CONSTRUIR UN YO DIGITAL SANO Y FELIZDescarga aquí el artículo en PDF
Antonio Ricardo Alonso Amez
La personalidad es algo que experimenta un crecimiento o un cambio continuo y que está sujeta a múltiples variables, influyentes todas en el ser de cada individuo y de su relación con sus semejantes. Somos pequeños trozos de arcilla que se va moldeando paulatinamente a través de diversos alfareros; unos más hábiles y con mejor gusto que otros, pero todos igual de influyentes en el resultado final de la obra. Y es que a la hora de hablar de «alfareros» hemos de tener en cuenta que cada ambiente, cada lugar, cada persona de un entorno más o menos cercano y cada acción que esta persona desarrolle va a afectar a la configuración de mi yo en mayor o menor modo. Todo me influye porque todos somos seres sociales y con capacidad y sensibilidad para ser «moldeados».
Como es evidente, el espectro digital es inherente a nuestras vidas, en tanto en cuanto se ha convertido en uno más de los hábitats o ámbitos cotidianos para el desarrollo de nuestros quehaceres. Nos comunicamos a través de redes sociales, que nos sirven de canal de información y socialización casi instantánea con una potencia de alcance impresionante. Empleamos plataformas de trabajo con soporte digital para intercambiar ideas, proyectos, trabajo en común. Usamos los dispositivos digitales, en adelante tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para visualizar, editar, imaginar o conocer todo tipo de personas y contenidos. En resumen, la tecnología nos rodea y nos ayuda a vivir teóricamente mejor y más en contacto con entornos que, en otro tiempo, serían impensables de conocer y dominar.
Ese empleo de las TIC para semejante cantidad de retos y tareas nos hace susceptibles de «ser moldeados» por los propios entornos digitales visitados, así como de aquellas personas que gestionan dichos entornos y vuelcan en ellos opiniones e ideas que, sin apenas darnos cuenta, calan en las nuestras propias y, por consiguiente, reconfiguran constantemente nuestra personalidad desde su más pura esencia: pensar, sentir y, cómo no, creer. Y es que nuestros jóvenes son un reflejo, en más ocasiones de las deseadas, de esas visitas a canales de vídeo, de esos likes a publicaciones en redes, de ese tiempo siendo followers de lo que vienen a llamarse influencers y que no son más que una serie de guías o espejos que conducen o encaminan conductas y maneras de ver el mundo.
Pero en toda comunicación, y la tecnología no es más que un canal para activar el proceso de emisión y recepción informativa, siempre hay un código de buenas prácticas o del buen manejo o selección de lo que realmente es interesante y susceptible de ser llamado veracidad. Y la educación o el acompañamiento es la más poderosa de las herramientas para que sea el propio usuario, en el ámbito que nos ocupa cualquier joven, quien sea capaz de llevar a cabo un uso responsable de las TIC y las herramientas digitales siendo consciente de que ese manejo repercute en sí mismo, configura su personalidad y le proyecta hacia un yo que no siempre es el deseado.
Para esta misión de llevar a cabo un uso responsable de la tecnología es vital que el nexo entre escuela y familia sea fuerte, así como un cuidado de las amistades y vínculos que el joven teje a lo largo de su etapa como tal y que marcará sin duda su personalidad futura. Conocer sus gustos, sus ideales, sus ídolos o preferencias siempre facilitará la gestión de los tiempos y de los canales que emplea en esa interrelación con otros que le va moldeando y haciendo crecer en sí mismo. Y el Evangelio también está en este acompañamiento, en este caminar que ahora emplea medios o canales que vamos a llamar «no tradicionales» y que cala hondo en estos jóvenes usuarios que sin duda alguna agradecen ser aconsejados en algo tan importante como es construirse a sí mismos como imágenes de un Dios que habita también en la red, en cada buen consejo, en cada ejemplo bien creado y es el mayor influencer que existe para alcanzar una felicidad plena a través de la construcción de una personalidad plena. Un yo digital feliz, bien formado, responsable y hermano. Un yo digital fruto del amor y de la fraternidad a la hora de acompañar en el camino tan difícil pero tan bonito que es vivir amando. Es posible. Es necesario. Ahora más que nunca.