaciar la cabeza… no nos ayudaban. Tal vez la parada, el silencio, el ritmo pausado del estar encerrados, el dolor que percibimos y la añoranza por el encuentro personal, nos están llevando a tocar lo hondo. Y ahí, las redes nos están esperando.
Un abrazo fraterno.
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