CONCIERTO DE PIANO ORIGINAL (UN) – Josep Perich

Josep Perich

Se cuenta que un niño, desde su primera infancia, había mostrado mucho interés y sensibilidad por la música. Siendo todavía muy pequeño, su madre, con la intención de animarlo a tocar el piano, lo llevó a un concierto de Paderewski.

Acomodados en sus butacas, la madre vio una amiga en platea y fue a saludarla. El niño,  cansado de esperar, se levantó y empezó a recorrer la sala del teatro.

Cuando se apagaron las luces y el concierto estaba a punto de empezar, la madre regresó a su  sitio dándose cuenta de que su hijo no estaba.

Seguidamente las cortinas se abrieron y la luz enfocó un impresionante piano Steinway en el centro del escenario. Horrorizada, la madre vio a su hijo sentado frente al piano tocando las notas del “¿Dónde están las  llaves…?. Entró el gran pianista en el escenario. Se fue hacia el piano y  susurró en el oído al niño: “¡No pares, continua tocando!”.

Paderewski extendió tiernamente su mano izquierda y empezó con unos pequeños acordes. Después, poco a poco, añadió un bello acompañamiento a la melodía. Juntos, el anciano maestro y el pequeño aprendiz transformaron una situación difícil en un maravilloso espacio creativo.  Podemos imaginar cómo se emocionó el público.

 Reflexión:

Hablando de un joven «bala perdida» que no había conocido a los padres, me disparan esta pregunta: ¿Es qué de un hogar de acogida o de niños huérfanos puede salir nada bueno? Este interrogante sacudió mis convicciones.

– Un niño nunca será un «producto» tarado de fábrica, ¡listos!, y si no los hechos «cantan»: el reconocido escultor, pintor y humanista Domènec Fita, de Girona, ha salido de estos centros.

Estoy convencido de que a lo largo de su infancia en santo Domingo fue acompañado por alguien que lo amó y le potenció su autoestima creativa, artística y social. Sí, algún Paderewski.

Por los años 80, triunfaba aquella canción: Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, porque nadie me ha tratado con amor, porque nadie me ha querido nunca así…

Una vez preguntaron a Mahatma Gandhi cuáles eran los factores que destruyen al ser humano y él respondió: “La vida me ha enseñado que la gente es amable si yo soy amable; que las personas están tristes si yo estoy triste; que todo el mundo me quiere si yo los quiero; que todos son malos si yo los odio; que hay sonrisas si yo sonrío; que hay caras amargas si yo estoy amargado; la gente es feliz si yo soy feliz; las personas son agradecidas si yo soy agradecido. La vida es como un espejo: si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa. Quien quiera ser amado, ¡qué ame!

Sin embargo, en nuestra vida, lo que podemos conseguir nosotros mismos, nos esforzamos e intentamos hacerlo lo mejor posible; puede que no nos lleve a conseguir el resultado esperado, quizás nuestra «música» no es la que debería ser. Un compañero, de tarde en tarde, cuando me ve excesivamente preocupado, me dice: «El que hace esfuerzos para hacer versos, no hace versos sino esfuerzos». ¡Cuánta razón!

Aquel «No pares, sigue tocando» me recuerda otra invitación: «Sigue adelante a pesar de que todos esperen que abandones. No dejes que se oxide el hierro que hay en ti » (Madre Teresa de Calcuta).

Conseguiremos superar muchos imposibles si construimos un entorno humano donde los más cercanos me escuchen sin juzgarme, opinen sin «taladrarme», confíen en mí sin exigencias, me ayuden sin anularme. Buscaremos encuentros que abracen sin asfixiar, que animen sin empujar, que te acerquen sin invadirte.

El P. Evangelista Vilanova da un argumento convincente para todo aquel que quiere acompañar o se deja acompañar: «Dios, para crear, hace como los océanos que se retiran a fin de dejar emerger la tierra».

Cuando quieras conseguir algo importante, escucha con atención. Si eres creyente podrás oír la voz del Maestro Jesús, que te dice tiernamente al oído: «No pares, sigue tocando». Podrás sentir sus manos, junto a las tuyas, que te ayudan a tocar el concierto de tu vida.