COMO TÚ Y COMO YO RPJ 559 Descarga aquí el artículo en PDF
Mª Ángeles López Romero
A menudo contamos las vidas de los santos y santas, de quienes fundaron órdenes religiosas o contribuyeron a hacer de la Iglesia lo que es hoy, como si esos hombres y mujeres fueran héroes de un manga o un anime japonés: con poderes sobrenaturales y rayos de luz que salen de ellos e iluminan allá por donde pasan. Como si pudieran saltar más alto y correr más lejos que el común de los mortales. No parecen de carne y hueso, como tú y como yo, con sus dudas y contradicciones, sus frustraciones y anhelos. Pero lo eran, lo son.
Las más de las veces proyectamos en ellos nuestra necesidad de justificar que no podemos hacer lo mismo. Si no soy como Usain Bolt, no tengo su cuerpo, su fuerza, su poderío, jamás podré correr como él.
Y esto hace que tengamos que remontarnos a siglos atrás y a biografías «enriquecidas» con la fantasía propia de las leyendas y los mitos para señalar referentes. Como si no hubiera héroes a pie de calle hoy. Como si no hubiera hombres y mujeres coetáneos nuestros, entre nosotros, ¡nosotros mismos! que se están encontrando con Dios, mirándolo a los ojos, compadeciéndose de su sufrimiento o percibiendo en toda su inmensidad el poder transformador de su infinito amor.
Yo he tenido la gran fortuna de conocer a unos cuantos de esos hombres y mujeres que, tras cruzarse con Dios en las colas del hambre o al otro lado de las vallas de Ceuta y Melilla, en el vertedero de Antananarivo o a pocos metros de las tiendas de lujo que llaman la atención de los turistas en Río de Janeiro, han puesto sus vidas al servicio del Dios de la misericordia y la justicia, que es ponerla al servicio de las víctimas y los desheredados de la Historia. Algunos de ellos son famosos porque han fundado ONG o recurren a los medios para denunciar las estructuras de pecado que permiten y fomentan la pobreza, el hambre o la explotación. Pero otros muchos no lo son. No han contado a nadie su experiencia de encuentro con el Dios de la Vida. Ni su lucha diaria para ser coherentes con lo que han descubierto y aprendido. Sus caídas recurrentes y la de veces que deben levantarse, lamerse las heridas y volver a empezar.
Nadie dijo que el camino de la fe fuera un paseo. Si pensamos que lo era, releamos las vidas de los santos. Las verdaderas. No esas de las estampitas con brillantina e inscripciones doradas. Despojémoslos de la estética manga. Apeémoslos de sus peanas para poder dialogar con ellos. Quizás así nos enseñen que el encuentro con Dios puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar. Que quienes lo viven se ven transformados por él, pero que dicho encuentro no te convierte en Superman. Ni siquiera en Usain Bolt. Aunque este último, precisamente porque no es un personaje de cómic, nos recuerda la medida de lo que somos capaces de hacer los seres humanos. Como Jesús de Nazaret. Son multitud quienes intentan seguir sus huellas y para hacerlo lo buscan cada día en los rostros de quienes sufren y los corazones de quienes ayudan. No son perfectos. Son como tú y como yo. ¿También tú lo has visto y no te atreves a contarlo? Quizás es el momento.