¿CON QUÉ JOVEN HABLAMOS? Descarga aquí el artículo en PDF
José Fernando Juan
Una de las frases más hirientes de Groucho Marx nos recuerda que, si no te gustan mis principios, puedo tener otros. ¿Es lo que hacemos al acercarnos a los jóvenes? O, peor aún, ¿los cambiaríamos a ellos por otros más dóciles a nuestra comodidad? Una y otra vez nos deberíamos acordar de que las personas no son elegibles, desde una perspectiva cristiana; hay una llamada a lo concreto, al prójimo que está al lado, o no hay vocación real.
Los jóvenes son los que son, como son y fruto de su época. Con el tiempo, quizá lleguen a ser libres y a gobernar su destino. Pero un joven, por definición, dada su implicación novedosa en el mundo, por el cual se queda admirado y prendado, es hijo de su tiempo y su lugar. Es reflejo de su familia, su educación y su época. Definimos entonces al joven como aquel que está introduciéndose en el mundo, gateando en él. Cree que anda, pero gatea. Y hoy sabemos mucho de la importancia de gatear.
Basta por tanto estudiar la época para encontrar al joven. Es suficiente salir a campo abierto y encontrarlos en sus andanzas. Como recordaba con humor el periodista Carles Capdevilla, si preguntamos directamente a un joven qué hace, dónde ha ido y con quién, lo más seguro es que responda: «Nada, en ningún sitio, con nadie». Lo cual quiere decir que busca su espacio alejado de las miradas y el control de quien hasta ahora le ha supervisado en prácticamente todo lo que hacía. Necesita espacio personal como el comer y lo encuentra en el mundo que está a su disposición, el más inmediato y fácil de recorrer. ¿Cuál es este mundo?
Dejo a la responsabilidad de cada cual la auténtica aproximación y diálogo
Hablaré en el artículo de siete aproximaciones cristianas, en forma de notas, que nos permitan describir algo de su universo. Pero dejo a la responsabilidad de cada cual la auténtica aproximación y diálogo.
- La adolescencia se prolonga
El filósofo Javier Gomá insiste siempre que puede en la prolongada vida adolescente fruto del alargamiento de la vida en general. Como tienen mucho tiempo por delante, y así se proyecta sobre ellos la posibilidad de emancipación, viven más instalados en la adolescencia que nunca. ¿Qué significa en este contexto adolescencia? Vida irresponsable, que quiere nuevas experiencias continuamente y que pospone el tiempo de las decisiones cruciales que consoliden su dinamismo personal. No es una mirada desde la liquidez. Más bien se trata de la ampliación del tiempo de prueba y garantía.
Esta simple constatación tiene gran repercusión en todo lo demás. Porque, mientras biológica y psicológicamente está preparado para ser dueño de sí mismo, la sociedad hoy le impone la prórroga obligada de una heteronomía parcial. Los jóvenes están, por tanto, muy a merced de la vida de los adultos queriendo construir su propia cultura. Miran con sospecha lo anterior y tardan en incorporarse a la vida social plenamente. Su pertenencia será condicional a lo que le haga sentir, experimentar y vivir. Si se construye un espacio muy cerrado, del que no pueda salir, simplemente no entrará a formar parte.
Frente a esta adolescencia que se prolonga, Higinio Marín pone contrapunto muy clarificador. En esta situación son muy prematuros. Llegan antes de tiempo a experiencias que serán determinantes y configuradoras, sin darse cuenta de ello. Por lo tanto, hay que invitar constantemente a recuperar la reflexión personal sobre la propia historia para ir dando forma a lo que va ocurriendo y que no pase sin dejar fruto.
Hay que invitar constantemente a recuperar la reflexión personal
- Necesitados de diálogo (como todos)
Hay un error común respecto a este asunto, con una notable insistencia en una escucha que fácilmente deriva en curiosidad superficial o cotilleo práctico, cuando no morboso, o en un control férreo de la vida interior de los otros. Lo que los jóvenes demandan, como bien queda reflejado en los estudios de la Fundación Santa María, es diálogo. Quieren y reclaman verse involucrados en aquello donde ponen más pasión y vida. No quieren un reducto personal o la permisividad del adulto para que hagan cosas en tal o cual rincón, sino ocupar un lugar en la mesa y en la acción. Y esta indicación debería bastar para revisar nuestras apuestas pastorales y el empeño que hacemos en el acompañamiento personal.
Los jóvenes quieren incorporarse con voz propia, entrando en diálogo. El diálogo es diferente a la escucha. La escucha es parte del diálogo. Ser escuchados está bien, pero es insuficiente a todas luces. Si no hay nada más, deja insatisfechos. En cuanto se pueda, se pasará a otra cosa. No es un trato del todo digno, sino cosificante. Como recuerda Fernando Rivas, en esta Iglesia hay mucha más gente deseando acompañar a otros que implicada en hacer comunidad con otros.
El acompañamiento sin diálogo se parece más a una terapia que a un encuentro fraterno y cristiano. No hay conversación, sino experto con su maestro. Y eso es terreno más de formación que de comunidad y crecimiento. Los jóvenes necesitan algo más que desahogarse o ser escuchados y se irán allí donde puedan adquirir, curiosamente, ciertas responsabilidades. ¿O no es este, también, el modo en el que se crece en la vida? ¿No están queriendo los jóvenes crecer y participar, encontrando no pocas resistencias e infantilizaciones?
- Embebidos en la ociosidad
El ocio es una conquista humana, que se enfrenta al castigo del trabajo (el negocio). Cuando el ocio se cultiva, lo que el ser humano hace es adueñarse de sus posibilidades y decidir libremente sus propios fines. Ahora bien, en la época actual, la liberación de tiempo entre los jóvenes parece tanta que se ha inundado de tiempo libre. De hecho, es el tiempo por excelencia, el tiempo de la liberación de la carga. Lo demás es denigrado, por importante que sea. Pasa a un segundo plano personal. No se ha hecho encaje suficiente con la vida del trabajo, de la misión, de la comunidad, de la pertenencia. Hay un dominio de la ociosidad casi absoluto. Todo debe ser preferentemente sin cargas.
El paradigma de la ociosidad se une al móvil. El número de horas dedicadas diariamente a las pantallas resulta escandaloso, sin que haya una respuesta clara de parte de la familia y la comunidad educativa, salvo excepciones. Inunda su tiempo en un ejercicio constante de scroll (el moderno zapping), por el que pasa de una cosa a otra sin solución de continuidad.
La reacción va llegando. Hay jóvenes que prefieren una vida sin móvil. Y cuando no necesitan el móvil identifican que algo bueno está pasando para ellos, con suficiente densidad como para estar a otras cosas. De ahí la importancia igualmente de volver a dialogar sobre la corporalidad, la carne, lo físico, lo táctil —pero de otro modo—. Sienten esa necesidad de proximidad y la valoran sobremanera. ¿Cómo cuida la Iglesia, en esta situación, la posibilidad de encuentro entre aquellos que quieren conocerse? ¿Cómo propicia la Iglesia que haya más realidad vital y personal en el joven, cuando todo es aproximarse a través de ventanas digitales a lo que ocurre en el mundo?
- Entre saber quiénes son y seguir fluyendo
La identidad es uno de los grandes tropiezos de nuestra época. A un tiempo hemos querido tenerla y no tenerla, cultivarla y no dejarnos atrapar, ser abiertos y significativos. Lo cual ha repercutido enormemente en los jóvenes, a quienes se les ha contado una manera de la libertad poco reflexionada, en la que escasea la lógica del don, de lo recibido. Autores como Serafín Béjar, Jean-Luc Marion, Francesc Torralba nos ayudan en esta búsqueda identificando en el pensamiento cristiano criterios para una profundidad mayor. Pero a los jóvenes no se les abren fácilmente estas puertas. Ellos quieren construir su realidad, es decir, realizarse. Están en ese primer ímpetu de la vida, estético por encima de todo lo demás, en el que creen todavía que pueden darse el sentido a sí mismos. Y el mundo empuja en esa tentativa como si fuera verdad. Aunque queden atrapados en espirales desnudas de sinsentido.
La identidad es uno de los grandes tropiezos de nuestra época
Un signo de nuestro tiempo es la identidad polarizada entre lo trans- y lo retro-, entre lo que supera límites y los que se aferran a sus muros. Ambas posiciones son hijas de su tiempo. En ellas se ve el producto juvenil de una política de ideologías ávidas de poder. Sin más profundidad.
Convendría recuperar eclesialmente un sano vitalismo. Es decir, la alegría de vivir con esperanza que el papa Francisco insiste e insiste. Una persona reconciliada con el mundo, que sabe disfrutar de los momentos y aprovechar oportunidades con cierta flexibilidad e improvisación es hoy un signo de libertad, pero también de madurez y solidez. Toca abandonar lo light, en lo que hemos insistido mucho, tanto como lo rígido. ¿No construye más lo sólido, lo estructuralmente consistente?
- Gran desarrollo emocional
No hace falta citar ninguna de las grandes problemáticas de salud mental, todas ellas vinculadas directamente a la cuestión emocional. Puestas en perspectiva, adquieren un sentido diferente. Si bien es verdad que la humanidad siempre ha tenido emociones, sentimientos, mociones interiores, nunca como en nuestro tiempo han pasado a primer plano. Entre los jóvenes, esta cuestión de época es especialmente relevante. Viven emocionalmente, como hijos de su tiempo. No es para ellos una opción, sino el mundo en el que viven. El mundo, por cierto, que construimos para ellos los adultos.
Viven entre emociones constantemente. Por lo tanto, agitados y sin fijar la atención. Están en primer plano que todo lo demás queda oscurecido. Lo cual, a la luz de la fe cristiana, es comparable al caos de la creación, sin belleza todavía. Falta en ese mundo la Palabra, la llegada del mandato, el ejercicio del compromiso que nos saca de nuestra realidad y nos abre a un mayor sentido. Las emociones que aíslan y ahogan, como tantas veces se refleja en su vida, no están atendidas integralmente. Por eso, cojean, se estorban a sí mismos, no comprenden.
En mis clases comparo ese momento de la adolescencia donde toda esta vida pasa a primer plano con la tormenta del Evangelio. Los discípulos en la barca, Jesús durmiendo y llega la aplastante agitación. Ellos creen que mueren. Pero Jesús les interroga por su fe. ¿Cómo viven por tanto ese mundo interior desbocado? ¿Hay alguna referencia que les ayude a gobernarlo?
¿Cómo viven por tanto ese mundo interior desbocado?
- Capacidad simbólica mermada
Aunque escasea socialmente, y los jóvenes están muy desasistidos culturalmente en este orden, la realidad simbólica de los grupos de fe (con sus encuentros, reuniones, procesos, itinerarios, celebraciones, diálogos…) es enorme. Nutre el alma del joven y le ofrece una cantidad inmensa de referencias, enseñándole a construir desde bien temprano su lenguaje interior. Es lo que tiene socialmente haber focalizado mucho la comunicación en la imagen. No solo queda afecta la atención, sino la riqueza interpretativa, hermenéutica.
La simbólica de Cassirer, con todas las reservas que puedan hacerse, es una reacción en parte a una época esclerotizante, con muchas similitudes a la nuestra, en la que se iban formando bandos cerrados. Y hoy, con ese fenómeno tan mediático que es la polarización, nos ocurre algo parecido. Para que se produzca el sujeto debe dejar de lado la capacidad de adentrarse en los principios, la honestidad crítica que busca conocerse a sí mismo más que abanderar eslóganes. Y los jóvenes sucumben fácilmente a lo que suena bien, les puede interesar y son capaces de asumir para, en apariencia ser adultos.
En la lógica cristiana, la simbólica tiende a lo sacramental. No es solo una realidad que el sujeto construye, sino en la que se facilita y permite el encuentro con el otro, con Dios. No solo encuentro, sino acogida del otro, recepción. Por lo que, detrás de toda la liturgia cristiana, con su sobriedad y repetición, pero que cuando se cuida resulta bella y humanizante (nos devuelve el ser hijos de Dios), el recorrido que se ofrece a los jóvenes es mucho mayor del imaginado. ¿Cómo profundizar con ellos en esta dimensión?
- ¿Esperanzados?
Suena mal, pero es cierto. Somos seres incompletos. Los jóvenes notan que les falta algo y están en búsqueda sin tregua. José Carlos Ruiz nos ha escrito un texto con ese título en el que se prodiga y cultiva una gran filosofía, hoy atrayente. Estar en camino, situarse andando, ser peregrino. Los jóvenes tienen un dinamismo especial que les mueve. Se reconocen así fácilmente. Lo interesante de esta condición es la conexión entre disponibilidad y reconocimiento.
Un joven suele querer ser voluntario, sobre todo porque un adulto cuenta con él y se reconoce valioso. Además, no pueden ser todos voluntarios, sino solo algunos. Se produce una elección, una señal. Se destaca igualmente a alguien o algo por encima de lo demás. Pero no se da sin que el joven levante la mano, se ofrezca. Puede llegar una llamada de fuera, pero requiere de libertad y decisión por su parte.
Esta es la dinámica del amor adolescente que se deja atraer, al que no le importa probar y experimentar. Sin embargo, no es constante. Solo cambia cuando lo que tiene no le vale, no le ajusta bien. Si no, sigue fiel y permanece fiel. Y esto la Iglesia debería tenerlo presente, muy presente. Porque en ocasiones seguimos ofreciendo cosas de niños a jóvenes, y cosas de jóvenes a los que quieren ser adultos. ¿Qué debemos revisar en nuestras propuestas y modo de vida?
He propuesto siete aproximaciones, pero podrían ser más. Nos quedaría ver las relaciones entre iguales, su implicación el mundo y el uso de las cosas, su sensibilidad estética y aprecio de la belleza, su comprensión del relato global sobre lo que sucede en el mundo y la pugna con las ideologías, y la mirada sobre sí mismo, por ejemplo. ¿Tiene algo que decir hoy la Iglesia en todo esto? ¿Es audible y comprensible el Evangelio para ellos? ¿Es salvífica la presencia de Cristo en la comunidad, en el corazón, en la Iglesia, en los pobres? ¿Tiene sentido hablar con ellos de vocación y entrega radical de la vida?
¿Es audible y comprensible el Evangelio para ellos?