Josep Perich
Antes de formalizar su boda, un guerrero indígena y la joven que amaba, visitaron al brujo de la aldea. Era un hombre muy sabio. Le preguntaron si tenía algún conjuro que les diera la formula de una felicidad eterna. Les dijo:
–Existe un conjuro que podéis hacer, aunque no sé si estáis dispuestos, ya que es un poco laborioso.
El brujo pidió al guerrero:
-Sube a la montaña más alta, busca el halcón que vuele más alto y me lo traes.
A ella le dijo:
–Adéntrate en el bosque, tu sola, para cazar el águila que te parezca más fuerte. Debes traérmela viva.
Cada uno puso manos a la obra y, cuatro días después, volvieron con los deberes hechos. Preguntaron al brujo:
–¿Ahora qué hacemos? ¿los cocinamos? ¿nos los comemos? ¿bebemos su sangre?…
El brujo les pregunta:
-¿Volaban alto?, ¿sus alas eran fuertes y sanas? – respondieron al unísono que sí.
Muy bien, ahora atáis las patas de uno con las del otro y los dejáis para que emprendan el vuelo….
Entonces el águila y el halcón querían volar pero tropezaban y se daban de bruces por el suelo. Empezaron a picotearse y a dañarse mutuamente. El brujo les dijo:
-Este es el conjuro si queréis ser felices para siempre: Volad solidarios pero nunca os atéis uno al otro.
Reflexión:
La experiencia enseña que en nuestra convivencia debemos excluir tanto el dominio como la sumisión del uno hacia el otro. En un colectivo, sentirse en comunión también significa que cada uno asume la autonomía y las propias responsabilidades. Como las cuerdas de una guitarra que desprenden la misma música pero mantienen la distancia entre ellas. El pino y la encina no pueden crecer el uno a la sombra del otro. Necesitan una distancia que les permita estirar hacia arriba sus ramas.
Pero no basta con no hacer sombra a los demás ni con mantener la distancia correcta. Hay que permitir que la mano del otro estimule tu originalidad y tu creatividad. Hay que encontrar la manera de ser maestro del otro sin dejar de ser discípulo, de ser padre sin dejar de ser hijo. El conjuro del brujo nos sugiere no pretender «ser feliz» sino «hacer feliz» al otro, construir puentes y no vallas.
«Los derechos humanos son universales, las oportunidades también deberían ser».
Este provocativo enunciado en los carteles de Cáritas con motivo del Corpus me recuerdan las palabras de Jesús dirigidas a los apóstoles: «Dadles vosotros de comer», con la correspondiente excusa por respuesta: «Sólo tenemos cinco panes y dos peces». Aquella tarde aprendieron a hacer milagros en compartir lo poco que tenían, todo intuyendo lo mucho que los unía, no lo que les obligaba. Aquel «tomad y comed» de Jesús no se refería a un trozo de pan sino a su persona, que se da como alimento.
¿Hemos aprendido la lección? Qué bien lo borda nuestro Padre Casaldàliga!
«Unidos en el pan de muchos granos,
Iremos aprendiendo a ser la unidad
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida».