Hemos pedido a un experto teólogo que nos adentre en los entresijos teológicos de la exhortación Evangelii Gaudium. A primera vista puede resultar un ejercicio caprichoso y poco significativo; pero todos cuando hablamos y escribimos lo hacemos desde un posicionamiento, unas ideas labradas y consensuadas interiormente y que son los motores internos de nuestra acción. Más allá del texto de la exhortación, en la que nos hemos adentrado brevemente en el artículo anterior, hemos querido dejar constancia de los pilares de pensamiento desde donde nos habla y nos provoca el Papa Francisco. Sin duda estas páginas nos darán claves para fundamentar nuestras propuestas de Pastoral con jóvenes
Con todo respeto, me gustaría hacer una aplicación libre de un conocido refrán al escrito del Papa Francisco Evangelii Gaudium: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Éste, como todos los refranes, tiene distintas lecturas. Una podría ser: ¿cuáles son los apoyos teológicos del Papa actual, con qué autores se siente cómodo, quiénes son sus referentes intelectuales?
A algunos les ha llamado la atención que el Papa, en su exhortación sobre la alegría del evangelio, cite con frecuencia a Tomás de Aquino. En los escritos de Benedicto XVI uno de los autores más citados era san Agustín. Francisco también cita a san Agustín alguna vez, pero no con la frecuencia con que se apoya en Tomás de Aquino. ¿Hay que ver ahí alguna intencionalidad especial? En su contexto cultural, la teología de santo Tomás resultó innovadora. El santo dominico buscó un diálogo con la cultura y se abrió a las propuestas más nuevas de la filosofía, la biología y la cosmología de entonces. Para santo Tomás todas las opiniones merecían ser escuchadas con atención, porque en todas era posible encontrar algo bueno. Y lo bueno y verdadero, lo diga quien lo diga, siempre procede del Espíritu Santo.
Las citas de Tomás de Aquino seleccionadas por el Papa son significativas. Quizás quiere resaltar que algunas de sus propuestas más llamativas y sorprendentes cuentan con el apoyo teológico de uno de los autores más apreciados por la Iglesia. Uno de los principios teológicos más explotados por el Papa, que de alguna manera prolonga a Tomás de Aquino, es el de la “jerarquía de verdades”. El Concilio Vaticano II empleó este criterio para avanzar en el terreno del ecumenismo. Esto significa que los enunciados de la fe son teológicamente correctos y legítimos sólo cuando se entienden, no en función de sí mismos, sino en relación con el misterio de Cristo.
El Papa, tras recordar explícitamente este principio del Vaticano II, hace una aplicación interesante: concentrarnos en las convicciones que nos unen. Esto vale para todo tipo de diálogo y más en nuestras escuelas en las que cada vez se encuentran chicas y chicos que provienen de distintas culturas y hasta de distintas religiones. Debemos invitarles a ir a lo esencial en todos los terrenos de la vida, porque eso es lo que nos une. Si profundizamos en lo que nos separa, nos alejamos cada vez más. Si buscamos lo que nos une, nos acercamos unos a otros. Si vamos a lo esencial, resultamos atractivos. Si nos quedamos en lo secundario o accesorio, probablemente no resultaremos atractivos, porque lo secundario, incluso aunque sea muy importante, sólo se entiende y se acepta en el contexto de lo fundamental.
Apoyándose en varios textos de Tomás de Aquino, el Papa Francisco aplica este principio de la “jerarquía” al terreno de la moral (nº 37 de Evangelii Gaudium). El criterio de toda la moral es el amor. Por eso, lo que más agrada a Dios no son los sacrificios, sino la misericordia con el prójimo. La moral católica no debería presentarse como una lista de prohibiciones, sino como una búsqueda del bien del prójimo. Cierto, el bien, a veces, resulta costoso y exige algunas renuncias. Todo lo que vale, cuesta. Pero si comenzamos por anunciar las renuncias y las exigencias que comporta el ser cristiano, podemos resultar repelentes. Si destacamos la meta a la que conduce el Evangelio, que no es otra que la propia felicidad y el bien de nuestros hermanos, entonces despertaremos el interés del oyente. Y cuando hemos logrado despertar el interés, es posible aceptar que la felicidad es exigente y supone esfuerzo y disciplina.
Tras servir de apoyo para las cuestiones morales, Tomás de Aquino sirve de apoyo para las doctrinales (EG, 40). El santo remarcaba que la bondad divina (y en general, toda la realidad divina) no puede representarse con una sola imagen. De ahí deduce el Papa la necesidad de tener en cuenta distintas líneas de pensamiento teológico y pastoral. Una sola línea nunca puede pretender agotar todo lo que se puede y debe decir de Dios. Dios es más rico que cualquier expresión doctrinal y cualquier práctica pastoral. Dice Francisco: “a quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices”, el contar con distintas líneas de pensamiento “puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio”. Y tras varias citas de santo Tomás, concluye: “necesitamos escucharnos unos a otros y complementarnos en nuestra captación parcial de la realidad y del Evangelio”.
En el número 242 de EG encontramos uno de los grandes principios tomistas: “la luz de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios, y no pueden contradecirse entre sí”. Santo Tomás fue hasta tal punto coherente con este principio que llegó a decir que cuando hay contradicción aparente entre lo que dice la Biblia sobre la creación y lo que dice la ciencia, es porque interpretamos mal la Biblia. En este sentido, la ciencia puede ayudarnos a entender mejor los textos de la Escritura y a expresar mejor nuestra fe. Dios es el autor de la inteligencia del hombre y también habla a través de ella. Esto, en la escuela de inspiración católica, tiene una importancia grande de cara a la mutua relación y complementariedad de la asignatura de religión con el resto de las materias.
La razón y la fe son las dos alas que Dios ha dado al ser humano para que pueda volar. Si falla una de esas alas el vuelo deja de ser armonioso. Esta relación entre razón y fe debe prolongarse en el necesario diálogo entre ciencia y teología; o entre evangelio y cultura. Y, de forma más global, en la armonía entre lo cristiano y lo humano. Lejos de oponerse, humano y cristiano, gracia y libertad, acción de Dios y acción del hombre, caminan en la misma dirección. Y cuando surgen tensiones entre humano y cristiano es porque algo va mal en alguna de estas dos dimensiones del único ser humano. “Toda la sociedad, dice el Papa, puede verse enriquecida gracias a este diálogo (entre fe y razón) que abre nuevos horizontes al pensamiento y amplía las posibilidades de la razón”.
Al tratar de la opción por los pobres como categoría teológica, el Papa vuelve a apoyarse en Tomás de Aquino (EG, 199). Nuestro compromiso con los pobres no consiste exclusivamente en programas de promoción o asistencia. Hay que acercarse personalmente al otro, prestar atención a su persona y no sólo a sus necesidades. Se trata de una atención amante. Y ahí es donde viene bien recordar que, cuando Tomás disertaba teológicamente sobre el amor insistía en la necesidad de considerar al otro como otro yo; y en la necesidad de valorarlo por lo que es y no por su utilidad. El auténtico amor es “gratuito”, a imitación del amor de Dios hacia todos nosotros; un amor que es un desborde de “gracia”: se trata de un amor que no busca el propio interés, porque todo el interés del amor es buscar el bien del amado.
Acabo con un último ejemplo. En el número 150 se cita un famoso dicho de Santo Tomás: “comunicar a otros lo que uno ha contemplado”. El Papa hace una aplicación directa a la predicación, que vale para toda la pastoral, incluida, por supuesto, la pastoral juvenil. Y, ya puestos, vale también para todo tipo de enseñanza y de educación. Hoy los jóvenes necesitan modelos con los que identificarse. No bastan las palabras, si no están avaladas por la vida. Muchas veces, en la educación religiosa y en la educación en valores, fracasamos porque nuestro discurso queda desmentido con nuestros hechos y nuestra vida. Mientras hablamos de generosidad y entrega, vivimos egoístamente y nos aprovechamos de los demás. Y los jóvenes hacen más caso de lo que ven en nosotros que de los que les decimos.
La cita de santo Tomás merece, por parte del Papa, esta reflexión: “antes de preparar concretamente lo que uno va a decir en la predicación (o en la catequesis), primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra… Esto tiene un valor pastoral. También en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: tiene sed de autenticidad. Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo”. Si los que tenemos una responsabilidad pastoral no nos hemos preparado bien por medio del estudio, no hemos acogido la palabra en el diálogo de la oración, en suma, si antes no nos hemos dejado convertir previamente por esta Palabra, difícilmente podremos transmitirla de forma creíble. Seremos como campanas huecas, que sólo hacen ruido, pero no transforman el corazón.
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RPJ nº 502 – diciembre 2014 – Con quién anda el papa Francisco – Martin Gelabert
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