Con amabilidad y ternura – Javier Alonso

Javier Alonso

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En La misión (1986), el padre Gabriel encabeza una misión en solitario acompañado de una Biblia y un oboe. La dulce melodía del instrumento y su amabilidad atrae a los indios guaraníes: lo ven como un amigo.

Sin duda, Gabriel seguía los consejos de Pablo: les indica que sean “amables como una madre que cuida con ternura a sus propios hijos” (1 Tes 2,7). Esta figura sugiere un amor sacrificado y desprendido, lleno de cuidado y ternura, afecto y protección. Pablo veía a los creyentes como niños recién nacidos que tenía que cuidar con esmero y cariño. El buen apóstol debe ser una persona tierna, accesible y amable, dispuesta a escuchar y atender a los demás con respeto, con “palabras siempre buenas, para que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan” (Ef 4,29). De este modo, la predicación del apóstol será más creíble. Un apóstol no debe ser autoritario, distante, duro e intransigente como previene Pedro: “Apacentad a la grey de Dios no forzados, sino voluntariamente, no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón, no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey “(1 Pe 5,2-3).

Jesús se relaciona amablemente con todos: enfermos, pobres, dirigentes religiosos, escribas y fariseos. Incluso trata con respeto a los que lo insultan y lo llevan a la cruz. Es un respeto basado en el amor incondicional que no espera ninguna retribución. Enseña que no se debe hablar mal de los demás, ni siquiera de los enemigos; que hay que perdonar toda ofensa, a no ser inoportuno, a no ser entrometido en los asuntos de otros, a ser cariñoso con los más pequeños, a orar por los demás y a escuchar cuando el otro está angustiado. Se compadeció al ver a la multitud desorientada como ovejas sin pastor (Mc 6,32-35), abrazó y bendijo a los niños que se le acercaron a pesar de la oposición de los discípulos (Mc 10,13-16), acogió a la mujer adúltera frente al trato condenatorio de los fariseos (Jn 8,11), tocó con afecto a los impuros a pesar de las rígidas normas religiosas. Jesús se ganó su confianza con gestos de ternura y amabilidad.

La conquista de sus corazones

Como discípulos de Jesús y apóstoles de la educación, los maestros deben ser amables y respetuosos para hacer bien su servicio; sobre todo, si tienen que relacionarse con alumnos difíciles, con baja autoestima y muy sensibles. “A los niños les hace mucho bien tratándolos siempre con amabilidad. Hay que amarlos y estimarlos a todos por igual, aunque alguna que otra vez no lo merezcan” (don Bosco). La amabilidad engloba diversas actitudes:

  • La simpatía, que es una inclinación afectiva que muestra el maestro hacia sus alumnos. El modo que tiene de relacionarse en el aula resulta agradable, divertido y genera un vínculo de confianza. Es alegre, jovial y siempre sorprende con una broma o un chiste en el aula.
  • La generosidad, que está vinculada al hábito de dar, donar o regalar. El maestro no ayuda a sus alumnos para que aprendan mejor; por ello, busca las mejores estrategias y no le importa el tiempo que les dedica.
  • La amabilidad también está relacionada con la empatía, que es la capacidad de identificarse emocionalmente con el estado de ánimo de sus alumnos y comprenderlos.

La amabilidad no está reñida con la exigencia académica; más bien al contrario. Cuando los alumnos se sienten respetados y queridos, entonces es cuando el campo está dispuesto para la siembra. Siempre debe dominar el polo de la amabilidad porque estimula el progreso académico de los alumnos y su crecimiento personal, mientras que la exigencia descarnada (sin corazón) crispa a los alumnos y a la larga erosiona por completo la vocación del maestro. Además, los alumnos deben comprender que son amados por sus maestros. Por ello, debe “mostrar amor grande de padre y enseñándoles con tal afecto, que los alumnos conozcan que desea su aprovechamiento, porque así los animará a ser diligentes en las clases, y después los atraerá más fácilmente al servicio de Dios, que es nuestra ganancia” (san José de Calasanz). Así como el padre Gabriel conquistó los corazones de los guaraníes con su amabilidad, el maestro también conquistará a sus alumnos con su trato cordial y su buen ejemplo. De este modo, los alumnos aprenderán con mayor facilidad.

Como apóstoles de la educación, los maestros deben ser amables y respetuosos para hacer bien su servicio.