Continuamos con la segunda parte de nuestra descripción de las etapas de vida de un grupo de pastoral. Tras el artículo del número anterior (acogida y conocimiento), pasamos a las tres etapas siguientes: crecer, proponer y optar.
Grupo en proceso de normalización: Momento de crecer
«Él les dijo: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?”. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras».
Ya se ha establecido una relación de confianza entre los dos caminantes y el recién llegado. Se han presentado y establecen una relación cercana. Puede decirse que se conocen y no solo de forma superficial, sino que han «tocado» la vida del otro. Ahora hay que caminar juntos. Jesús comienza a darles la base para que tomen conciencia de que la historia no ha hecho sino comenzar.
En este momento, el grupo parece que ha comenzado a funcionar. Pero es necesario seguir avanzando, y para eso, hay que tocar temas que a lo mejor no se conocen en profundidad, proponer retos, proponer un camino claro que les pueda hacer crecer. Como diría San Pablo, «cuando era niño hacía cosas de niño (…). Ahora que soy un hombre, dejo atrás las cosas de niño».
En este momento del grupo encontramos quizá las dinámicas más pausadas, aunque no por ello sencillas. Se trata de ser capaces de transmitir conceptos quizá complejos de un modo sencillo, y que los participantes sean capaces de vivir con interés, todo un reto para el animador. La mejor recomendación, seleccionar temas concretos y centrarse en ellos, contando siempre con la participación del grupo. Y es fundamental aterrizar los conceptos, ser capaces de traducirlos a un lenguaje actual y, especialmente, aplicados al día a día de los participantes. Hay que ir más allá de dinámicas lúdicas y abordar la formación de los participantes, hacerles llegar de modo pedagógico pero claro los mensajes que les ayuden a crecer.
Grupo en crisis: Momento de proponer
«Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le invitaron diciéndole: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado”. Y entró a quedarse con ellos (…). Al fraccionar el pan, le reconocieron (…)».
Una vez se ha recorrido el camino, uno parece querer seguir, otros desean quedarse… Aunque el camino ha sido común, no se sabe si todos quieren lo mismo. Es el momento de «crisis».
Etimológicamente «crisis» es el juicio formado sobre una cosa después de examinarla cuidadosamente. Las situaciones de crisis en un grupo son muy comunes, y deben formar parte de la dinámica del grupo. No se trata de vivir en una crisis permanente, pero después de un tiempo conjunto de camino, es necesario plantearse si estamos en el camino que todos los miembros del grupo quieren recorrer. En este momento llegan los conflictos, las diferentes formas de ver el funcionamiento del grupo, las «desapariciones» temporales de algunos miembros, cambios de roles dentro del grupo…
Aquí las dinámicas deben estar muy orientadas a la cooperación y a la búsqueda de consensos. En un momento de crisis (de cambio) las visiones suelen tener un alto grado de divergencia, y debemos ser conscientes que además cuentan con un fuerte componente subjetivo. Por tanto, las dinámicas, en un primer momento, deben permitir que todos se puedan expresar con claridad y con confianza. Así, podemos utilizar dinámicas de análisis de situaciones como el análisis causa–efecto, el análisis estructurado o el análisis DAFO, adaptadas a la coyuntura concreta. Después, son necesarias estrategias que favorezcan el trabajo cooperativo y la búsqueda de consensos, que pueden ir desde la búsqueda de puntos comunes, las técnicas de consenso progresivo (4 grupos / 2 grupos / 1 grupo) y otras similares. Por último, es importante reservar tiempo para la elaboración de estrategias concretas para modificar los aspectos que el grupo vea que es necesario cambiar. Porque de nada sirve que realicemos todo este análisis y dejemos de lado las propuestas necesarias para seguir avanzando. Hemos de ser conscientes que estas dinámicas requieren de un tiempo prolongado de trabajo por lo que es bueno reservar varias sesiones del grupo para su desarrollo.
Aquí el animador va preparándose para desaparecer, para dejar de tener protagonismo y darle todo el protagonismo a las decisiones que deben tomar los propios participantes. Como Jesús, en el instante en el que ven la luz sobre la decisión, es el momento para que el animador esté preparado para desaparecer y dejar que el grupo tome sus propias decisiones.
Grupo que busca nuevos horizontes: Momento de optar
«Pero, al punto, desapareció de su vista. (…) Entonces, levantándose al momento, se volvieron corriendo a Jerusalén y (…) contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido».
La historia de Emaús podía haber acabado en el momento en el que, al partir el pan, reconocen la presencia de Jesús entre ellos. Pero no se puede tomar conciencia de la presencia de Jesús y dejarlo guardado en el silencio de nuestro corazón. Su presencia nos empuja a anunciarlo, a cambiar nuestra vida y actuar de un modo distinto.
Con los grupos sucede algo parecido. Comenzábamos diciendo que los grupos son seres vivos, y como a tales, también les llega el momento de que terminan muriendo. Pero si un grupo ha cumplido realmente su función, se produce un proceso de expansión en el cual sus miembros se dispersan en busca de nuevos horizontes personales, a veces coincidentes, otras diferentes. Cada miembro opta por darle un sentido distinto a la continuidad de su proceso personal. Y se llevan como bagaje todo lo vivido y trabajado en el grupo.
Las dinámicas para trabajar en este momento del grupo tienen mucho que ver con la revisión personal de vida, y con la elaboración de proyectos personales. Ahora es necesario contrastar nuestro recorrido con esas propuestas. Es muy útil trabajar en este momento dinámicas de interioridad, diferentes visualizaciones que permitan proyectar el futuro cercano e intuir dónde nos situamos en el corto y largo plazo. También es el momento para elaborar proyectos personales, con dinámicas de reflexión personal en la que sinteticemos nuestra vida: los objetivos personales, las relaciones interpersonales (familias, amigos, parejas…), las perspectivas laborales–vocacionales, todo ello partiendo de la toma de conciencia de mi relación con Dios como fuente que articula todo lo anterior.
Como Jesús, aquí el animador acaba despareciendo de su rol. Y al igual que Jesús, puede otro tipo de acompañamiento más personal. Si el camino ha sido fructífero y el cristiano ha llegado a la adultez cristiana, ya no es «animador», sino «hermano en la fe».
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RPJ nº 529 – ECómo dinamizo un grupo de pastoral (II) – Jorge Isidro
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