CONSEJO DE UN OSO (EL) – Josep Perich

Josep Perich

Dos amigos iban tranquilos de camino. De repente, les salió al paso un enorme oso con actitud amenazadora.

-¡Socorro! ¡Auxilio! –gritaron al unísono.

El más delgado, en un santiamén, se encaramó a lo alto de un árbol; pero su amigo, más grueso, no lo consiguió. Temblando de espanto, desde abajo, pedía a su compañero que alargara la mano para también poder escapar.

No puedo. Si ayudo a alguien tan gordo como tú, corro el riesgo de caerme y ser devorado por el oso –le replicó desde lo alto.

Sintiéndose más impotente que nunca, se echó al suelo, quedando inmóvil, aguantando la respiración y fingiendo estar muerto, en espera a que se acercara el animal. De niño le habían contado que “un oso nunca ataca a un cadáver”.

Efectivamente, el oso se le acercó y husmeó todo su cuerpo. El animal se largó convencido que aquel hombre estaba realmente muerto.

El amigo, subido en lo alto del árbol, se bajó y comentó a su compañero:

-¡Has estado de suerte! ¡Te has escapado por los pelos! Me pregunto ¿por qué se habrá ido el oso? Incluso me ha parecido como si te murmurara algo al oído. ¿Qué te ha dicho?

El oso me ha recomendado que, desde ahora, no vuelva a ir de viaje con alguien que tan solo piensa en sí mismo y que es incapaz de ofrecer ayuda cuando la vida de alguien está en peligro. Es en los momentos difíciles cuando se conocen a los amigos de verdad.

Reflexión:

Marc Coma acaba de ganar su tercer Dakar en categoría de motos (15-1-2011). A media carrera se encontró, en pleno desierto, con uno de sus rivales gravemente herido. Otros habían pasado antes haciendo ver que no lo veían. Marc se paró, puso su casco encima de una duna para que otros no le pasaran por encima y, tras comunicar el incidente a los servicios médicos, perdió diez valiosos minutos esperándolos antes de proseguir la carrera. ¡Es para quitarse el sombrero!

Cuando se produce una emergencia puntual (accidente, incendio, explosión…), es frecuente comprobar gestos gratuitos ejemplares, incluso heroicos, de personas que no lo esperamos.

Eso sí, cuando dejas de ser noticia te puedes encontrar «más solo que la una». Lo vemos a menudo cuando un enfermo, un anciano, una familia en paro… se le hace crónica su situación y no encuentra una salida. Entonces, puedes comprobar cómo, progresivamente, los «amigos» de toda la vida no te conocen.

Afortunadamente, en la noche de nuestro mundo, brillan con fuerza algunas «estrellas» emblemáticas que nos ayudan a encontrar el «norte». Las Hermanitas de los Pobres de Girona, me contaba un amigo, cuando un asilado pierde la cabeza o se pone agresivo por un carácter difícil, y grita injustamente a una monja que le está ayudando, ésta continúa dándole con ternura aquel servicio (lavarlo, darle de comer…). A menudo, pasados ​​unos minutos u horas, aquel anciano busca a la monja para disculparse y mostrarle su agradecimiento. Si se hubiera tratado de mi padre o de mi madre, yo a las Hermanitas, se lo habría agradecido toda la vida. Es más, todos somos candidatos a tener que terminar de esta manera, por más lejos que lo vemos. Ahora bien, podemos estar bien convencidos de que aquella monja y todas aquellas personas que están, con fidelidad, «al pie de la cruz» de los «crucificados» de nuestro entorno no se van con las manos vacías. «Felices los misericordiosos…. y felices los pobres con espíritu» (Mt 5, 1.7), «pero, ¡ay de vosotros!, los que ahora estáis saciados…» (Lc 6, 25)

Nos lo dice Jesús bajito en la oreja, como aquel «oso» lo había dicho al que, asustado, se hacía pasar por muerto.