Joseph Perich
Un sabio quiso emprender un viaje hasta el Más Allá, para ver cuál era la diferencia entre buenos y malos.
* En primer lugar visitó el infierno. Lo vio como un gran banquete de gente desesperada. Las mesas estaban bien preparadas, llenas de sabrosos platos. Los condenados debían comer usando cucharas enormes de un par de metros de largo. Cada condenado trataba de llevar la comida a su propia boca, y no podía, caía por todas partes. Todos estaban furiosos; gritaban, aullaban por el hambre, y blasfemaban.
* El sabio dejo aquel triste banquete que es el infierno, y subió al cielo. Con gran sorpresa vio también allí grandes mesas bien preparadas, llenas de sabrosos platos.
Los bienaventurados usaban cucharas también enormes, de dos metros de largo; pero allí todos comían felices. ¿Cuál era el secreto y la diferencia? El sabio lo descubrió fácilmente: cada bienaventurado no se preocupaba por alimentarse a sí mismo, sino por alimentar al hermano que tenía sentado frente a sí.
Reflexión:
El programa de las Fiestas Populares suele ser el escaparate del dinamismo de la vida social de un pueblo.
Una auténtica «macedonia»: actividades lúdicas, culturales y solidarias, espectáculos pirotécnicos y folclóricos, celebraciones religiosas, exposiciones… Por más que no conste en el programa, merece una atención especial la comida familiar en el día principal de las Fiestas. Unos alargando la mesa para hacer sitio a familiares y amigos, otros preocupados para que nada falte. Más allá de su función nutritiva, la comida de las Fiestas recrea aquella fraternidad y gratuidad comunitarias, capaces de provocar una de las expresiones más sagradas del ser humano: la sonrisa. ¿No será esa sonrisa familiar la garantía de un desbordante despliegue de alegría y «buen rollo» a lo largo del año?
Un apuesta: leer como «aperitivo-bendición de la mesa» de la comida del día de la Fiesta Mayor la historia precedente o siguiente.