Cómo tengo que hablar: lenguaje y pastoral juvenil – Alicia Ruiz López de Soria

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Impresiona que las palabras título de esta reflexión las haya pronunciado el apóstol por excelencia en los inicios del cristianismo, Pablo de Tarso. Ciertamente hay dudas para determinar en quién recae la paternidad de la carta a los efesios; si nos sumamos a quienes la adjudican al primer evangelizador de los paganos, diríamos que la cuestión del lenguaje para transmitir la fe cristiana es pieza clave en la evangelización de todos los tiempos (y no solo en la Nueva Evangelización). Si fuese otro su autor, podríamos afirmar con igual convicción lo mismo.

Hemos hablado a lo largo de la historia y hablamos hoy del Dios cristiano, personas muy variopintas: creyentes evangelizados, que vuelven a comenzar, a la carta, intermitentes, apáticos, comprometidos… también ateos, agnósticos e indiferentes. De manera concreta, a los que estamos en el ámbito de la educación en la fe, se nos supone la capacidad y la alegría en dicho hacer y, en paralelo, se constata que existe dificultad para describir y comunicar las experiencias espirituales en un mundo en cambio.

La cuestión del lenguaje sobre Dios es necesaria que nos la planteemos en estos momentos quienes deseamos transmitir la fe en una nueva cultura, entendiendo por lenguaje el carácter global de la expresividad humana (palabras, gestos, signos y silencios).

A. Tres apuntes iniciales
A.1. Pensar en Dios y sentir a Dios.-
Dispuesta a considerar cómo hablar de Dios hoy, me encuentro con la siguiente cita de Sir Francis Bacon, filósofo y estadista británico: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde”. Entiendo que, en el ejercicio de pensamiento que deseo realizar, debo de evitar defender con tenacidad desmedida creencias u opiniones religiosas, tener respuestas inmediatas a las preguntas que me surjan y dejarme vencer por la dificultad que se me presente. Sencillamente, advierto que para habar de Dios lo primero que hay que hacer es pensarlo, aunque esta sea una tarea compleja. Tras aterrizar en mi contexto cultural, donde las emociones y los afectos juegan un papel importante para una adecuada transmisión de ideas y experiencias, me digo: “Pensar en Dios y sentir a Dios antes de hablar de Él”. El lenguaje sobre Dios es un lenguaje sentipensante (el lenguaje que dice la verdad según E. Galeano).
Las palabras sobre Dios están autorizadas cuando son prolongación de su pensar y de su sentir. ¡Concédete un tiempo previo para entrar en relación con Dios y resiste las ganas de actuar!
A.2. La matriz generadora de la palabra sobre Dios es el silencio.-
Las palabras no son arbitrarias, no nacen por casualidad ni se mantienen sin razón, más bien su presencia o ausencia manifiestan aquello que acontece. Podríamos decir que todas las palabras han sido neologismos previamente, siéndolo hoy ciberespacio, Ipad, selfie… Al respecto, hay quien dice que hoy estamos dejando de pronunciar la palabra `Dios´ mientras otros defienden que esta palabra vuelve a ganar protagonismo en nuestras conversaciones, especialmente en las íntimas y privadas; un tercer grupo, en el que me incluyo, no se imagina ni la historia ni la vida sin este vocablo.
Si las palabras se pudieran tocar, sería totalmente legítimo decir que, a lo largo de la historia, `Dios´ ha sido una palabra manoseada: se ha utilizado para justificar las mayores barbaries y también para referirse a grandes proezas humanas. No es baladí que los judíos tengan prohibido pronunciarla al subrayar que la realidad a la que se apunta es sagrada. Está claro que de esta realidad no se puede hablar con frivolidad o ligereza.
Especialmente para esta palabra, la matriz generadora tendría que ser el silencio.
A.3. Hay mensajes sobre Dios que invitan a taparse los oídos.-
Hagamos una composición de lugar al modo ignaciano. Nos situamos en Europa, en la ya avanzada segunda década del siglo XXI, en una sociedad donde reina el pluralismo ideológico, de código ético múltiple, donde creer en Dios o no hacerlo es fruto de una decisión, caracterizada por la presencia de proyectos de vida diferentes, opciones de sentido variadas, sistemas axiológicos y normativos enfrentados, una sociedad en crisis, donde se están dando por doquier gestos de solidaridad y donde abundan los vacíos existenciales. En este marco, no olvidemos que la principal causa de mortalidad de jóvenes en Europa, en los países desarrollados, es el suicidio. En este contexto social nos representamos a un joven de hoy -de cada ocho- que quiere hablar de Dios, que pide una religión adaptada, aunque sin rebajas, a la sociedad en la que le toca vivir.
El papa Francisco dijo en el ángelus del 17 de febrero de 2014 “las palabras también pueden matar” refiriéndose a los chismes y a las difamaciones. Aplicadas a esta reflexión, podríamos decir que hay mensajes que echan para atrás, que siembran en los niños, adolescentes, jóvenes y adultos el desinterés sobre las cosas de Dios, dándose en muchos casos, una no vuelta atrás. «De esto te oiremos hablar en otra ocasión» (Hch 17,32), dijeron los atenienses nada menos que a Pablo en su momento.
Preguntémonos previamente si nuestro mensaje sobre Dios es Buena Noticia y acerca al Dios de Jesús, o por el contrario, es fruto de la desidia y da pie a una falsa imagen de Dios.
B. Testimonios de 5 personas doctas al respecto:
B.1. Pablo VI
Pensando en los que se han alejado de la fe, dice: «se debe buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para proponerles o volverles a proponer la revelación de Dios y la fe en Jesucristo».
B.2. Juan Pablo II
Considera que la tarea evangelizadora debe ser “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”. Es tanto como decir que la nueva evangelización debía caracterizarse por un nuevo ardor, un nuevo método y un nuevo lenguaje.
B.3. Hace dos décadas, el Cardenal Martini, jesuita, arzobispo de Milán, señala:
“Hay (en la Iglesia) una forma de hablar que viene de los últimos cuatro o cinco siglos. Tiene una tendencia al intelectualismo. Este tipo de cambio hacia la abstracción no existía en la Iglesia primitiva ni en la Biblia. Ahí, los modos de comunicar eran más vivos y concretos. Dios era representado por lo que hace. En los catecismos del siglo VI se empieza a hablar en términos de verdades abstractas… Creo que debemos realmente cambiar nuestro lenguaje… uno que vaya de corazón a corazón, un lenguaje de vibración emocional”.
Apunta dos elementos interesantes para situar el mensaje evangélico entre los jóvenes: la acción, fundamentalmente maneras de hacer bien al otro; la emoción, es decir, un lenguaje que toque los afectos, lo que amamos y lo que odiamos, las virtudes y el pecado.
B.4. Rino Fisichella
Escribe:
“La exigencia de un lenguaje nuevo, con capacidad para hacerse comprender por los hombres de hoy, es un imperativo del que no puede prescindirse, sobre todo por lo que respecta al lenguaje religioso, que es tan específico que a menudo resulta incomprensible. Por tanto, abrir la «jaula del lenguaje» para favorecer una comunicación más eficaz y fecunda es un compromiso concreto para que la evangelización sea realmente «nueva»”.
Este autor considera que el lenguaje en general está en crisis, enjaulado, si bien apunta específicamente al terreno que le toca: el lenguaje religioso.
B.5. El papa Francisco
Expresa en la Alegría del Evangelio, en un contexto referido a la preparación de las homilías en las celebraciones litúrgicas:
«Los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad. Pues en el depósito de la doctrina cristiana “una cosa es la sustancia (…) y otra la manera de formular su expresión”. A veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo» (EG 41).
¿Está diciendo a algunos sacerdotes que, completamente en sintonía con el derecho canónico, no están transmitiendo a Dios? ¿Resultará el argot teológico un tanto extraño y estarán abusando algunos sacerdotes de él en las homilías? ¿Se comunicarán mensajes que poco tienen que ver con una buena interpretación de la Palabra de Dios?
«A los adultos nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos comprenden. Por esa misma razón, las propuestas educativas no producen los frutos esperados”» (EG 105).
Para el papa Francisco es necesario aprender a hablar a los adolescentes y a los jóvenes de Dios en un lenguaje que ellos comprendan.
C. ¿Y si nos hacemos algunas preguntas antes de hablar de Dios?

C.1. ¿Por qué?
Vivimos en una sociedad que se pregunta mucho por los cómos y poco por el por qué. Estamos centrados en cómo hacerlo, en los medios, en la práctica. Silenciamos inconscientemente la finalidad, tal vez llevados por la inercia. Sin embargo, además de hacer bien las cosas es necesario ofrecer “el sentido”. Son elocuentes estas palabras de Benedicto XVI: A mi entender, la razón última de que hablemos de Dios radica en Él mismo: Dios existe y se ha revelado. No se habla de lo que no existe o no se quiere dar a conocer. Lo que existe y se revela tiene el derecho de ser pronunciado. El mismo Papa en otra ocasión expresa: “La novedad del anuncio cristiano es la posibilidad de decir ahora a todos los pueblos: Él se ha revelado. Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: Él se ha mostrado”.
C.2. ¿Qué se entiende por `Dios´?
Efectivamente, «lo importante no es si alguien cree en Dios, sino en qué Dios cree». Es prioritario establecer unas bases en la comunicación: si yo digo “Dios”, ¿tú qué entiendes? Podemos responder: “para mí, en este momento concreto de mi vida espiritual, es la palabra que nos dice que nosotros no tenemos la última palabra”. ¿Y para el otro? ¿Y por qué es así? Hemos de conocer la imagen de Dios que tiene nuestro interlocutor y dejarnos afectar por su situación vital, sobre todo si atraviesa una situación de sufrimiento. Si apenas conozco la experiencia religiosa y no me dejo afectar por el otro, no solo desprecio su alteridad, desprecio mi propia palabra; más que un atentado contra la ética, es un atentado contra el mismo lenguaje.
Dios se ha presentado entre nosotros, en primer lugar, como noticia cierta para ser oída, y en segundo lugar, como buena noticia para ser transmitida. ¡Que se escuche y que resuene la noticia de Dios! Dios existe – Dios es Amor – Dios es salvación. Quien habla de Dios comunica una gran verdad en un mundo variopinto, especialmente a los pobres, a través de palabras que les ensalzan. Quizás ha llegado el tiempo de que Dios viva a través de palabras para que vivan las personas. Ello persigue el papa Francisco al exclamar: «¡Qué bueno es que los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (EG 106).
C.3. ¿“Hoy” es difícil?
Pues sí. Una especial dificultad a la que llamamos “nueva evangelización”. En gran parte, se trata de hablar de Dios a bautizados que han olvidado su bautismo. Y esto es duro. El descristianizado cree saber quién es Jesucristo. El que cree que sabe, desconecta, mientras que el que sabe que no sabe, se dispone a la escucha. Y esto a pesar de que, sin lugar a dudas, creer que se ha acabado de conocer a una persona es una de las mayores estupideces que podemos cometer. Somos un misterio siempre para los demás y los demás para nosotros. ¡Cuánto más el Dios siempre mayor! Promover valores humanos es relativamente fácil; lo difícil es favorecer el encuentro con una Persona a través de nuestro lenguaje pues se requiere generar un plus de atención. Y, sin embargo, ayer como hoy, los cristianos están llamados a anunciar a Jesucristo a cuantas personas encuentran en su camino cada día.
C.4. ¿Hablamos a los demás y punto?
No. Previamente hay que escuchar su Palabra, tanto en textos escritos como en su acontecer cotidiano. Karl Barth decía que el teólogo tiene que tener en una mano la Biblia y en la otra el periódico. Hablar de Dios sin escuchar su Palabra nos convierte en predicadores vacíos y superfluos. Se habla de una Palabra Viva, que yo escucho diariamente y que dice a mi vida.
Pudiera haber alguien que dijese: “Basta con ser justo, amar al prójimo, amar a todos los hombres como hermanos, yendo todos de la mano… Dios es un término truncado, astucia de hipócritas, fuente de malentendidos y litigios”. ¿Es la mística del silencio y ocultación que practican algunos que se llaman a sí mismos cristianos sociales o de aquellos que reducen el seguimiento de Jesucristo a tener como referencia en su comportamiento a un hombre ejemplar? Lo cierto es que hay quienes piensan que no merece la pena hablar de Dios y que lo realmente necesario es vivir de manera justa y compasiva con todos los hombres. Se trata de subrayar extremos, así por ejemplo, más vale caridad silenciosa que verdad aplastante, los actos son más elocuentes que las palabras, se trata de hacer la voluntad de Dios con gestos…
Pasa a despreciarse cómo ha de anunciarse la Buena Noticia. ¿En un lenguaje hasta tal punto identitario y singular que se vuelve prácticamente inaudible; o bien se anuncia en un lenguaje tan asimilado y concordativo que no es acogido porque ya se ha escuchado en otra parte y, por lo tanto, se ha vuelto absolutamente indiferente? Esta oscilación, que unas veces toma el camino de la integridad (el integrismo) y otras el del concordismo (la secularización) no es en absoluto nuevo. De hecho este movimiento oscilante acompaña toda la historia del cristianismo.
D. Los mejores referentes

D.1. Jesús de Nazaret
Tiene un lenguaje sugerente cuya comprensión implica a toda la persona, inteligencia y corazón, mente y mundo de valores. En Él, las palabras y las obras forman una unidad, se cumple aquello de que hablar es una forma de vivir y vivir es una forma de hablar. Y es que la vida es la que otorga credibilidad a las palabras. Dicho de otra manera, las palabras se entienden definitivamente cuando se ve el papel que juegan en la vida, siendo esta la que al final las hace inteligibles y las acredita o por el contrario quien las torna opacas y desacredita.
Jesús de Nazaret habla con autoridad («enseñaba como quien tiene autoridad» Mc 1,22), con valentía («según me enseña el Padre, así hablo» Jn 8,28), con seguridad («el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» Mt 24,35), sin dejar indiferentes a sus oyentes («jamás hombre alguno habló como este» Jn 7,46), con imágenes, metáforas, simbolismos, expresiones enigmáticas y penetrantes; una forma de hablar plástica e imaginativa, que se graba en la memoria con más facilidad que las abstracciones. Un lenguaje casi poético. ¿El famoso cortometraje Cuerdas del director Pedro Solís podría ser una parábola contada hoy en día por Jesús? Para muchos adolescentes y jóvenes, sí.
D.2. Pablo de Tarso
Movido por una experiencia espiritual que debió de ser de órdago, emprende la ingente tarea de anunciar el evangelio a los bárbaros. El libro de los Hechos de los Apóstoles describe esa experiencia espiritual sencillamente diciendo que Pablo escuchó en un sueño las palabras «pasa a Macedonia, ven en nuestra ayuda» (Hch 16,9), traducible por un “sal de ti mismo y tiéndeme la mano”. El significado literal de la palabra bárbaro es “el que no conoce la lengua”, su origen está en la onomatopeya `bar-bar´, equivalente a nuestro `bla, bla´, o sea, un parloteo que resulta ininteligible. ¿Quiénes son los bárbaros de hoy?, ¿los jóvenes que no entienden el lenguaje religioso o los que transmiten la Buena Noticia de Jesús sin atender a sus destinatarios?
Veamos algunas recomendaciones que se extraen del testimonio de Pablo de Tarso como predicador. Pablo dice «yo», sin miedo al compromiso, sin ningún tipo de inhibición. Anuncia el evangelio en primera persona, es un testigo, habla de lo que ha visto y ha oído, de lo que tiene experiencia. Su lenguaje es claro: no hay lugar a la ambigüedad, a ambages, no se anda con rodeos ni eufemismos. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo, sino, paradójicamente, la debilidad y el temblor de quien se confía solo al “poder de Dios” (cfr. 1 Cor 2,1-4). Así, su palabra es emotiva. Pablo nos enseña que la historia de la fe cristiana es la historia de una experiencia que se va transmitiendo de unas generaciones a otras y no simplemente una doctrina que evoluciona con el paso del tiempo. No cargó las tintas en discursos racionales y moralistas, en denuncias de injusticias e inmoralidades, sino en la experiencia salvadora de Dios. Devolvía a la lógica del don, de la gracia, del amor, del perdón, de la virtud.
D.3. El papa Francisco
Ha introducido un nuevo lenguaje con expresiones tan intraducibles como “primerear”, “ser memorioso”, “misericordear”, “novedear”. A este reconocido líder mundial se le entiende todo, se le percibe hablar con libertad, utilizando símbolos, metáforas y símiles de gran plasticidad que muestran la interiorización del mensaje evangélico. Se le percibe penetrado por el Misterio de Jesús y con capacidad para contarlo de todas las maneras posibles, sin traiciones. Se desenvuelve en las redes sociales con un don aparentemente natural, generando simpatía y confianza. Su postura en este tema queda reflejada en este mensaje: “no podemos volvernos cristianos almidonados, esos cristianos demasiado educados que hablan de cosas teológicas mientras se toman el té tranquilos”.
E. Creemos en un Dios encarnado.-
«El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización» (EG 233). Los cristianos creemos que las personas son palabras con las que Dios cuenta su historia y, a la vez, reconocemos que solo Jesucristo es `la´ Palabra encarnada, el auténtico mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim 2,1-8), quien nos muestra sin arrugas ni maquillajes su verdadero rostro. Por una parte, Dios se hace presente o se oculta a través de las personas asumiendo la posibilidad de equivocación, las limitaciones, las debilidades y el pecado; por otra, los cristianos somos conscientes de ser instrumentos de revelación de Dios pobres, marginales y casi insignificantes (cf. Mt 28, 19-20), palabra humilde de Dios en la vida cotidiana siguiendo al Verbo en su camino de cruz y resurrección.
Dice sabiamente el maestro Eckhart: “La gente no debería pensar tanto sobre lo que tiene que hacer, sino que debería pensar en lo que tiene que ser”. ¿Es atractivo intentar ser con la vida palabra de Dios para los demás frente a vivir desorientado, fugitivo de sí mismo y con el único ideal de la evasión? Hay una meditación preciosa en los Ejercicios de San Ignacio: “Si quieres, el que quiera, quien quisiere…”. Actualmente, el Sumo Pontífice nos dice: «Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios» (EG 259).

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