CORDEROS Y LOBOS- M.ª Ángeles López Romero

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M.ª Ángeles López Romero

http://@Papasblandiblup

Definitivamente, se confirma la sentencia del filósofo Zygmunt Bauman: Vivimos en tiempos líquidos. Si el amor fue el primero en caer en este proceso en que todo se ha vuelto voluble, inestable y cambiante, la licuación de la verdad ha sido la más significativa. Esta anda desacreditada se la mire por donde se la mire. Es cuestionada por principio, incluso cuando se presentan evidencias científicas. Está pasando con el cambio climático, aunque nos friamos vivos; ha ocurrido con la COVID y las vacunas; ¡y hasta afecta a la redondez de la Tierra!

Por qué ocurre esto precisamente cuando más instrumentos científicos y técnicos están a nuestro alcance es una pregunta que me hago a menudo. Quizás la respuesta se vislumbre al otro lado de una frase que me regaló el periodista Iñaki Gabilondo cuando lo entrevisté hace ya unos cuantos años para la revista 21. «Cuando se produce una inundación, lo primero que escasea es el agua potable», me dijo en relación a la cantidad de información que nos ametralla en estos tiempos, sin filtro ni depuración, desde las redes sociales, internet y los medios de comunicación. Y, obviamente, la información no necesariamente es verdad. De hecho, un estudio realizado en 2022 en distintos países reveló que el 71% de la población encuestada había consumido noticias falsas.

En realidad, más que negar la existencia de la verdad, lo que ocurre hoy en día en las redes sociales y se traslada a las barras de los bares de la vida real, es que cada uno tenemos nuestra propia verdad y estamos dispuestos a estampársela en la cara al primero que la cuestione un solo milímetro, sin contemplar la posibilidad de un diálogo sincero, honesto, nutritivo, que permita comprender al otro, intentar entender sus motivaciones y argumentos, aprender de él y, no digamos ya, alcanzar consensos. Y no me estoy refiriendo a los políticos, tan denostados ellos. Me refiero a todos y cada uno de nosotros, integrantes de esta noria de la mentira en que hemos convertido lo público. Es nuestra responsabilidad procurar separar el trigo de la paja y no contribuir a difundir bulos ni mensajes de odio.

Así que no se trata de dar por muerta a la verdad en tiempos de fake news. Sino más bien de aprender a buscarla con más ahínco, por nuestro bien y especialmente el de los más vulnerables. ¿Por qué digo esto? Porque me creo al pensador italiano Mauricio Ferraris, autor del Manifiesto del Nuevo Realismo, esa corriente filosófica que viene reclamando consensuar una realidad o verdad común, cuando expresaba recientemente en un medio de comunicación español que «Afirmar que la verdad no existe es (como) decir que el lobo tiene todo el derecho a comerse al cordero». Si traducimos al lenguaje coloquial la frase de Ferraris, tendríamos que decir que sin verdad, triunfa la maldad. Y es que verdad y justicia van de la mano. Ese es el meollo de nuestra verdad compartida: la ética, la bondad, nuestra condición de seres que cuidan y cobijan. Y, al contrario, todo lo que daña la vida, la degenera, la niega o la debilita, carece de verdad. De verdad con mayúsculas.

Yo me quedo, pues, con la verdad de la compasión, la ternura y los abrazos. Con la verdad de la justicia, la cordialidad y la igualdad. Lo demás son dogmas y tradiciones que dejo para esos sabios doctores (¡y doctoras!) que siempre ha tenido la Iglesia. Aunque algunos de ellos, curiosamente, fueran tachados en algún momento de blasfemos y herejes. Porque la verdad siempre tuvo problemas para ser reconocida. También dentro de la misma Iglesia.