COMÚN-UNIDAD EN BÚSQUEDA ESPERANZADA Descarga aquí el artículo en PDF
Jorge A. Sierra (La Salle)
Una de las cuentas de Twitter/X que más me gustan y divierten es @liosdevecinos, donde se presentan algunos carteles típicos de comunidades de vecinos, avisos, advertencias y mensajes pasivo-agresivos que en la mayor parte de las ocasiones tienen que ver con un mal uso de los espacios comunes… Generalmente el mensaje viene encabezado por un «Y así estamos…» y, la verdad, lo más gracioso es que todos conocemos situaciones así. De hecho, lo dicen los sociólogos más actuales, pero no necesitamos muchos estudios para darnos cuenta de que es verdad: lo común está en crisis. Sea el «bien común», el «interés común» y hasta incluso la comunidad, en general.
En la Iglesia no nos faltan tampoco «líos de vecinos» y eso que, si fuésemos puristas tendrían que ser, al menos «líos de prójimos» o, mejor aún, «líos de hermanos y hermanas», que también los hay. De hecho, como dice el corazonista J. P. Valle en Mantengamos siempre la esperanza «el sabernos hermanos es de los principales atractivos de nuestra forma de vida consagrada. Una circularidad que debemos reconocer y que no es tan fácil de encontrar en nuestra Iglesia, por su reconocida estructura jerárquica. Por tanto, esta opción de concebirnos hermanos en la vida común es un principio alentador y motor de futuro».
Me han vuelto a la cabeza estas reflexiones cuando he visto que, incluso en nuestros grupos de jóvenes, se sigue compartiendo… pero guardándome algo, dejando para el común lo que menos quiero, lo que menos me gusta. A veces nos hemos dicho que esto viene de casa y ya no estamos en la realidad del pasado donde el puchero estaba en el medio y todo el mundo compartía, pero también viene del triunfo del «ande yo caliente, ríase la gente», que no es nada nuevo, pero vuelve a estar de rabiosa actualidad.
Sin embargo, como seguidores de Jesús elegimos vivir de forma diferente. Nos hemos repetido mil veces que el Padrenuestro no es solo «la oración que nos hace hermanos», sino un compromiso real por un mundo más fraterno, más comunitario, desde el servicio. No es nuevo, así que no es difícil caer en cierta desesperanza: ¡llevamos dos mil años de cristianismo y todo está por estrenar!, como decía algún teólogo.
Crear común-unidad es tarea del creyente desde el principio. En el Oficio de lecturas es habitual encontrarse con perlas muy valiosas y no hace mucho la liturgia rescataba una carta de san Ignacio de Antioquía, camino de su martirio en el año 110, que escribe a san Policarpo de Esmirna: «preocúpate de que se conserve la concordia, que es lo mejor que puede existir. Llévalos a todos sobre ti, como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como siempre lo haces. Dedícate continuamente a la oración. Pide mayor sabiduría de la que tienes. Mantén alerta tu espíritu, pues el espíritu desconoce el sueño. Háblales a todos al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia»[1].
San Ignacio de Antioquía usa la palabra «concordia» —tener un mismo corazón—, precisamente lo contrario a la «discordia», a los líos de vecinos, sobre todo cuando más necesitamos mundialmente dar ejemplo de unión de corazones. Hace algunas décadas se decía que la desunión entre las diferentes denominaciones cristianas era un «escándalo para el cuerpo de Cristo», pero no hace falta ni siquiera mirar a otros hermanos en la fe para ver discordias: basta con ir al entorno más cercano. ¡Un verdadero escándalo, una piedra de tropiezo!
Los grupos de pastoral con jóvenes no están exentos de esta tentación. Hace poco viajaba en furgoneta con varios jóvenes, dejándoles que escogieran la lista de Spotify que quisieran y eligieron —quizás pensaban que así me tendrían contento— un buen número de canciones de Hakuna. Sin embargo, me llamó la atención que, después de corear Huracán, alguno dijera «¡pasa esa!» cuando llegó el turno de Forofos. Ciertamente puede que no sea musicalmente la mejor canción, pero a mí me encanta lo que dice: dejémonos de discordias y disfrutemos todos de todos, porque todo intentamos seguir al mismo Señor. Cuando lo discutíamos entre risas en la furgoneta, otra chica dijo: «¡ya, pero no salimos nosotros!». Qué fácil es encontrar la diferencia si nos esforzamos en lo que nos divide y no en el «y tantos más» que se repite en el estribillo de la canción…
Más allá de la anécdota (reconozco que yo también busqué en su día la letra a ver si salíamos), es el enésimo recordatorio de que la construcción de la Iglesia-común-unidad es un trabajo por hacer. En Forofos quizás lo más profundo sea el uso de las palabras de Jesús la noche antes de la cruz en el relato de Juan: «que seamos todos uno como el Padre y tú sois uno» (Jn 17,21-23), para después pedir que todos nos entusiasmemos como forofos unos de otros y, así «nos queramos siempre más». Qué bien que podamos seguir estrenando nuestro cristianismo, como los creyentes de la segunda generación, como Ignacio y Policarpo y como, quizás, sigan haciendo los que vengan —que vendrán— después de nosotros.
[1] Cfr. San Ignacio de Antioquía, Carta a san Policarpo de Esmirna, 1,1-4.