Con o sin falda RPJ 556 Descarga aquí el artículo en PDF
Mª Ángeles López Romero
En la película Bullet Train, uno de los principales estrenos cinematográficos del pasado verano protagonizado por un divertido Brad Pitt, agentes secretos y asesinos a sueldo atrapados en un tren bala japonés encuentran momentos para hablar de filosofía, compartir confidencias y emocionarse hasta llegar a las lágrimas. No son los únicos «tipos duros» que en los últimos tiempos muestran empatía, sensibilidad, desnudan sus vulnerabilidades, fraguan amistades cómplices y muestran interés por aficiones reducidas hasta ahora al ámbito femenino más estereotipado. Todos ellos, de los personajes de Marvel al último James Bond, señalan con rotundidad una tendencia que se impone cada día con más fuerza: la de una manera diferente de ejercer la masculinidad.
El ser humano tiene querencia por los estereotipos. Fabrica arquetipos claramente identificables y los simplifica para convertirlos en modelos de conducta. En algunas épocas y aun hoy en ciertas sociedades, imponiéndolos a sangre y ley. Por fortuna, los jóvenes de las sociedades occidentales empiezan a andar otros caminos o dan la oportunidad a los demás de transitarlos si así lo consideran interesante o necesario. Y así, vemos a cada vez más hombres jóvenes que se pintan las uñas, usan pendientes o visten de rosa sin complejos. El mismo Brad Pitt ha acudido con falda a uno de los estrenos mundiales de la citada película veraniega.
Y, sin embargo, igual que esa cinta maquilla con humor y recetas psicológicas new age una apabullante violencia, nosotros corremos el riesgo de confiarnos a la laca de uñas, sin reparar en que las masculinidades tóxicas, que ejercen el machismo y tratan a las mujeres como objetos susceptibles de hacerse con ellos lo que se quiera, siguen vigentes e incluso ganan fuerza en espacios como las relaciones sexuales, sin importar cómo se vista o qué blockbusters se vean.
Lo dicen estudios y expertos: la pornografía, que degrada a la mujer, se ha convertido en la escuela de una inmensa mayoría de jóvenes, que acceden a ella sin filtro alguno con cada vez menos edad. Sin un marco ético y educativo adecuado, lo que encuentran allí les enseña a humillar, a buscar el propio placer por encima del de la otra persona, a imponer sus gustos si es necesario por la fuerza, a vejar y a comprar al otro como si de cualquier mercancía se tratase.
Pero, más allá de este extremo, se extienden por las redes mensajes que señalan las medidas de protección frente a la violencia de género o a la desigualdad como un ataque contra el género masculino. Y las masculinidades alternativas como signos de debilidad que hay que erradicar.
No están sabiendo o queriendo ver que la masculinidad rancia de otros tiempos en que los hombres no lloraban, ni confesaban sus debilidades o sufrimientos, esa masculinidad basada en el ejercicio del poder y la perpetuación de los privilegios asociados a ello, no solo ha perjudicado históricamente a las mujeres, sino que les ha hecho enorme daño también a ellos, que se han perdido muchas cosas por esto.
Y no: estas nuevas masculinidades no son una moda reciente. Uno o una puede remontarse a los Evangelios y comprobar cómo Jesús de Nazaret contaba con grandes amigas, no tenía reparos en expresar sus miedos e inseguridades, en dejarse perfumar o en llorar cuando su alma se rompía de angustia o de pena. ¿Qué mejor modelo para una masculinidad empática, generosa, confiada y cuidadora? Para una masculinidad o femineidad, porque en esto de ser verdaderamente humanos al estilo de Jesús, no hay excusas por razón del género. Y llevar o no llevar falda no tiene nada que ver con ellos.
¿Qué mejor modelo para una masculinidad empática, generosa, confiada y cuidadora?